Capítulo 4

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Helmut no supo si reírse o llorar. Se quedó muy quieto mirándole.

¡Patty! Pensó. ¡Tenía que ser Patty! Era la única posibilidad con sentido. Su enfado irracional por lo que él le había dicho a Patty, su súbita decisión de renovar la casa, coinci­diendo con el retorno de la muchacha a Sweetwater.

Así que era eso.

Estaba enamorado y pensaba que Patty había vuelto dema­siado pegada a la forma de ser de los de la ciudad como para que le gustara alguien como él. Así que estaba haciendo el sa­crificio supremo de tratar de volverse un caballero Pigmalión al revés.

-¿y bien? -insistió él mirándolo-. ¿Sí o no?

-Seguramente habrá alguien que lo pueda hacer mejor.   

-Nadie como tú- su mirada se posó en Helmut, llena de aprecio y de algo mucho más profundo que Helmut no fue capaz de ver- Eres un caballero. No, no hay nadie que me pueda en­señar mejor que tú.

Helmut se quedó mirando fijamente la cafetera.

-Tómatelo como un reto, como algo con lo que llenar tus horas libres. ¿No te has sentido nunca solo?

Helmut levantó el rostro y le miró a los ojos.

-Sí -dijo- Sobre todo desde que murió mi tío.

-¿No sales con nadie?

Helmut volvió a sentirse violento. Había una razón para ello, pero no quería hablar de eso con él, por lo menos, en ese momento.

-Me gusta estar solo.

-No es bueno para un joven vivir solo. ¿Ni siquiera has pensado en casarte?

-He pensado en un montón de cosas. ¿Cómo quieres el café?

Sirvió las tazas y buscó la leche en el frigorífico. El interior estaba tan desordenado como el resto de la casa.

-No tengo leche, si es eso lo que estás buscando.

-¿Tienes cientos de vacas en el rancho y no tienes leche?

-Esto no es una granja.

-¡Pero una vaca es una vaca!

-¡Si quieres la maldita leche, ve y ordeña una!

  Helmut puso entonces los brazos en jarras y se quedó mirándo­le fijamente. James se echó para atrás. Entonces, Helmut dio un profundo suspiro y puso las tazas de café sobre la mesa.

-Eso es lo que más me gusta de ti- le dijo James sentándose en una de las viejas sillas.

-¿El qué?

Él sonrió despacio y sus ojos azules brillaron.

-Que te enfrentas conmigo.

Antes de poderlo pensar, Helmut le contestó:

-Pues anoche no te gustó.

-Estaba borracho.

-¿Por qué?

Él se encogió de hombros.

-Todo me sobrepasó. Empecé a pensar en lo solo que estaba... No esperaba verte hoy; pensé que no ibas a querer volver a hablar conmigo.

-Todos tenemos depresiones a veces, incluso yo. Está bien, no pasó nada -cuando dijo esto se tocó el labio inferior con la lengua- Bueno, nada que dure para siempre.

  -Lo que le dijiste a Patty era cierto-le dijo él.

-Yo no quería decir eso; o lo que te llamé anoche. No eres un hombre poco atractivo, James.

-Mira, por fin he logrado hacer algo de dinero y lo he invertido en algunos negocios que me van a dar buenos dividen­dos. Pero no hay nada en mí que pueda atraer a...  Alguien física o intelectualmente, y tú lo sabes.

Helmut contuvo la respiración.

¿Creía eso realmente?

Le re­corrió lentamente con la mirada todo el cuerpo, fijándose en los poderosos músculos de sus brazos, su poderoso pecho y las lar­gas piernas.
Debía reconocer que no estaba nada mal. Incluso sus facciones atractivas... si estuviera afeitado y bien peinado.

De repente, se acordó de lo que le había dicho Patty acerca de cómo se comportaría James en la cama y se puso colorado.

Él lo miró justo a tiempo para darse cuenta de su rubor y frunció el ceño.

-¿Qué te ha hecho ponerte así?

Helmut se preguntó lo que podría decir él si le contara que Patty y él habían estado hablando de su posible comportamiento­ sexual.

-Nada. Un pensamiento tonto.

-Veintiséis años y todavía te ruborizas como un virgen– murmuró él observándolo–. ¿Lo eres todavía? -le preguntó sonriendo.

-¡James Buchanan Barnes! -exclamó él.

-No sabía que te supieras mi nombre completo.

-Me enteré cuando el tío te vendió esas tierras.

-¿Ah, sí? Todavía no me has contestado. ¿Me vas a enseñar a comportarme?        

–James, cualquier persona que te quiera no va a tener en cuenta la forma de ser que tienes... -empezó a decir Helmut diplomáticamente.

-Ésta sí lo hará.

  Helmut se sintió celoso de repente, sin saber por qué. ¡Era ridículo!

-Bueno...

-No soy un idiota, puedo aprender.

-Oh, de acuerdo.

Él pareció relajarse un poco.

-¡Magnífico! ¿Por dónde empezamos?

Helmut le miró detenidamente, rogando al cielo que lo ayuda­ra.
iba a necesitar un milagro.

-Necesitas ropa nueva, un corte de pelo, afeitarte...

-¿Qué clase de ropa?

-Camisas, calcetines, otros vaqueros, y un par de trajes.

-¿De qué tipo? ¿Color?

-Bueno. ¡Y yo qué sé!

-Tienes que venir conmigo a Phoenix. Allí hay algunos grandes almacenes.    ­

-¿Y por qué no vamos a la tienda del pueblo? -protestó

-No me apetece que nos vean juntos por allí.

-De acuerdo, iremos a Phoenix.  

-Mañana. Es sábado- le recordó James cuando Helmut ya iba a protestar- No creo que tengas ningún negocio que no pueda esperar hasta el lunes. Trabajas demasiado, así te tomarás mañana un día libre. Te invitaré a comer. Así me enseñarás de paso algo sobre la forma de comportarse en la mesa.

Aquello no parecía que fuera a ser un trabajo para las horas libres, pero, de repente, se dio cuenta de que no le importaba. Ese proyecto podía ser divertido al fin y al cabo.

Después de todo, James no estaba escaso de posibilidades. Su físico era magnífico.

¿Cómo no se habría dado cuenta hasta entonces de eso?

Cogió su taza y se bebió lo que le quedaba de café mientras James sorbía el suyo.

–Eso es lo primero- le dijo indicándole la taza- bebe, no sorbas– cuando él trató de hacerlo, y lo logró, Helmut le son­rió. Él le devolvió la sonrisa y una extraña sensación recorrió su espalda.

Tenía que tener cuidado, se dijo a sí mismo. Después de todo, le estaba preparando para una mujer, no para él.

Y luego se preguntó la razón por la que ese simple pensamiento lo deprimía tanto.




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