Unas cenizas llenas de recuerdos

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HANNAH

Supongo que siempre supe que Jacob sería un amor imposible. Solía pensar que aquellos sentimientos era mejor dejarlos en lo platónico, recordarlos así, irreales, inacabados, cómo una pregunta que permanece flotando en el aire ¿Estará pensando en mi en este momento?

Durante años anhelé que así fuera. Me preguntaba si al cerrar los ojos por la noche pensaba en mi, o si cuando escuchaba la risa de su hermana, podía ser capaz de escuchar la mía también a su lado.

Imaginaba cómo sería tocarlo, abrazarlo, besarlo... En mi cabeza su tacto era ardiente, apasionado, tierno. Como el. Como cada uno de sus rasgos y gestos. Como su forma de sonreír, su mirada inquieta o sus ganas de revolucionar el mundo. Su forma despreocupada al caminar, la voz ronca y rasgada o aquella fina línea que dibujaba su mandíbula. Como aquel verde en sus ojos que podía paralizar mi mundo...

Me preguntaba si el resto también lo veía igual, si aquellas personas que pasaban a su lado, también se fijaban en todo lo que lo hacía especial. Y a veces, deseaba que no fuera así, que aquella visión solo fuera mía, porque así podría capturarlo. Guardar imágenes de él en mi cabeza y tener aquellos recuerdos únicos en mi interior.

Por eso no pude evitar perder mi mirada en él cuando llegaron a casa. Era navidad y desde que tengo memoria las celebrábamos juntos. Jacob vestía entero de negro, con unos pantalones que parecían ser de traje y una camisa negra con las mangas recogidas. No parecía él hasta que llegabas a su pelo y veías aquellas ondas castañas que iban cada una en una dirección.

Durante unos segundos sus serpenteantes ojos se posaron en los míos y mi mundo se paró. Recordé la noche con él en la montaña hacía unos días. Como de vez en cuando su respiración era más pesada o como su piel se erizaba cuando por accidente nuestras manos se rozaban. Inconscientemente, me llevé una mano al estómago recordando aquel punzante dolor después de bailar con él y reír a carcajadas...

– Hola Hannah – Jake me dedicó una sonrisa torcida mientras tomaba asiento.

Alice y Jack también estaban aquí. Ambos fingían una sonrisa, pero sabía que aún había mucho dolor en su interior.

– Me alegro mucho de que nos hayamos juntado – Alice secó la pequeña lágrima que asomaba por su ojo – Rent ¿qué tal todo?

– Bien. Últimamente estoy muy ocupado con los pacientes así qué pasó mucho tiempo en el hospital, pero me gusta – papá se llevo la copa de vino a la boca.

– Solo intenta que no te consuma mucho – Alice se giró hacia mi – Y tu cielo ¿pasas las tardes sola?

– Si bueno, me gusta la soledad. No me importa.

– Puedes venir algún día a casa cariño, sabes que las puertas están siempre abiertas para ti ¿Verdad Jack?

Alice dió un codazo a su marido después de quitarle la cuarta copa de vino.

– Ajam.

– Si, estaría bien, así podríamos pasar un rato juntos – trague saliva antes de girarme hacia Jacob que me observaba con una sonrisa de lado – Puedes venir esta semana – me sonrojé.

– ¡Estaría genial Jake! Así no perdéis el contacto ahora que no está April – animó Alice. Lo que ella no sabía era que desde la muerte de April, Jacob y yo habíamos estado más juntos que nunca.

Me limité a asentir con una sonrisa tímida antes de centrarme otra vez en mi plato. La noche pasó más rápido de lo que esperaba. Fue agradable reunirse otra vez, charlar y celebrar como si todo estuviera bien. Me alegré de pasar tiempo con Alice y de ver a papá sonreír y pelear con Jack como solía pasar tiempo atrás.

Estábamos hablando frente a la chimenea cuando Jake se acercó y me susurró al oído.

– ¿Quieres que vayamos a la colina? Tengo una sorpresa para ti.

– ¿Una sorpresa?

– Si, pero no te la daré si no vienes conmigo.

Una pequeña sonrisa iluminó mi rostro y después de coger un abrigo y despedirnos de todos, nos fuimos.

La luna brillaba en lo alto del cielo. Pese a las celebraciones, las calles que nos llevaban a la colina eran silenciosas. Adoraba aquella sensación de tranquilidad y paz.

– No te he dicho nada, pero estás preciosa – los ojos de Jacob brillaron bajo la luz de las estrellas y mientras su ronca voz acariciaba mi piel, mis mejillas empezaron a arder.

– Gracias. Tú también.

Por alguna razón aquella noche había querido arreglarme. Llevaba meses sin fijarme en mi aspecto pero aquella noche había cuidado todo al detalle. Supongo que todo era culpa de él y de mis estúpidas ganas de impresionarlo. Así que no pude evitar sentirme triunfante al escuchar su cumplido.

Vestía un vestido negro con tan solo una manga que estaba inundado en purpurina. La tela se ajustaba a mi cuerpo marcando mis curvas, que habían desaparecido un poco dado a mi perdida de peso. Durante toda la noche había llevado unos tacones plateados que una vez habían sido de mi madre, pero había decidido ponerme mis converse para ir a la colina, y no me arrepentía.

Cuando llegue había ya una manta colocada en el suelo. Un pequeño altavoz descansaba al lado. Justo en una esquina había una bolsa de mis gominolas favoritas que sujetaban unos folios y unos rotuladores.

Miré a Jacob. Una mirada cargada de confusión, emoción, sorpresa y... miedo.

– ¿Lo tenías todo preparado?

Jake asintió.

– ¿Y que pasaba si no accedía a venir?

– Sabía que lo harías – mi mirada calló al suelo algo avergonzada – Anda siéntate, te he comprado fresitas.

– ¿Cómo sabias que eran mis favoritas?

– Hannah ¿puedes dejar de hacer preguntas y darme las gracias por prepararte esto? – dijo riendo.

– Perdón. Gracias. Enserio – y era verdad, todo aquello me hacía especial ilusión.

Después de comer tres o cuatro fresas Jake sacó un mechero y acercó los papeles.

– ¿Para que es eso?

– Para que seamos libres – soltó con emoción, como si se sintiera orgulloso de lo que estaba apunto de hacer.

– ¿Libres? – había dejado de comprender lo que Jacob decía – ¿Te has drogado otra vez? No te ha podido dar tiempo, he estado todo el rato contigo...

– ¡No! Joder Hannah – no pude evitar soltar una pequeña carcajada – Vamos a escribir todas las cosas de las que queremos deshacernos y luego las vamos a quemar. La idea es que las cenizas se vayan volando con el viento y con ello todo aquello que no queremos con nosotros.

Jake me tendió un papel y un rotulador.

– Sabes que no funciona así, ¿no?

– Cállate y escribe.

Y allí, bajo un cielo encapotado de doradas estrellas, mientras Jake escribía con su ceño fruncido, una sonrisa iluminó mi rostro. Porque aunque aquello pudiera parecer una tontería, para mi fue una de las cosas más especiales que habíamos hecho juntos.

Con la mirada algo borrosa y el corazón latiéndome con fuerza en el pecho oí las notas de aquella canción. La melodía se arremolino en mi cabeza acompañada del suave sonido del viento. Pero no podía imaginarse las palabras que volaban por mi cabeza, o el sentimiento que se atascaba en mi pecho, deseando salir. Aquel sentimiento que ardía, que casi quemaba. Aquel sentimiento que aunque pasara el tiempo, una vez más le susurraba te quiero.

Cantando bajo las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora