Primer libro de la saga: "Elementos"
"Y ella aparecerá y el reino de Astra resurgirá"
Un mundo lleno de seres mágicos.
Una profecía.
Una maldición.
Una ley que se debe cumplir y un dios que la quiere ver muerta.
Cinco elementos.
Y un secreto que cam...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Noté cómo mis pulmones quemaban. Sentí cómo mis piernas se debilitaban y una sensación de sofoco se apoderaba de mí. Zorelix saltó de mi hombro al suelo con una agilidad pasmosa. Empezó a esquivar los obstáculos que se interponían en nuestro camino, haciendo que yo lo imitara para evitar que me diera de bruces contra el suelo.
—Ya queda menos —dijo Zorelix, animándome—. ¿Sabes cómo puedes ir más rápido? —dijo con un tono de diversión.
—¿Cómo? —mascullé jadeando.
El sol se estaba poniendo en el cielo, haciendo que abriera los ojos como platos. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había salido del internado? No lo recordaba, pero creía que era más temprano que por la noche, aunque no llegaba al mediodía.
Era extraño el funcionamiento del tiempo en Cagmel. A veces me sentía desorientada. Las noches me parecían cortas, pero los días pasaban fugaces como estrellas en el cielo. Esto me hizo plantear: ¿cuánto tiempo habría pasado en el tiempo humano? ¿Sería de día? ¿Sería de noche? ¿Cuántos días habían pasado desde que me fui? Ladeando la cabeza, evité centrarme en cosas tan minuciosas como esa; debía llegar al castillo y ya, cuando estuviera allí, vería qué haría.
No estaba planeado; es más, había sido algo repentino, un impulso, un intento nefasto de buscar respuestas, respuestas que quizás no estaban en ese sitio, pero que me daban esperanza.
—¡Saltando! —dicho eso, vi cómo algo blanco salía por los aires y lo vi saltando de rama en rama.
Lo miré, parpadeé. ¿Cómo quería que hiciera eso? Si ni siquiera sabía cómo crear una estúpida flor. Zorelix se paró en una de las ramas, un poco alejado de mí. Sentándose en la rama y mirándome, me dijo:
—No pienses, salta; piensa que eres una con el árbol.
Era fácil de decir, pero difícil de ejecutar. Sin embargo, debía intentarlo, al menos eso. Parándome en seco y cerrando los ojos, noté cómo una energía fluía a mi alrededor.
Sentí cómo las puntas de mis dedos me cosquilleaban y las plantas de los pies me quemaban, pero no era una sensación dolorosa, sino más bien agradable.
—Muy bien, Asia. Ahora, agáchate, coloca las yemas de tus dedos en el suelo y solo deja que te guíe —dijo Zorelix.
Le hice caso, coloqué las yemas en la tierra y sentí una descarga que se apoderaba de todo mi cuerpo en ese momento.
A pesar de que tenía los ojos cerrados, sentía cada movimiento de los árboles e incluso podía jurar que los árboles me hablaban.
Noté cómo ellos me daban una especie de energía muy diferente a la que había sentido anteriormente. Esta energía era refrescante e incluso agradable.
De manera inconsciente, sonreí. Sentí cómo todos mis pensamientos se iban; poco a poco empecé a notar las hojas de los árboles, noté la hierba en las yemas de mis dedos, sentí el olor de las flores, y todo eso sin acercarme.