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Contemos una historia, la historia de Klass, la chica misteriosa que enamoro al rey de las maldiciones, muchas historias han sido contadas, sin embargo, solo una es verdadera, es esta.

𝗞𝗹𝗮𝘀𝘀

El viento me helaba las mejillas poniéndolas rojas, pese al poco flujo sanguíneo de mi cuerpo, pese a ser un demonio, yo aún me sentía como una humana, el bosque se veía tan tranquilo a esas horas, sumamente pacífico y relajante.

Estaba cerca de una aldea, el hambre se había apoderado de mí y salí de cacería por mero placer, después de todo, al ser la reina yo no necesitaba hacer estas cosas; estaba casi llegando al pueblo cuando oí algunos gruñidos y sollozos, el ruido provenía del pueblo.

Acelere mis pasos, guiada por la curiosidad, en el centro del pueblo había un muchacho moribundo tirado junto a un poste, su cabello era negro y sus ojos avellana, pálido y sin rastro alguno de una buena alimentación, estaba muriendo.

Sonreí con gracia y me acerque hasta quedar de rodillas frente a él, apenas tenía fuerzas para levantar el rostro, con mi mano izquierda levante su rostro, tomándolo del mentón. Se veía muy sucio, su alma era miserable y en sus ojos ya no había ningún brillo de esperanza.

-Pobre ser miserable -puso toda o su poca atención, en mí -¿Qué te han hecho estás bestias?

Abrió la boca, pero la voz no le salía, me fije con cuidado y note que no tenía lengua, al parecer lo habían torturado bastante, libere sus manos de las cadenas y tome la decisión más extraña de mi vida demoniaca.
Corte mi brazo y deje que mi sangre entrara en su boca, transformándolo en una maldición, el proceso fue veloz, recupero masa muscular y fuerza, incluso su lengua, el mismo estaba sorprendido ante su cambio.

-¿Quién es usted? -su voz era áspera, y su mirada gentil

-Soy Klass, reina de las maldiciones, tu reina partir de ahora y tu nombre será Kotaru.

-Mi señora

Sujeto mi mano y la beso, sería un buen sirviente, su vida al parecer había acabado de forma repugnante, sin embargo, yo le había dado la vida que necesitaba. Luego de esa noche lo lleve a mi castillo, en donde le di comida, un baño y ropa limpia.

Sus deberes eran entrenar por ahora, debía volverse un guerrero lo suficientemente fuerte como para protegerme de todo. Conforme las estaciones cambiaban, Kotaru cada vez se veían más diferente, pronto, había dominado las técnicas más difíciles y actualmente encabezaba mi ejército.

Dos años pasaron bastante rápido, y así él se volvió un compañero, la soledad siempre había sido agradable, pero Kotaru me hacía feliz, pese a que ahora era una maldición, él conservaba cosas humanas que me agradaban; me hacía reír y apoyaba en todo. Nunca note en que momento empece a sentir un calor en el pecho al estar cerca de él.

-Mi señora -el pelinegro me saco de mis pensamientos- ¿me escucha? Parece distraída el día de hoy.

Estábamos planeando nuestro siguiente movimiento contra el clan Zennin, él estaba parado frente a mí, firme como un soldado, mire la taza de té frente a mis manos y asentí.

-Kotaru, antes de atacar, investiga bien el área, no quiero errores, sabes que los detesto

-Si señora

-¿Cómo van tus entrenamientos?

-A la perfección, tal y como usted desea

- Estás muy servicial -solté una risa sarcástica -cúmpleme un deseo

-Lo que sea señora

- Enséñame aquello a lo que llamas comida humana

Su rostro se volvió carmesí y volví a reír ante eso. Sabía de sus platillos secretos, de que escapaba de vez en cuando a algún pueblo humano a comer sus comidas.

-Sé que comes comida humana -hable en calma- aún te gustan esas cosas...

-Perdone mi señora, no fue mi intención...

-Calla -me puse seria- prepara una cena para ambos esta noche, a las 7 en punto, no antes ni después.

-Si, con su permiso, me retiro

No espero mi respuesta, solo desapareció de mi vista, Kotaru era una maldición fuerte, sin embargo, sus lazos con el pasado y su vida humana lo detenían bastante, nunca hable de esto con él, y ahora pago las consecuencias.

-Mi señora

Akatashi apareció en el lugar, mi más leal sirvienta, aquella que había luchado en tantas guerras conmigo y mi mejor amiga, independientemente de todo, solo podía confiar en ella.

-Akatashi, ¿qué quieres?

-Oh vamos Klass -ella me sonrió- sabes a qué vengo

Arrugue la nariz en molestia, me estaba desesperando, esta semana estaba muy interesada en Kotaru y todo eso, cómo siempre decidí ignorarlo.

-Hay algunos aldeanos para cenar, pídele a Kurtis que...

-Klass para ya -me interrumpió- hablo de Kotaru

-Nada pasa con Kotaru Akatashi

-Pero te gustaría

-Soy una maldición -respondí furiosa- yo no siento algo tan corriente como el amor y mucho menos hacía un sirviente

El rostro de mi amiga se contrajo, note la mirada de tristeza que tenía en el rostro, estaba deshecha, yo la había lastimado, pero éramos mundanos, demonios, maldiciones, no podíamos sentir tal debilidad como el amor.

-Me marcho -mi amiga volteo- espero que recapacites sobre aquellos ideales tan repulsivos

Kotaru, el mocoso que salve, aquel que me negué a dejar morir por el simple hecho de querer ser "amable";

Fui a mi habitación y tome un baño relajante, quería arreglarme para la cena de esta noche, no peine mi cabello, lo deje suelto y me puse un vestido rojo para la ocasión; las horas pasaron más rápido de lo esperado y para cuando vi la posición de la luna, pude notar que eran las 7.

Salí de mi habitación y me encaminé al comedor, el olor tan extraño y extravagante se había apoderado de mí, al llegar al comedor vi todo tipo de platillos extraños y de un magnífico olor, Kotaru salía de la cocina con una botella en su mano, al notar mi presencia, me sonrió con amabilidad, estaba perdida.

-Mi señora -se acercó a mí- siéntese por favor.

Obedecí su petición y me senté en la silla principal, sirvió algunas cosas en mi plato y se sentó junto a mí, al probarlo, me sentí feliz, si era deliciosa, tanto como Kotaru presumía al degustarlas, voltee a verlo y sin darme cuenta sonreí, mostrando aquel lado que creí matar hace años.

-Kotaru -el nombrado me observó- me gustas Kotaru

-¿yo?

-Tu

Y así de simple y corto fue nuestro inicio, el inicio de todo, de las citas, del tiempo juntos, del primer beso y años más tarde, de la boda, aquella a la cual todos los demonios asistieron para ver a su nuevo rey.

-Mi señora -el chico frente a mi sonrió- estoy feliz de casarme con usted

Un beso unió nuestro compromiso, en un templo profano y poco predecible, al separarnos sonreí y sujeté sus mejillas con ambas manos, jamás había sentido tanta dicha en mi vida.

-Sukuna - mencioné

-¿Eh?

-Tu nombre ahora es Sukuna, el rey de las maldiciones y mi esposo.

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