3. El choque de dos mundos

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📅 DÍAS DESPUÉS

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📅 DÍAS DESPUÉS

Lucía se atrevió a coger la bicicleta un par de días después. Y no lo había hecho antes, porque no pudiera, fue por falta de tiempo. La primera noche se la pasó llorando, más pensando en que su padre la había abandonado que en otra cosa. Se sentía una extraña en una casa donde no había estado nunca en su vida. Y aunque sus tíos eran un encanto, ésta, no era su hogar.

Se durmió pensando que intentaría sobrevivir a este verano y aprender de esta experiencia. Su tía le enseñó el pueblo y como guía turística era muy divertida. Ella era gestora y trabajaba en casa. Tío Fran era policía nacional. Estaba destinado en la capital e iba y venía todos los días los apenas 40 kilómetros que separaban el pueblo de Málaga capital.

Así que después de conocer lo más importante de Arroyo Laurel, Lucía cogió una tarde la bicicleta y se dispuso a dar un paseo por los alrededores. Cogió su ipod y se puso los auriculares mientras la última canción de Alvaro de Luna sonaba en sus oídos. No tenía pensado ir a ningún sitio fijo. Simplemente empezó a pedalear sintiendo el viento en su cara y como el sol quería cegarla.

Arroyo Laurel era bonita. De eso no había duda. La gente de aquí se conocía de toda la vida, aunque últimamente su población se había visto incrementada porque el pueblo era tranquilo, se vivía bien y la vivienda era asequible. Lucía pedaleó hasta pasar el polideportivo y adentrarse en un pequeño camino apenas asfaltado. Iba pendiente de los árboles que había a ambos lados de la carretera. Del bonito paisaje veraniego, de los girasoles que ya empezaban a esconderse y de los pájaros que volaban sin rumbo fijo. Casi como ella.

Estaba tan ensimismada que ni siquiera escuchó la moto que venía detrás de ella a una velocidad algo más elevada de la permitida. Su conductor iba tarde, muy tarde, y otra vez le caería una buena como no se diera prisa.

A Lucía una piedra algo más grande de lo normal la trastabillo y perdió el control de la bicicleta. Y eso, unido al hecho de que la moto al pasar, rozó su brazo, le llevó a perder el equilibrio y caer al suelo pegándose una buena castaña. Y encima la moto pasó por lo alto de una de las ruedas de la bicicleta mientras su ocupante intentaba no caerse también.

Lucía se llevó la mano a la rodilla al verla ensangrentada. Le dolía. Muchísimo. El ocupante de la moto se quitó el casco y miró a la rubia que yacía en el suelo. Sintió un vuelco en el corazón al darse cuenta de que era la misma chica del semáforo y sonrío pasando su lengua por sus labios. Había pensado en ella, si. Cada vez que caminaba por las calles del pueblo se preguntaba si se la encontraría y como abordarla. Y ahora la tenía delante de él, aunque no en la situación más idónea.

- ¿Porqué no miras por donde vas? -le gritó ella mientras intentaba ponerse en pie con bastante dificultad.

- ¿Porqué no miras tú? No se debe llevar nada en los oídos mientras se va en bici, podrías caerte -le dijo él con chulería. Lucía lo miró a los ojos y recordó unos ojos marrones que la miraban en lo alto de una moto. Recordaba esos ojos y por desgracia, a esa moto.

El Castillo - Brahim DíazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora