Capítulo 12

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Maratón: 3/3

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A Helmut le temblaron las piernas cuando James lo forzó a seguir un ritmo que más parecía que estaban haciendo el amor que bailando. Sus caderas rozaban las de él, y nunca en su vida se había sentido tan extraño y vulnerable.

-Tengo miedo.

Helmut ni siquiera se dio cuenta de que lo había dicho en voz alta, pero James lo oyó perfectamente.

-Lo sé. Pero yo no quiero hacerte daño.

Helmut le miró a la cara y lo que vio en su expresión hizo que se sintiera aún más turbado.

-No, tú no eres el único que se siente vulnerable -le dijo James, tajante.

Sus fascinados ojos se quedaron fijos en los de él. Le acarició los hombros y pudo apreciar la reacción que sus movimientos provocaban. Le desabrochó entonces el cuello de su camisa, y James contuvo la respiración, aunque no hizo nada por detenerlo.

-Yo... ¿James? -murmuró Helmut.

-Sigue, hazlo.

-Pero...

La entreabierta boca de él lo tocó en la frente-Hazlo.

Fascinado, le puso ambas manos, sobre el pecho y empezó a acariciárselo con lentos y tímidos movimientos. Parecía gustarle lo que le estaba haciendo, si es que la intensa dureza de sus facciones era señal de ello.

Helmut deslizó las manos por su musculosa espalda y, cerrando los ojos, apretó la mejilla contra la desnuda piel del pecho de James. Olía bien, a hombre, y pasó de apoyarle la mejilla a acariciarle con los labios, como si se tratara de un sueño.

-Bésame -susurró James- No, querido, así no. Abre la boca y hazlo así. Sí, así -gruñó algo incomprensible y lo apretó con más fuerza- Así.

Helmut le pasó la boca por cada centímetro del pecho; por los hombros, el cuello, la barbilla. Pero, incluso de puntillas, no pudo alcanzar su boca.

-James -protestó por fin. 

-¿Quieres en la boca?

-SÍ -le dijo Helmut rozándole lentamente su cuerpo con el suyo- SÍ, me muero de ganas!    

Entonces, él se inclinó y los labios de los dos se unieron y se saborearon entre sí, Se abrazaron con más fuerza y el beso se hizo cada vez más cálido y explosivo.

Las manos de Helmut exploraron el cuerpo de James, la espalda, los hombros y, por fin, el musculoso estómago.

James se estremeció y levantó la cabeza. Helmut le miró confuso.

- ¿No quieres que te toque así? -murmuró.

-Me encanta -replicó él-. Desabróchame el cinturón.

Helmut enrojeció.

-¡No! ¡no puedo hacerlo!

-Es mi cuerpo, ¿no? Y si a mí no me importa, ¿por qué te tiene que importar a ti? ¿Es que no sientes curiosidad?

Por supuesto que la sentía. Nunca antes había querido tocar a un hombre de esa forma, ni siquiera a Ben, cuando tenía dieciocho años.

Cuando se dio cuenta de eso, se estremeció de la cabeza a los pies.

-Helm -le dijo él tranquilamente- Yo no podría seducirte. Tú también tendrías que ser deseado.

-Pero...

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