Capítulo 4

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                                                                                              ~4~

Brittney

La luz de la entreabierta persiana golpea mis ojos. Me he despertado media hora antes de lo normal, y siento un raro cosquilleo en la tripa, noto la bilis subiéndome por la garganta como si fuera a vomitar. Es extraño, esto solo lo siento cuando estoy nerviosa o ansiosa por algo, pero hoy, nada en especial va a ocurrir.

Con cuidado de no revolverme más el estómago me levanto de la cama. Dirigiéndome hacia el armario color marrón clarito empotrado en la pared, cuando abro sus grandes puertas, me fijo en la cantidad de ropa que tengo para elegir algo que ponerme, entonces, y solo entonces la mente se me ilumina, ya me acuerdo de porqué estoy nerviosa, siento una punzada que comienza en mi estómago recorriendo todo mi cuerpo. Will... Ayer por la noche tuve una larga conversación conmigo misma, y llegué a la conclusión de que ese chico misterioso ya no era solo una atracción física. No estoy segura de que quiero de él, ni siquiera se si se puede decir que de algún modo le quiero. Pero de lo que no me cabe duda, es de la sensación de alivio que me entra cuando le veo entrar por la puerta, del cosquilleo que me acaricia el cuerpo poniéndome la piel de gallina cuando le miro, y de la curiosidad que vive en mi interior que solo se alimentaría sabiendo más cosas suyas a parte de su nombre.

Observo atentamente las opciones que tengo para ponerme, volviendo así a mi tarea inicial. Hoy he optado por unos vaqueros ajustados, los cuales marcan perfectamente mi culo, haciendo que parezca más ejercitado de lo que verdaderamente está. Para la parte de arriba he elegido un top que me cubre hasta por encima del ombligo, es blanco y tiene el dibujo de una rosa encima de mi pecho izquierdo. Satisfecha por el conjunto que he creado, me miro al espejo, reviso que esta ropa marca mis curvas, y las detalla a la perfección. Nunca he podido quejarme de mi cuerpo, y estoy alegre por ello, no es perfecto, mis muslos son grandes para mi gusto, y siento que tengo la clavícula demasiado marcada, pero suelo aceptar esos defectos que a la gente le gustan e intentar no criticarlos de más.

Me quito el moño desordenado que tenía en la cabeza, con cuidado de no enredarme el pelo con la goma, y me dirijo al baño. Hoy tengo suficientes fuerzas como para maquillarme un poco más que el resto de días, así que tras peinarme, me paso la plancha y me aplico rímel en las pestañas, luego he cogido el lápiz negro de mi madre y me he dibujado la raya de abajo. Me encanta maquillarme de esta manera, no me parece excesivo, y se que me sienta de maravilla, también me echo la colonia que me regalaron por mí cumpleaños, empecé a utilizarla ayer, y huele genial.

Bajo dando brincos por las escaleras. Pero toda la alegría que podía haber estado en mí, se esfuma en cuanto me fijo un jarrón roto en el suelo, y a mi padre tumbado en el sofá, durmiendo. Eso me recuerda con quienes vivo, mis padres, dos personas incapaces de dejar a un lado sus diferencias por su única hija, fruto de aquel desastre.

Los ojos se me están empezando a humedecer, noto que tengo la vista borrosa, y no puedo evitar que se me salten gotitas de los lagrimales, al imaginarme el motivo por el cual el jarrón fue arrojado al suelo a noche. Mis padres estaban gritando, y probablemente fuera porque mi padre bebió demasiado y su rabia se concentró dentro de su organismo, obligándole a expresarla con violencia, supongo que estaría lo suficientemente sobrio como para saber que si volvía a pegar a mi madre le iban a caer cargos muy gordos, y optaría por tirar algo con valor sentimental para ella. Porque sí, ese jarrón blanco decorado con rosas, ahora hecho añicos, se lo había regalado mi bisabuela cuando mi madre cumplió los diez y ocho, lo hizo con sus propias manos, pensando en ella y en su obsesión por las rosas que tenía desde pequeña.

Contigo y sin tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora