i. El suicidio de Jin-su

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Musicalización del capítulo:
Time, Pink Floyd.

Semanas antes de la infección.

La noche era oscura y fresca, afuera, la lluvia caía a chorros fregorosos sobre la calle de cemento por la que Chayoung pasaba con apuro. Con una mano sujetaba fuertemente el mango de su paraguas azul, mientras con la otra intentaba frenar las pocas gotas que lograban llegar a su rostro. Un delgado río pasaba por el cordón de la calle junto a ella, arrastrando las hojas, ramas y envoltorios que las personas tiraban por el día. La música recorría por los cables de sus auriculares a todo volumen, pero de igual forma era opacada por el violento ruido de la cortina de lluvia que chocaba sobre los techos de las casas, edificios y del paraguas. Las sonoras quejas de Chayoung también eran silenciadas por las gotas incesantes. Cuando un fuerte rayo alumbró la calle durante un segundo, desde la ventana de un edificio una señora mayor tuvo que frotarse los ojos un par de veces para afirmar que por la vereda de enfrente había pasado una chica; no había nadie más en la calle, ni un solo auto.

La familia Choi era dueña de un supermercado el cual Chayoung se encargaba de atender en sus tiempos libres para ayudar a sus atareados padres, pero eran muy pocas las veces que le tocaba a ella cerrar el lugar por la noche y volver sola a su hogar. Ese era uno de esos días. Comúnmente solo atendía en la mostrador y les cobraba a los clientes, o ayudaba desempacar las cajas y ordenar los nuevos productos dentro de las estanterías y heladeras del lugar.

Pero esa noche, con una mano guardada en el bolsillo, la cabeza cubierta por la capucha de su campera, y su cuerpo resguardado bajo la tela impermeable de su paraguas, no tuvo de otra que cerrarlo mientras sus padres se ocupaban de sus asuntos personales. El supermercado lo había heredado su madre; hija única, cuando sus abuelos se jubilaron, y todas las responsabilidades y ganancias pasaron a pertenecerle a ellos, por eso, quizás, nadie reconocía el sitio como el supermercado de los Choi, porque siempre había sido de la familia de su madre. Chae, Choi, a Chayoung le parecían casi lo mismo al fin de cuentas, y no podría darle más igual el asunto, de modo que el sitio era también reconocido por ella como el supermercado de los Chae.

No estaba segura de si aquel sitio pasaría a las manos suyas o de su hermano mayor; después de todo, Joo-hyung estaba muy ocupado en el hospital tras acabar las residencias el año anterior, trabajando como médico general mientras se ocupaba de estudiar para la especialización en pediatría. Pero ella tampoco se hallaba especialmente interesada en hacerse cargo del supermercado, fuese Choi o fuese Chae.

Las quejas de Chayoung se vieron apagadas de repente, cuendo desde la azotea de un alto edificio a unos metros de la calle por la que ella pasaba un cuerpo chocó contra el deslumbrante cartel de una cervecería. Se sacó tan rápido los auriculares, cuyas esponjosas almohadillas abrazaban sus orejas, que en un instante sintió el frío helado chocar contra ellas, pero no fue aquello lo que la hizo sobresaltar y dar un salto en su lugar, obligándola a llevarse su única mano libre hasta la boca, ahogando un horroroso grito que amenazaba con salir. Aquello lo había ocasionado el fuerte ruido metálico que causo el cuerpo de un chico en cuanto chocó contra los caños de metal del pequeño balcón en el edificio. Hubo un estruendo en cuanto cayó al piso, y Chayoung no estaba segura si lo había causado el cuerpo al chocar contra una laguna de agua justo donde había caído, si habían sido los huesos del chico, que al caer se partieron, o una espantosa y aterradora mezcla de ambas. El cuerpo yacia tumbado en el piso, con las piernas y los brazos doblados de formas extrañas.

Chayoung camino hasta llegar a la entrada de un local, donde un pequeño techo de plástico la cubría mínimamente de la lluvia. Con las rodillas a punto de fallarle y los brazos temblorosos sacó su celular del bolsillo, frenando la música, que no había dejado de reproducirse en lo que ella miraba aterrada la escena. Haciendo su mayor esfuerzo marcó en la pantalla los números uno - uno y dos con sus nerviosos dedos, y espero ansiosa a que alguien atendiera. El aire no lograba llegar hasta sus pulmones, o no de manera correcta, se sentía ahogada, y el corazón pronto saldría de su lugar si continuaba palpitando con tanta fuerza.

yesterday, estamos muertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora