Han pasado casi dos semanas desde que vi a Kye, solo mi alma sabe cuánto lo extraño; no sé si es el síndrome de Estocolmo, pero cuando lo vi me hizo temblar, correr a sus brazos es poco, comparado con lo acelerado que queda mi corazón. Podría decir que es amor, podría decir que es obsesión o solo el hecho de que me cuido y me hizo sentir bien los días que me tuvo cautiva.
Cuando despierto, estoy envuelta en los brazos de mi esposo y por una vez, debo admitir que me siento asfixiada. Aun esta oscuro afuera, me levanto para ir al baño y no se mueve en absoluto, noto su teléfono encendido en la mesa de noche.
Armándome de valor lo tomo, para ver un mensaje de María en la pantalla, lo desbloqueo y me atrevo a leerlo. Sigue con ella, aún se acuesta con ella. Me lleno de rabia, pero de inmediato me calmo, dejo el teléfono y me dirijo al baño. Me lavo la cara y salgo para ir a la cocina.
– ¿A dónde vas? – su voz ronca me espanta –.
– Me asustas – digo llevando mis manos al pecho –. Voy por un poco de agua, ¿necesitas algo?
– Que te acuestes conmigo, no puedo dormir sin tu aroma – se levanta y se acerca a mí, abrazándome y me aprieta el trasero con sus manos.
– Ethan – digo mientras sus manos me acarician de un modo intenso –. ¿Qué haces? Detente, sabes que no podemos.
– Una vez no hará daño, además, nuestro bebé está en perfecto estado.
Traté de zafarme, pero no pude, me jaló y me tumbo sobre la cama, pero por más que forcejee no pude, de nuevo siendo abusada por él, quien decía amarme, quien decía cuidarme, quien seguía acostándose con la que se hacía llamar mi mejor amiga. Pero debo creer en mi chico de ojos grises, solo unas semanas, debo aguantar un poco más. Cuando terminó se tumbó a mi lado, volviéndome a abrazar, mientras yo contenía las lágrimas.
Estaba harta de ser débil, harta de someterme a él, a todos. Harta de mi corazón débil, harta de no poder tener mi propia vida en mis manos.
Me zafo de nuevo y voy al baño, abro la mampara de la ducha y me meto bajo el chorro frio y ahí, suelto todas las lágrimas acumuladas, dejando que se vayan con el agua, ya no puedo ser débil ante él.
Estoy por terminar, cuando Ethan abre la puerta y se cuela en mi único espacio personal que tengo en este lugar.
– Isabella, discúlpame si te lastimé, no quise...
– Déjalo, por favor – por primera vez en mucho tiempo, mi voz salió firme y seca –. Con permiso.
Me envuelvo en la toalla y salgo de ahí, voy al closet y tomo un vestido y dejo mis pantuflas puestas, salgo a prisa del cuarto y voy a la cocina, donde Ana ya cocina algo delicioso.
– Mi niña, despertaste temprano hoy, ¿estás bien? Te noto cansada.
– Mala noche, ya te contaré – hago un pequeño gesto para que no pregunte.
Ethan sale ya cambiado, con su colonia fuerte y por primera vez, me marea el aroma y corro al fregador a vomitar, arrojando bilis. Sintiendo un escalofrío.
– Isabella, ¿te encuentras bien? Vamos al médico...
– No, estoy bien, es solo tu perfume, me revolvió el estómago, ya se me pasará – digo con una mano sobre la boca –. Vete, nana estará aquí conmigo cuidándome.
– Por la tarde iremos a casa de tus padres. Tu mamá ha estado insistente – con una mano señala mi cuello –. Así que cúbrete eso, y ponte un pantalón, por favor.
– Claro señor – dije cortante -. ¿Algo más que se le apetezca?
– No colmes mi paciencia – su mirada me erizó la piel, en el sentido de miedo cuando dio un paso hacia mí –. Y que estés lista a las cuatro.
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Prisionera
RomanceUna chica es sacada de su burbuja de cristal, para entrar a la realidad, secuestrada por alguien a quien no conoce, haciéndola ver la vida de un modo distinto.