CAPÍTULO 5: El secuestro, parte 2

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-¿Cuánto te pedían?- Pregunta Luz Marina luego de haber mermado un poco su llanto.

-La primera vez me pidieron dos millones...

-¿La primera vez? O sea, esto viene pasando hace tiempo y no nos habías dicho nada...- Dice con un hilo de voz, a punto de romper en llanto nuevamente.

-No quería preocuparlos...

-¡¿Y cómo te parece que estamos ahora?! ¡¿Felices, saltando en una pata?!- Inhaló hasta llenar por completo sus pulmones de aire en un intento por calmarse. -Mi hija Augusto... Mi hija...- Comentó más serena pero las piernas le fallaron y terminó sentada en el suelo.

-Perdón... Perdón mi amor, yo tampoco quería que le sucediera esto, jamás he hecho algo con intención de dañarlos, ustedes son mi vida, yo también me estoy muriendo por no saber nada de Victoria.- Ahora era Augusto quien lloraba y se sentó al lado de su esposa, quién por primera vez no lo consoló.

-Dijiste que eso fue la primera vez, ¿Y luego?

-Me dieron una segunda oportunidad según ellos y subieron la cuota a cinco millones, que por mi seguridad y la de todos yo debía darles cinco millones de pesos cada mes. Les dije que no y luego pasó lo de la herida en la pata de Zeus y ahora la desaparición de Victoria junto al asesinato de Julio.

-¿Ya diste aviso a la policía?- La frialdad con la que su mujer le hablaba le hacía sentir aún más miserable a Augusto, pero reconocía su culpabilidad y prefería eso a que ella no le hablara.

-Sí, ellos en compañía del ejército van a tratar de encontrarla pero debemos avisarles de cualquier indicio y cualquier cosa que sepamos.

-Sabes muy bien que ellos no son muy eficientes, ¿Por qué no contratas a alguien que pueda seguirles el rastro? Alguien que de verdad se comprometa.

-Créeme que lo pensé, pero después de ver lo que le hicieron a Julio no soy capaz de poner en riesgo la vida de nadie más, no quiero cargar con otra muerte en mi conciencia.

-Tienes razón.- Fue todo lo que dijo antes de levantarse del suelo y acostarse en su cama para tratar de dormir un poco.

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-Veo caras nuevas, así que me veo en la obligación de darles la bienvenida.- Expresó aquel hombre de barba desprolija, tez blanca, de barriga prominente, nariz torcida, ojos saltones y un sin fin de cicatrices que sobresalían de su ropaje.

-Cállese... A nadie le importa.

-¿Y tú eres?- Aguardó un momento pero Victoria no contestó. -¿Quién es esta adorable criatura?- Hizo referencia esta vez a sus soldados con gran sarcasmo.

-Su nombre es Victoria Hernández señor, hija de Augusto Hernández.

Vaya! De haber sabido que posees tanta belleza, te habría mandado a traer antes.

-¿Por qué mejor no me saca de aquí? Y veremos...- Pero la pregunta de Victoria quedó en el aire, ya que, el sujeto continuó hablando.

-Mi nombre no les interesa, pero todos me conocen como Jaime Murillo, soy el comandante del bloque séptimo del Ejército de liberación del Estado Colombiano, conocidos como la guerrilla del ELEC.

Muchos inhalaron con asombro y temor debido al prontuario delictivo de aquel grupo armado al margen de la ley, se les acusaba y sus cabecillas eran los más buscados por extorsión, soborno, invertir en campañas políticas, secuestro, tortura, violación, asesinato, reclutamiento forzado, reclutamiento de menores y narcotráfico.

-Permanecerán así, los hombres compartirán esa celda y las mujeres esta, miren cómo se pueden acomodar para dormir, si tienen ganas de ir al baño le avisan a alguno de los centinelas, allá hay unos baños que podrán usar, de a uno, nada de querer ir en grupo, el desayuno se les servirá a las seis de la mañana, el almuerzo a las doce del medio día y la cena a las cinco de la tarde y el que se porte mal se queda sin comer, ¿Alguna duda?

-Sí, ¿Cuánto tiempo piensan tenernos aquí?

-Todos están por motivos diferentes, por lo que el tiempo va a variar, así que mi querida periodista, tu estadía en este lugar va a ser muy largo.

-Si viene el ejército a rescatarnos, por ejemplo, ¿Qué harán con nosotros?

Una carcajada retumbó en el lugar, provenía de la garganta del comandante Jaime Murillo, el comentario de aquel desconocido le había causado mucha gracia, todos esperaban impacientes la respuesta.

-¿Va a seguir babeando y escupiendo como pendejo mientras ríe o va a responder la pregunta?- Acotó Victoria, era la única en el lugar que se atrevía a encararlo, tal vez porque desconocía sus atroces delitos, porque pensaba que pronto la rescatarían o tal vez pensaba que podría contra él y escaparía.

-Con que muy chachita (atrevida, valiente), yo que tú mantenía mi boca cerrada... Con respecto a la pregunta les contaré un secreto, el ejército no va a venir por ustedes, nosotros le pagamos tanto a la pulga del perro como al mismísimo general de la República, sin mencionar al ministro de defensa, todos están comprados para que actúen a favor nuestro y no interfieran en nuestros planes, ¿Satisfechos? Ahora descansen... Feliz noche.

La noche era fría, los árboles se estremecían con brusquedad chocando las ramas entre sí causando estrépito debido a las fuertes brisas, los búhos, lechuzas y murciélagos surcaban el cielo haciendo su particular sonido, los estorbosos mosquitos a la hora de picar parecían tener una navaja y un pitillo en vez de su pequeño aguijón o como me corrigiera Victoria, su probóscide.

Solo una cobija vieja y maloliente protegía sus cuerpos del inclemente frío, victoria pensó en acercarse a alguna de sus compañeras para compartir calor corporal pero no las conocía y tampoco las quería incomodar más de lo que estaban.

Una lágrima se deslizó por la mejilla de Victoria, no podía creer lo que estaba viviendo, no quería morir allí, no quería estar lejos de su familia y amigos, quería seguir estudiando y tener una vida normal, clamaba al Dios que le inculcaron sus padres desde niña bajo la religión católica, no perdía la fe en que podría salir de ahí y creía firmemente en su padre, él no permitiría que ella sufriera, la amaba.

Una lágrima se deslizó por la mejilla de Victoria, no podía creer lo que estaba viviendo, no quería morir allí, no quería estar lejos de su familia y amigos, quería seguir estudiando y tener una vida normal, clamaba al Dios que le inculcaron sus p...

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Foto real de secuestrados

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