Capítulo 5

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Si al principio le había parecido algo fácil el ayudar a James a comprarse ropa, Helmut cambió pronto de parecer.

-¡No puedes decirlo en serio!- le dijo James cuando entre Helmut y el vendedor intentaron que se pusiera una camisa azul pálida con el cuello blanco- Los chicos se van a reír de mí cuan­do me vean aparecer con eso.

-Quizá sea mejor una totalmente lisa o con un pequeño es­tampado- le dijo el vendedor.

-¡Dios me libre!

-Con una lisa, digamos... rosa, podrá llevar una corbata de rayas.

-¡Yo no me voy a poner una camisa rosa! ¡Soy un hombre!

-De las cavernas -le corrigió Helmut- Si no quieres que te ayude, me voy a comprar una barra de labios.

-¡Quédate ahí!- le dijo él cuando Helmut ya empezaba a irse- De acuerdo, me la llevo.

Helmut no sonrió, pero le costó un buen esfuerzo.
Le miró y se dio cuenta por enésima vez esa mañana de que recién afei­tado y con el pelo corto, sus vaqueros nuevos, una chaqueta bei­ge y una camisa de manga corta blanca, parecía diferente. Ves­tido correctamente, podría estar verdaderamente impresionante.

Después de algunos minutos, logró convencerle de que las camisas a rayas no eran afeminadas en absoluto y se compró varias de diferentes colores. Luego, le llevó al departamento de trajes.

El vendedor le acompañó a los probadores y, cuando volvió algunos minutos más tarde, vestido con un traje azul oscuro, una camisa azul claro y una corbata granate, Helmut estuvo a punto de caerse de la silla. No parecía el mismo James, excepto por los rasgos de su cara y los brillantes ojos azules.

-¡Cielos! -exclamó Helmut.

La expresión de James se suavizó un poco.

-¿Qué tal? ¿Estoy bien?

-Perfectamente -le contestó Helmut sonriendo- ¡Señoras, no miren!

Él sonrió también.

-De acuerdo. ¿Qué más necesito?

-¿Qué tal algo de color crema? uno de esos trajes estilo Oeste.       

James se probó uno con resultados similares. Tenía un cuer­po magnífico y le quedaba bien cualquier cosa que se pusiera. Después, se compró un par de botas nuevas y un sombrero.

Justo antes de que salieran de los grandes almacenes, Helmut re­cordó que no había comprado algo muy importante. Se lo fue a decir, pero no supo cómo hacerlo.

-¿Pasa algo? -le preguntó él.

-Nos hemos olvidado de una cosa.

-Yo no uso pijama.

-¿Y lo que se suele llevar debajo de la ropa? -le dijo Helmut por fin, evitando mirarle.

-¡Andá! ¡Eres tímido! -exclamó él riéndose.

-¿Y qué? Nunca antes había ido de compras con otra persona. Además, ¿tienes calcetines?

-Creo que es mejor que vuelva dentro, ¿no?

Dejó entonces las cosas en el coche, le abrió la puerta y lo ayudó a entrar.

-Espérame aquí un momento, no tardaré nada.

-De acuerdo.

Helmut se le quedó mirando mientras se alejaba. El jugar a transformarle empezaba a ser algo divertido a pesar de las si­tuaciones embarazosas que se podían producir.

Helmut paseó la mirada por el interior del coche; estaba impecable. Se imaginó que habrían sido los chicos del rancho los que lo habían dejado así, ya que nunca antes había estado tan limpio. Cogió la punta de flecha que estaba colgada del re­trovisor, Y frunció el ceño cuando se dio cuenta de con qué es­taba sujeta: una cinta de terciopelo azul que él creía haber perdido.

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