Primer libro de la saga: "Elementos"
"Y ella aparecerá y el reino de Astra resurgirá"
Un mundo lleno de seres mágicos.
Una profecía.
Una maldición.
Una ley que se debe cumplir y un dios que la quiere ver muerta.
Cinco elementos.
Y un secreto que cam...
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Me desperté sobresaltada por el suave zumbido de mi despertador. Como pude, alcé la mano en busca del dichoso aparato y comencé a golpearlo hasta que finalmente cayó, produciendo un ruido sordo que resonó por la habitación. La puerta de mi cuarto se abrió apresuradamente, dando paso a mi tía Afora, cuya expresión mostraba evidente preocupación.
Al mirarla durante unos segundos, comprendí por qué sentía afinidad por lo místico y lo mágico. Su aspecto, de no ser porque lo estaba presenciando, habría parecido imposible, ya que difería enormemente de todas las personas que había conocido. Desde sus orejas puntiagudas hasta sus ojos felinos y su extravagante atuendo en tonos morados y dorados, daba la impresión de pertenecer a otro lugar, a otro mundo. Su cabello era una mezcla de tonos castaños y negros, y su piel tenía un tono casi antinatural, grisáceo, que acentuaba sus ojos color azul cristalino. Si creyera en la magia, apostaría mi brazo a que era un hada.
Me recordaba mucho a los personajes que solía describir en sus historias.
Cada vez que compartía un relato, los personajes compartían similitudes con ella. A veces llegaba a pensar que era a ella a quien describía y no a los seres de los cuentos.
Dejé de creer en la magia a los diez años. Mi tía Afora solía contarme cuentos de héroes y reinas que luchaban y triunfaban en sus hazañas todas las noches. Pero cuando cumplí diez años, le pedí que dejara de contármelas, explicándole que era mayor y que no creía en las hadas y en los mundos mágicos.
Mi tía sonrió, aunque su expresión fue triste, tan triste que podría haber asegurado que la herí con mis palabras. No obstante, respetó mi decisión, algo que siempre admiraba de ella, siempre respetaba lo que decía, por muy descabellado que fuera.
—¿Estás bien, Asia? —preguntó mi tía con nerviosismo mientras se acercaba a mi cama para examinarme.
—Estoy bien, tita. Solo se me cayó el despertador... otra vez —respondí sintiendo cómo mi rostro se ruborizaba. Era la quinta vez que se me caía el despertador esta semana; aún me sorprendía que no se hubiera roto.
Mi tía se quedó pensativa durante un momento, dirigiendo su mirada hacia la ventana para observar los árboles que rodeaban la vivienda. Vivíamos en lo que se podía denominar un pequeño campo. No había otras casas, solo la nuestra, y estábamos un poco alejadas de la ciudad, algo que personalmente disfrutaba. Me sentía en paz rodeada de árboles y de pájaros y otros animales que vagaban por el bosque.
A menudo me aventuraba al bosque, a pesar de que a mi tía no le gustaba mucho la idea. Siempre me avisaba y me pedía que tuviera cuidado, ya que el bosque podía llegar a ser traicionero, pero aun así seguía yendo.
Llevaba siempre conmigo una libreta y pintura especial que mi tía elaboraba con frutas que recolectábamos del pequeño jardín que teníamos en la parte trasera de la casa. Aunque parecía un tanto extravagante, prefería esa pintura sobre la que podía conseguir en la tienda, ya que, según ella, le daba un toque personal a mis dibujos. Para mí, era un trabajo que realizaba tan solo para complacerme.