Capítulo 21

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No dejes que un gato te diga que hacer.

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Theo

Aunque lo niegue para los demás, mi interior sabe que me encanta hacer esto.

—No te quejes, que en el fondo te gusta y mucho.

Resoplo al teléfono y escucho esa risa que tanto me gusta.

—Bien, pero sabes que la cocina y yo no congeniamos. —menciono caminando hacia el lugar que es protagonista en nuestra conversación.

—¿Qué no congenian? ¿Are you loco? —esa expresión me hace soltar una carcajada—. Sí dejaras de trabajar como organizador de bodas estoy segura que todos los restaurantes se pelearían por ti.

—Que sepa hacer un platillo bien no significa que sea un genio en la cocina, Alana. —comienzo a buscar entre las estanterías para encontrar algo con lo que complacer a Alena.

—Sí claro, hazte el humilde ahora.

Ruedo los ojos.

—¿Qué quieres comer?

—Pescado. —puedo jurar que en este momento en su cara resaltan dos hoyuelos, junto a una radiante sonrisa.

—Bueno, sí después comienzan a perseguirte los gatos no me eches la culpa a mí.

Escucho como se carcajea y ese único sonido resulta gratificante.

Una voz al otro lado la llama.

—Bien, chefsito me tengo que ir.

—Está bien, yo me voy a cocinar para su alteza.

—Eso chefsito, ve a hacer tu magia.

Escucho una leve risa antes que cuelgue.

Niego frustrado, pero con una sonrisa en el rostro. Esta niña me va volver loco y no me importa en absoluto. De hecho, podría contribuir a ello.

Suspiro comenzando a buscar entre las compras, hasta dar con un pescado, que compró mamá esta mañana. Estas dos a veces pareciera como si estuvieran conectadas o fueran brujas.

Dejo salir un suspiro antes de ponerme a cocinar el pescado, con la esperanza de que esto valga la pena.

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Conduzco con el ceño fruncido. Estoy enojado, muy enojado.

Esta mañana cuando ya había terminado de cocinar, fui a ducharme, no caminé ni hasta el salón cuando un ruido en la cocina me alertó.

Corrí de vuelta encontrando en el suelo el plato de pescado, con un gato mirándome con ojos soñadores. Era Duque el gato de mi vecina, solo pude dejar escapar un suspiro frustrado y dejarlo terminarse el pescado.

Luego me monté en el auto y conduje hasta el centro comercial, todos se apartaban de mi por el olor a pescado, pero eso no me importó. Hasta que estuve a punto de pagar por el pescado y el centro comercial cerró.

Por mucho que peleé no me dejaron comprarlo, así que volví al auto conduje hasta el muelle por suerte, acababa de arribar un barco pesquero, y pude comprar el pescado. Pero al no ser suficiente el olor tuve que enredarme con una de las redes y caer sobre algunos pescados.

Mi camino hasta el auto fue perseguido por un montón de gatos maullando. Fue una completa travesía llegar a casa y volver a cocinar el platillo, pero por supuesto no me alcanzó el tiempo.

Seis meses para decir noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora