Capítulo 32

66 2 0
                                    

Una Vida Prestada
Alessandro POV

Creta, a diferencia de la imagen idílica que tenía en mente, mostró un rostro diferente en invierno. El paisaje, aunque hermoso, estaba cubierto por una capa de frialdad que no esperábamos. Las colinas y montañas tenían un tinte gris, y el viento gélido cortaba mi piel. El viaje hasta aquí había sido todo un desafío. Tres largos días navegando, sobreviviendo con lo poco que teníamos, que era prácticamente inexistente.

El segundo día fue especialmente duro. La última noticia que recibí antes de que mi teléfono muriera fue que Stephan ya no estaba en el almacén donde lo había tenido retenido durante semanas. Esa era la razón de mi llamada: quería asegurarme de que todo estuviera en orden antes de liberar a Stephan como parte de nuestro acuerdo. Pero evidentemente, alguien ya se me había adelantado.

Llegar a Grecia debería haber sido un alivio, un respiro después de días de caos. Pero la realidad era otra.  La situación se me escapaba de las manos, cada vez más rápido, como arena entre los dedos.

No he visto a Natalia... Diablos,debo hacerme a la idea que ese no es su nombre, debo de dejar de llamarla así, al menos en mis pensamientos. Su verdadero nombre es Dominique. Dominique Miller. Ella no debe sospechar que conozco su identidad real, al menos no hasta que yo decida revelárselo.

Desde su colapso emocional, Dominique ha estado distante. Pasa la mayor parte del tiempo en su dormitorio, durmiendo o fingiendo dormir.Cada vez que intento hablar con ella, sus respuestas son breves, y su tono, apático. En estos días no he podido sacarme de la cabeza su imagen, sus ojos rojos de tanto llorar, su respiración entrecortada. Intentaba entender cómo alguien tan fuerte se había desmoronado de esa manera.

Incluso las manos más fuertes pierden su agarre y las almas más grandes aún se rompen.

Pero sabía que parte de la culpa era mía.

Caminé hacia el camarote donde ella estaba. La puerta entreabierta me permitió verla en su cama, acurrucada bajo las mantas, su cuerpo apenas un bulto inmóvil. Me apoyé en el marco de la puerta, debatiéndome entre entrar o dejarla descansar. Finalmente, me acerqué y me senté en un extremo de la cama. Ella lucía tan en calma, que parte de mí no quería despertarla.

—Natalia —susurré en voz baja, pero lo suficientemente alto como para que ella pudiera escucharme si estaba semi despierta.

No hubo respuesta. Me incliné un poco más cerca, observando su rostro sereno. Me dolía pensar en todo lo que había pasado. Nuestras vidas no han sido tan diferentes de lo que pensaba. Ella, al igual que yo, había pasado por el infierno, pero de alguna manera seguía de pie. Verla así, vulnerable y rota, despertaba en mí una determinación feroz. No permitiría que nada ni nadie la lastimara de nuevo. No importaba a quién tuviera que enfrentar o qué tuviera que sacrificar. Si tenía que mantenerla oculta del mundo entero para asegurarme de que estuviera a salvo, lo haría sin dudar.

—Natalia, despierta —dije de nuevo, esta vez con más urgencia. Sus párpados comenzaron a moverse lentamente y, después de unos segundos, sus ojos se abrieron, llenos de confusión.

—¿Qué haces aquí? —murmuró, su voz quebrada por el sueño. Sus ojos recorrieron la habitación antes de fijarse en mí. Apartó la mirada, enfocándose en un punto indeterminado, con las manos entrelazadas, el borde de sus uñas visiblemente destrozadas.

—Te has estado lastimando. —Tomé una de sus manos, estaban heladas.

—Deja la puerta entreabierta cuando salgas —respondió, apartando su mano de la mía y escondiéndola entre las sábanas.

—No lo haré, porque nos iremos juntos. Hemos llegado a Grecia. —Le sostuve la mirada, mi tono decidido.

—¿A Grecia? —preguntó. Sabía que ella estaba tratando de entender la situación, de darle sentido a todo en medio de su caos interno.

En Contra del Tiempo (Nueva edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora