Capítulo 3

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Miró  entonces a través de los dedos. 
El comprador estaba tratando de  sentarse, y  Barnes  estaba de pie cerca  de  él,  fumándose  el cigarrillo  como  si  no  hubiera pasado  nada.

-¡Largo  de  mis  tierras, hijo  de...!  -siguió  una sarta de  insultos  mientras se inclinaba y  cogía  al  hombre  de  la  solapa  obligándole a levantarse:  Le  metió a empujones en el coche y cerró  la  puerta  de golpe.

Helmut  se  quedó  como  petrificado cuando  el  coche  arrancó.  Se  le  quedó mirando  durante  un  largo  instante  y  entonces,  con  un  suspiro,  empezó  a  andar siguiendo el  mismo camino  que el  coche.

-¿Dónde  demonios te  crees que  vas?-le  preguntó  Barnes.

-Al pueblo. 

-Todavía  no,  quiero  hablar  contigo.

Helmut se  dio  la  vuelta y  le  miró.
-Pero  yo  no  quiero.

Él  lo  cogió  del  brazo  y  lo  llevó  hasta  la  casa.
-¿Te he  preguntado yo  algo?

-¡No, no  lo  haces  nunca!  ¡Haces  lo  que te da la gana!  Él  te  ha ofrecido un  precio bastante  generoso.  ¡Me  vas  a  costar una  fortuna!

-Ya  te  dije  que  no  le trajeras aquí.

-¡Pero tú  le dijiste a  mi secretaria  que  podía venir!

-¡Y  un cuerno! Lo que  le dije a Angie es que podía venir  si  creía que  estaba  en  su día de  suerte.

Y la  pobre  Angie no  se  había dado  cuenta  de  lo que  aquello  quería  decir en realidad.

-Angie es nueva -murmuró Helmut,  permaneciendo  de  pie en el  destartalado salón. 

Ni  siquiera  había electricidad.  Lo único que  tenía  era  algunas  lámparas  de petróleo y unos  muebles  donde él no  se  habría  sentado por nada  del mundo.

-Siéntate- le  dijo James acercándole  un  destrozado  sillón.

Él  se  quedó  de pie.  Había estado  en  esa casa sólo  una o  dos veces,  con su  tío,  y desde que éste murió,  siempre había encontrado  alguna  excusa  para  quedarse  en  el porche cuando  iba por allí  para  hablar  con Barnes.

Lo miró  con una  expresión extraña cuando  vio la  cara con   la  que estaba mirando su reducido  mobiliario.  Se  levantó enfurecido y entró en la cocina  

-Ven aquí,  a lo  mejor las  sillas de la  cocina  te parecen  mejor  para  tu exquisito trasero.

-Lo  siento-le dijo el joven zemo entrando  en  la  cocina– No quería ser tan  grosero.  

-Lo  que  no querías,  era  ensuciarte tu  preciosa vestimenta con mi  mobiliario- le dijo él riéndose.

-Bueno, ¿qué quieres?

-Esa es una  buena pregunta– Le respondió él apagando en  un  cenicero el cigarrillo- Hasta  ahora  no  me  había  dado cuenta de  lo  bestia  que  podía llegar  a  ser.

-No  te preocupes,  lo de  anoche me lo tomaré como  una  experiencia.

-¿Tienes  mucha? -le preguntó  él mirándolo a los ojos- ¿Luchaste conmigo  porque  tenías miedo?

-¡Me estabas  haciendo  daño!– Le dijo él de  mal  humor.

Barnes respiró profundamente y las  pupilas  le  brillaron. Hizo  una leve pausa  y sus  siguientes  palabras  la  tomaron completamente por sorpresa.

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