Capítulo 20

20 2 0
                                    

Mi mente iba a mil por hora

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Mi mente iba a mil por hora. En esos momentos, estaba asimilando lo que acababa de descubrir: mi abuelo, el destructor del reino de Astra, estaba dentro de mí y no le caía especialmente bien. Podía recordar la mirada llena de rencor que me lanzó, su sonrisa lobuna y su pose de "yo soy el rey, besa el suelo que piso". Quise pensar que era un sueño, que no era verdad, que simplemente era fruto de mi imaginación y que aún seguía inconsciente en la camilla, siendo explorada por los druidas.

—Asia —dijo alguien acercándose hacia mí. Era el extraño que había irrumpido en el lugar.

Sus palabras me parecieron lejanas. Era como si mi cerebro no procesara que había alguien más aparte de Zorelix y yo. El intruso me resultaba ajeno.

Mis ojos estaban aún puestos en el espejo, esperando a que apareciera de nuevo, que me dijera algo, lo que fuera, algo que me ayudara a irme de este sitio. Pero nada. El espejo solo reflejaba mi rostro horrorizado, y mis ojos estaban abiertos de par en par. Incluso pude ver cómo una pequeña lágrima escapaba de ellos.

Mi corazón estaba acelerado, mis manos sudadas y mi mente en shock. No había asimilado lo que había descubierto.

—¡Asia! —alguien me sacudió con suavidad, unos pequeños golpes que me hicieron girar instintivamente hacia la persona que estaba a mi izquierda.

Fue entonces cuando mi cerebro actuó. Lo miré, grité, me alejé, estaba alterada. Mirando por la zona, empecé a coger las decoraciones que estaban expuestas en la sala y se las lancé, pero el maldito desconocido tenía muy buenos reflejos. Zorelix me ayudó. Cogía los objetos con la boca y me los daba para que yo se los lanzara al intruso que teníamos delante.

—¡¿Quién eres?! —estaba demasiado alterada. Di marcha atrás.

El chico me miró paralizado, como si no esperara mi reacción, como si no fuera lo que estaba esperando.

Empecé a jadear, y el suelo, al mismo compás que mi respiración, empezó a moverse, haciendo que el muchacho comenzara a perder el equilibrio.

—¿Qué? —De nuevo me observó, mirándome de una manera que me hizo entender que estaba sorprendido por lo que estaba sucediendo en estos instantes.

Intentó acercarse, pero eso me puso más nerviosa. ¿Quién era? ¿Por qué me miraba como si me conociera? Aquellos pensamientos no mejoraron mi actitud.

Sabía que tenía que parar, pero una parte de mí no quería hacerlo. Sabía que era la única manera de protegerme de las amenazas desconocidas que se aproximaban hacia mí.

El chico hizo lo que pudo. Caminó a duras penas entre los temblores que se expandían por todo el palacio. Cada vez eran más agresivos, más violentos, y el suelo empezó a agrietarse. Por la fuerza, interpreté que era un terremoto que yo había provocado... ¿yo había provocado un terremoto? ¡Joder! ¡Sí, sí lo había hecho! Eso no mejoraba precisamente mi estado de nerviosismo.

La Reina De La Tierra-Primer libro De La Saga: Elementos- (EDITANDO) 2ª VEZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora