Capítulo 34

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Heridas del Tiempo
Alessandro POV

Tanto lo bueno como lo malo tienen una fecha de vencimiento. Mi tiempo con Dominique ha sido un capítulo singular en mi vida, un viaje que comenzó como una escapatoria forzada y se convirtió en una serie de momentos inesperados.

Regresar a Sicilia después de estar dos semanas en la isla griega, aunque parezca un regreso al pasado, significa enfrentarse a lo que éramos y a lo que pudimos haber sido. Dominique ya no será la misma mujer que fue durante estos días que compartimos juntos. En la isla, descubrí su amor por las pequeñas cosas: el brillo especial que tenía cuando hablaba de los atardeceres, como se perdió por completo ese dia que la lleve a una librería local, su pequeño bailecito cada vez que probaba una comida que le gustaba, moviendo sus hombros manera juguetona y esbozando una sonrisa que iluminaba su rostro. También estaba el pequeño hoyuelo que se formaba en la comisura de su boca del lado izquierdo, una marca sutil de su alegría genuina.

A menudo me encontraba pensando, Dios, ella es hermosa, no solo por su apariencia, sino por la forma en que su belleza interior se reflejaba en cada gesto y en cada momento. Me sorprendía cómo una mujer que, en su modo operativo, mostraba una apariencia dura y una fortaleza implacable, podía revelar un lado tan inocente. Verla así, con una fuerza que había emergido de sus experiencias más duras, y sin embargo aún capaz de sonreír y de apreciar la belleza en el mundo, era un don excepcional.

El sol se estaba poniendo, tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados que se reflejaban en el agua. Su momento favorito del día. Dominique se veía relajada, pero podía notar un leve temblor en su voz cada vez que miraba hacia el mar.

—Vamos, Natalia — le dije tratando de calmar su inquietud—. El mar no va a morderte. Solo camina un poco más cerca, no te va a pasar nada.

—¿Sabes que si me meto en el agua con este clima, probablemente me dé una hipotermia? —respondió, tratando de mantenerse firme pero claramente nerviosa.

—En ningún momento dije que te metieras en el agua. Solo te pido que te acerques un poco más. Tan solo mira ese atardecer.

La verdad era que conocía su debilidad por los atardeceres. Había visto cómo se quedaba hipnotizada, completamente perdida en la belleza del cielo teñido de naranjas, rosados y púrpuras.

—Estás utilizando el atardecer a tu favor, ¿verdad? Sabes que no puedo resistirme a ellos.

Me reí, inclinándome un poco hacia ella mientras mantenía mi mano en su cintura, guiándola con suavidad hacia la orilla.

—Tal vez... —dije con un tono juguetón—. Pero, si ayuda a que te acerques un poco más al agua, diría que vale la pena.

—No creo que sea justo. Eso es jugar sucio.

—No es jugar sucio, Natalia. Es más bien una pequeña estrategia para ayudarte a salir de tu zona de confort.

Ella rodó los ojos, pero la sonrisa en sus labios delataba que estaba más relajada. Nos acercamos más al agua, lo suficiente para sentir la brisa fresca del mar y escuchar el sonido de las olas rompiendo en la orilla. El invierno hacía que la idea de tocar el agua fuera impensable, pero estar allí, tan cerca, sin cruzar ese límite, era un desafío en sí mismo para ella.

Al notar su vacilación, coloqué mi mano suavemente detrás de su cintura, guiándola hacia adelante con una ligera presión.

—Vamos, un poco más —le dije en un tono tranquilizador, aunque ella me lanzó una mirada de advertencia.

En Contra del Tiempo (Nueva edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora