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Los primeros siglos fueron gloriosos, Sukuna ya era respetado como rey de las maldiciones y junto a su esposa Klass, mantenían una vida feliz y dichosa; viviendo en el templo maldito al cual llamaban hogar, en aquel entonces, los hechiceros eran s...

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Los primeros siglos fueron gloriosos, Sukuna ya era respetado como rey de las maldiciones y junto a su esposa Klass, mantenían una vida feliz y dichosa; viviendo en el templo maldito al cual llamaban hogar, en aquel entonces, los hechiceros eran seres increíblemente escasos, por ende no debían preocuparse demasiado sobre ellos y cometieron el error de dejarse llevar por el momento y no ser precavidos.

Actualmente, los esposos se encontraban en el jardín principal tomando él té, era una extraña tradición que habían empezado a utilizar desde hace unos años; Sukuna observaba sonriente a su esposa, se sentía feliz y tranquilo y por primera vez en mucho tiempo, no pensaba en su antigua vida humana.

El clima era bastante caluroso, el olor a polen inundaba el jardín, adornado de todo tipo de flores y de un césped brillante, en el centro de este, había una mesa de cristal, una tetera de porcelana dorada y algunos sillones al rededor, era un lugar hermoso.

–Querida –incluso habían estado usando apodos raros o cursis entre ellos– ¿Estás bien?

–Ah –Klass sonrió, estaba muy pensativa aquella mañana, sin saber exactamente la razón– reflexionaba en algo pero no sé bien en porque.

–Podrías contarme –el moreno le sirvió un poco más de té– tal vez yo pueda ayudarte.

–Suponía en dejar esta guerra –Sukuna volteo a verla sorprendido, la guerra entre maldiciones y hechiceros era algo que había durado desde el inicio de los tiempos– en ser aliados de los hechiceros.

–Pero Klass, ¿qué sucede?

–Sukuna –ella dejó su taza a medio beber en la mesita de cristal, evito mirar fijamente a su esposo y exhaló con fuerza– ¿no crees que sería lindo vivir en paz, tener una familia y una vida?.

–Querida, los humanos nos odian, ambos somos consientes de eso –estaba preocupado, su esposa jamás había actuado así– ¿y si nos destruyen?

–Será por algo bueno, para que podamos ser libres...

–O cadáveres –la interrumpió, estaba en negación ante la idea– no, Klass, cómo tu esposo y el rey, me niego a ponerte en peligro.

–No estaremos en peligro si formamos una alianza.

–No se puede confiar en los humanos –los dedos de Sukuna aprisionaron la taza con fuerza– son pestes, personas crueles que consideran tener más derechos que cualquier otro ser vivo.

El ahora rey, seguía dolido ante la traición de su raza, cuando lo dejaron morir en medio de aquella noche helada, y ahora se negaría a dejar morir a su esposa.

–Solo necesitan ayuda, para encontrar el camino correcto.

–¡Eh dicho que no, Klass!

Klass no comprendía la severa preocupación de su esposo, anteriormente el solía suplicarle porque detuviera esta guerra, sin embargo, ahora era el quién lideraba sus ejércitos y masacraba aldeas. El pequeño y dulce Kotaru había desaparecido y pese a que su personalidad y trato con ella seguía igual, se sentía algo incómoda en algunos momentos.

......

Una madrugada de invierno todo el caos se desató. La noche era helada y tal y como todos los demás, los reyes y señores del castillo dormían cómodamente en su recámara principal, lo primero que notaron fue un extraño olor a hierro y fango llegar a sus fosas nasales; Klass despertó primero, cubriendo su nariz ante el fétido olor.

–Sukuna –murmuro mientras trataba de despertar a su esposo, el cual parecía estar más dormido que nunca– despierta Sukuna...

Un ruido estremecedor la hizo saltar, parecía que alguien había tirado una puerta, ¿acaso había demonios peleando dentro del castillo? Eso estaba prohibido, sentía una opresión en el estómago y asquerosas ganas de vomitar, llevo su vista a su vientre abultado esperando que su bebe estuviera a salvo; la reina de las maldiciones ya tenía 7 meses de embarazo, y en su estado actual no podía darle batalla a nadie.

–¡Mi señora! –el grito de Akatashi la sorprendió, era agudo y aterrado– ¡Corra, mi señora!

Provenía del pasillo, Sukuna arrugo la nariz, y al oír el grito, rápidamente despertó de su profundo sueño, volteo el rostro en busca de Klass, viéndola aterrada, aferrándose a su vientre cómo si no hubiera otra salida, con los ojos llorosos y el labio temblando; jamás la había visto en tal estado. Los gritos eran ahora desgarradores, incluso causaban escalofríos en los demonios.

El demonio rápidamente se levantó y corrió a la puerta, poniendo un armario frente a él, en un triste intento de bloquearlo, fue al closet principal y saco un bolso escondido de debajo de las tablas de madera, había dinero y algunos amuletos importantes, metió algunas prendas de bebe y ropa abrigada para su esposa. Salió del lugar y corrió hacia la albina, la cual seguía en un estado inminente de shock, no parpadeaba, jadeaba con fuerza y tenía los ojos llorosos.

–Klass –él la sujeto por los hombros, obligándola a mirarlo– en este bolso hay todo lo que necesitas, ¡Ikoshi!

Un demonio de baja estatura y alas gigantes apareció ante él, volvió a ver a su esposa sal por el balcón y vete.

Ella seguía sin entenderle, atonita ante la situación, el ruido se intensificaba y el olor a sangre era demasiado fuerte cómo para ignorarlo, Ikoshi cargo a la reina en brazos y corrió al balcón, ya sabía que debía hacer, mantenerla a salvo cuesta lo que cueste, pero antes de salir ella habló, saliendo del shock.

–Sukuna, no los lastimes –él sabía que se refería a los humanos– no lo merecen, solo son seres tontos e...

–¡Mira lo que nos han hecho! –lanzo un grito ahogado en respuesta– mira nuestro hogar, a nuestros amigos caer, a ti caer...

–Estoy firme aquí –ella bajo de los brazos del demonio y se encaminó a su esposo– soy la reina, y es mi deber proteger a mis maldiciones

–Eres estúpida –el rostro de Klass se volvió una mueca, su nariz se puso roja y sus mejillas iguales, lloraría– tú causaste esto, si no fuera por tu estúpido plan de detener la guerra, ¡Akatashi murió por tu culpa!

Aquellas palabras la lastimaron y cómo una daga surcando su corazón, sollozo ante su esposo, Sukuna estaba furioso, su cuerpo ardía y empezaba a mutar en algo sumamente extraño, pronto, sus extremidades superiores se duplicaron y su rostro se deformó en una forma peculiar.

–Lárgate, no me sirves –su voz era más gruesa y fría que antes- jamas me serviste

–Este no es el kotaru del que me enamore, es una basura, una mala persona que piensa más en su poder y estatus que en su familia –coloco su mano derecha en su vientre– cuando este bebe nazca, ¿qué le diré? Que su padre murió meses después de concebirla, eso es lo que diré, ¡Porque este hombre frente a mí no es mi Kotaru!

Las últimas palabras de Klass no sirvieron de nada, Sukuna estaba enloquecido, ella decidió que la vida de su bebe era más valiosa y junto al demonio, desaparecieron, dejando a Sukuna pelear contra los hechiceros que habían atacado el templo maldito. No deseaba ver en lo que su esposo se había convertido, ya no podía seguir junto a el.


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