Capítulo 17

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El escalofrío que me recorre mientras miro la escena montada en la cocina, me alerta de que algo no muy bueno va a pasar. Los chillidos de mis padres aumentan cada vez más, al igual que aquella vez…

Por mucho que mi cerebro le mande órdenes al resto de mi cuerpo para que reaccione, para que salga corriendo y poder gritarles a mis padres ¡ESTOY AQUÍ! Este no reacciona. Mis piernas se mantienen inmóviles por la impresión, y mis oídos escuchando atentamente la discusión a gritos.

Por la mirada desafiante de mamá, y por los ojos rojos de papá, voy comprendiendo la situación. Los motivos de la disputa se van aclarando en mi mente, y los ojos se me llenan de lágrimas – Aunque no dejo que ninguna caiga –, por la decepción que me golpea en el pecho.

                – Por dios, Richard. Ya no sé ni que haces con tu maldita vida. ¿Crees que no afectas a la niña? Quizás ahora no, pero estoy segura que ver a tu padre llegar borracho a casa no es agradable – Le hecha en cara mamá. Haciendo énfasis en la palabra borracho. Con una voz rota, dolida, y con los ojos apunto de salírseles de las órbitas. Ese reproche parece sacarle totalmente de sus casillas a papá, porque estira sus hombros, en una pose imponente, inhalando aire, para luego chillar;

                – ¡¿Ves?! Por esta razón Kayla es mejor. Tú no paras de echarme putas cosas en cara, me mandoneas, chillas, te quejas de todo mi comportamiento. ¡Eres irritante! ¡Ella me escucha! Me da cariño, quiere pasar tiempo conmigo, me entretiene. Y hace unas mamadas… Pero ese no es el caso. Si fueras yo, entenderías mis razones, y verías con claridad las diferencias entre vosotras dos. – Mi padre ha cambiado su tono a uno mucho más autoritario, dejando a mi madre dolida, sin palabras y con los ojos muy abiertos, atentos. Sus palabras tienen un claro efecto en mí, pues todas las lágrimas acumuladas comienzan a escaparse de mis ojos con un claro descontrol. Papá… Con… ¿Otra? Tan solo de pensarlo mi corazón se parte, y a penas puedo sostenerme del susto.

                – ¡Hijo de puta! – Le chilla mi madre, tirándose del pelo por la frustración – Tal y como hago yo –, y empezando a andar por la cocina.

Su paso se detiene cuando mi padre pierde la paciencia claramente. La vena de su cuello se le marca notoriamente, indicando que está a punto de perder el control de si mismo. La agarra del brazo fuertemente, con los ojos que echan llamas. En cambio la mirada de mi madre muestra el miedo que tiene, y por la mueca en su cara, el agarre le dejará marca. Mi corazón late desesperadamente, metiéndome más miedo, y debe de ser eso lo que me saca del shock, porque de pronto me siento con las fuerzas suficientes como para parar esto.

Dando un fuerte portazo cierro la puerta, captando la atención de los dos adultos. Mamá se gira hacia mí, con lágrimas en los ojos y la cara roja, lo que hace que se me encoja el corazón, o lo que queda de él. En cambio papá me dirige una mirada capaz de matar a cualquiera, y sobre todo, una que muestra que descargará su enfado con cualquier cosa o persona que se le ponga por delante. Ese gesto hace que automáticamente de un paso hacia atrás, a modo de defensa, pero entonces una fuerza en mí hace que corrija ese gesto, pues ya es hora de que alguien les pare los pies. Con pasos firmes avanzo por el pasillo que dirige a la cocina. Mamá me mira suplicante, a estas alturas no sé si para que me valla, o para que la ayude, de todos modos, sigo avanzando.

                – Ya vale, joder – Es lo único que se me ocurre decir. – Papá, suelta a mamá – Automáticamente, los ojos atentos y con furia de este, dejan de observarme, para mirar la mano que sujeta el brazo de mi madre. Como si se hubiera dado cuenta de algo, la suelta, volviendo a dirigir su atención hacia mí. El miedo me invade, pero no dejo que se note, pues sigo con mi desafiante mirada, la cabeza alta, y una segura expresión.

                – Creo que será mejor que te vayas un rato, Richard. – Dice mi madre, aun con la voz temblando, y el pecho agitado.

Para sorpresa de ambas, él abandona la sala, y se dirige a la puerta, para luego salir por ella, pegando un portazo, que nos sobresalta. Corriendo me acerco a mamá, y la abrazo con fuerza. Paso un brazo por su espalda, y la acaricio, dejando que solloce sobre mis hombros y me empape la camiseta de lágrimas. Ella me pasa una mano por el pelo, y a pesar de que me hace un poco de daño, dejo que continue haciéndolo. A los segundos, las lágrimas vuelven a caer por mi rostro, ahora soy yo la que empapa su verde jersey.

Contigo y sin tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora