Capítulo 15

862 52 4
                                    

Ambos perdimos algo en el fuego
Alessandro POV

Acostumbramos a cometer nuestras peores debilidades y flaquezas a causa de la gente que más despreciamos. Un breve instante puede moldear o destrozar toda una vida; unos pocos minutos de retraso o un acontecimiento imprevisto pueden tener consecuencias desastrosas en situaciones como estas.

Las imágenes de la explosión se reproducen incansablemente en mi mente, todavía luchando por aceptar que el establecimiento quedó en ruinas en un abrir y cerrar de ojos. Todo lo que se vislumbra es una densa nube de humo y escombros devorados por las llamas. Los cristales de los inmensos ventanales salieron despedidos por la presión generada por el fuego. Las posibilidades de que haya sobrevivientes son mínimas debido al tremendo impacto que devastó uno de los puntos cruciales del club.

La atmósfera se saturó con el clamor de las ambulancias, los bomberos combatían incansablemente las llamas, mientras las sirenas de la policía ensordecían el área, al mismo tiempo que mantenían la multitud bajo control y acordonaban la zona, contribuyendo al caos que se gestaba. En medio de este torbellino, únicamente reinaban los clamores desgarradores, lamentos que emergían del abismo de la desesperación, una sinfonía discordante de dolor y miedo. Lo que me convenció de que no podía abandonar a Natalia a su suerte si aún estaba viva fue el hecho de que yo mismo la había metido en la boca del león, la había arrastrado a esta situación a través de amenazas y engaños. Era una deuda personal, un compromiso ineludible de ir a buscarla, de velar por su seguridad. Aunque sabía que la conflagración que se había desatado podía alcanzar proporciones trágicas, ignoré deliberadamente las señales que advertían sobre los abismos que podían abrirse. Todo para alimentar mi obsesión de demostrar el poder y la autoridad que ostentaba ante aquellos que habían susurrado dudas sobre mi dominio. Mi necedad había precipitado esta vorágine, y ahora, como el marino en medio de una tormenta, me aferraba a la misión de ir por ella y reparar lo que había sido irremediablemente dañado.

Ignore los llamados persistentes de mi hermano mientras salía de la camioneta. Con cautela, busqué una manera de entrar sin sufrir daños; la mayoría de las entradas estaban engullidas por las llamas. Finalmente, mi mirada se posó en un vitral roto que se convirtió en mi puerta de acceso hacia la zona trasera del club. Avanzar resultó arduo y laborioso; invertí un tiempo considerable para desplazar los fragmentos de concreto que obstaculizaban el camino y los muros derribados que bloqueaban mi trayecto. Mientras me abría paso, mi camino se cruzó con los primeros cuerpos calcinados, trágicos testigos de aquellos que no habían tenido la suerte de escapar de una muerte inminente al intentar huir.

Mis ojos se posaron en los semblantes de los cadáveres con un nudo en el estómago, temeroso de que uno de esos cuerpos inmóviles perteneciera a Natalia. Tracé un camino a través de los restos, recorriendo los vestigios de lo que alguna vez fuera una sección de lujo. Todo el dinero y la inversión se habían transformado en polvo y cenizas. Cada columna que desplacé, cada escombro que aparté, me llevó un paso más cerca de lo que se suponía sería una ruta hacia el corredor. El aliento de esperanza volvió a cobrar vida en mí, esa chispa de creencia de que Natalia podría estar luchando por su vida en algún rincón oscuro de este infierno del que yo había sido la mente maestra. Fue entonces cuando el eco de sus gritos, como un lamento cargado de agonía, llegó a mis oídos.

Ella yacía en el piso, aprisionada por un montón de escombros. Su cuerpo estaba lleno de contusiones, raspaduras y heridas que habían quedado expuestas al aire. Su semblante, oculto bajo un manto de cenizas y polvo, apenas dejaba entrever los trazos de su belleza. La sangre se derramaba de un lado de su boca, mientras que su frente llevaba la huella carmesí de un impacto. Observarla en ese estado, quebrantada y vulnerable, me costaba. A pesar de la fragilidad de su situación, encontraba en su interior una fuerza insospechada, una voluntad férrea que la mantenía aferrada a la vida. Aquella mujer intrépida, quien no titubeó en desafiar incluso a los miembros más poderosos de la mafia, me miraba ahora con ojos de fatiga, como si en sus pupilas destellara la inocencia de una niña.

En Contra del Tiempo (Nueva edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora