Capítulo 3

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Abro los ojos y trato de enfocar donde estoy o como es que llegué aquí, es una habitación pequeña y estoy tumbada sobre un colchón, atada de pies y manos, con una mordaza en la boca.

Se abre una de las dos puertas que hay en el sitio y entra un hombre sin camisa, dejando ver un tatuaje de un reloj de arena en su pecho, cerca del corazón y en sus manos lleva una bandeja de madera con algo que huele delicioso, logro ver en sus brazos demasiadas líneas oscuras que por el momento no puedo diferenciar, lleva una máscara de gas puesta.

Me mira cuando deja la charola sobre la mesita al lado de la cama y desata mis manos, quita la mordaza de mi boca y rápidamente me alejo, voy a la esquina pegándome en la pared.

– S-si es dinero, mis padres pueden darlo sin problemas, pero no me hagas nada por favor – digo casi en un susurro.

Toma el tazón y coloca una cuchara, me la ofrece y dudo, pero mi estómago me traiciona. No sé cuánto tiempo tengo inconsciente y muero de hambre.

Estiro mis brazos y lo tomo, comienzo a comer, como si hace mucho tiempo me hubiesen tenido en ayuno. Me acerca un vaso con agua y una manzana.

Devoro todo en un dos por tres.

Se levanta y me toma de las muñecas, vuelve a atarme, toma la charola y se va.

La noción de saber cuántos días han pasado es nula, no entra luz del día, solo viene; ve que coma algo, después vuelve a atarme y se va. No me dice nada, no sé quién es, ni que es lo que quiere de mí, solo silencio de su parte.

Por extraño que parezca, la habitación está limpia, ordenada. El colchón huele a nuevo, una pequeña mesa de noche, un pequeño armario, y una pequeña ventana que da a la calle, pero está bloqueada con maderos, pintura blanca en todas las paredes.

Quizá ya paso el día de mi boda, quizá Ethan está feliz revolcándose con su asistente y quien sabe cuántas mujeres más.

Hoy, no puedo moverme, me siento agotada, mi cuerpo no reacciona.

Se abre la puerta de siempre y entra el mismo hombre de siempre, que identifico por su tamaño y la complexión de su cuerpo. Hoy lleva camisa de resaque gris.

Se acerca a mí, me quita la mordaza y desata mis manos, coloca la bandeja con la comida sobre la mesita y solo le dedico una sonrisa antes de cerrar los ojos, perdiéndome en la oscuridad.

Escucho una voz a lo lejos diciendo mi nombre y cuando logro abrir mis ojos, choco con una mirada gris penetrante, cabello ondulado que cae en su frente, de piel morena y barba incipiente, mientras sus manos se apartan de mi pecho.

Me levanta y me abraza contra su pecho, haciéndome sentir extraña, pero devuelvo el abrazo.

– Pensé que te habías ido – su ronca y gruesa voz salió. Al fin la pude escuchar –. Tuve que darte RCP, te desmallaste y tu corazón empezó a fallar.

– Lo lamento, tengo una enfermedad congénita, si me espiabas, debías saberlo, lo que me has dado de comer, me hace daño – carraspeo –. ¿Quién eres?

Apenas terminaba de decir la pregunta cuando se aleja de mí, su mirada me atravesó hasta el alma.

– Isabella, se todo de ti, aunque no lo creas, pensé que habías cambiado tu dieta, con todo lo que habías comido los últimos días.

Se levanta y comienza a caminar de un lado a otro. Toma de la silla la máscara y la coloca nuevamente.

– Espera... no te vayas, no quiero estar sola. No sé quién eres...

– No necesitas saberlo – se dirige a la puerta –. Iré por algo que no te haga daño para que comas.

Se marcha dejándome sola de nuevo, pero esta vez, no me ató. Noto el reloj que colocó en mi muñeca izquierda, indica mis signos vitales.

Me desamarro los pies como puedo y me levanto.

Voy a la puerta por donde salió, giro el pomo de la puerta, pero es inútil, tiene llave. Voy a la otra puerta que es el baño, enciendo la luz, veo mi rostro en el espejo, estoy llena de ojeras y algo despeinada.

Voy al cuarto de nuevo y me dirijo a la ventana, empujo los maderos pero es inútil, no tengo la fuerza.

Veo una bolsa que hay en el pequeño armario en la parte de abajo; es ropa nueva, veo la talla y coincide conmigo, quiero creer que es para mí, saco un short y una camisa y me voy de nuevo al baño. Abro el grifo del agua notando que esta helada, poco a poco se calienta y me desvisto para darme un baño.

Estaba tan concentrada que no me di cuenta cuando entró; parado en el marco de la puerta del baño, de brazos cruzados y no llevaba su máscara de gas. Doy un salto cuando lo veo, cubriendo mis senos con una mano y con la otra mi parte intima.

Kye

Subo a mi moto y me dispongo a ir al pequeño pueblo, para comprar más comida. Su dieta la modificó mucho las últimas dos semanas, no sé si por nervios o porque ya podía comer normal, así que compre de todo. Iba a marcharme, cuando vi un vestido negro en un aparador y de pronto la vi a ella usándolo.

Entré a la tienda y lo compré.

Al llegar, comienzo a preparar los alimentos.

Comemos entre juegos y risas en el comedor mis hermanos y yo, mientras planeamos el siguiente movimiento, que es ir por el tarado de Allen, cuando mi reloj me alerta que hay movimiento en la habitación. Termino de comer y me voy, subiendo una bandeja con comida para nuestra prisionera.

Escucho el correr del agua al abrir la puerta, así que dejo la comida en la mesita de noche. Camino y abro la puerta del baño lentamente al escuchar que se detuvo, pero noto que aún no se ha colocado la toalla, viendo su bella desnudez.

Agacho la mirada y salgo del baño, voy hacia el pequeño armario y le llevo una toalla. Me siento en la silla esperando a que salga.

Comienzo a recordar cuando comencé a espiarla.

Pueden decir que soy obsesivo y en parte lo soy. Ethan es un desgraciado bastardo que arruino mi vida, él y toda su familia. Así que debía vengarme con lo que más le dolía o al menos eso fue lo que pensé, hasta que descubrí que era un completo desgraciado con ella.

Isabella, una chica delgada, de ojos verdes, su tez tan pálida, que la hace parecer una muñeca, con su cabello oscuro corto y sus labios carnosos se volvió una obsesión para mí. Era su muñeca de aparador, siempre recatada y callada, comportándose como una dama de sociedad. Frustrada por no lograr lo que ella quería en la vida.

Después de dos años en las sombras verla sufrir con él, era poco comparado con mis planes – o eso quiero creer –.

Todos los días la espiaba, teníamos que hacer que pagaran a toda costa el daño ocasionado, así que planee el secuestro para matarla. Y se quedarían sin nadie, los padres de él, no aceptarían a otra mujer.

Cuando descubrí que ese malnacido estaba, no solo con su secretaria, sino también con María la "mejor amiga" de Isabella, decidí espiarlo más a fondo. Y fue entonces que encontré las pruebas de las estafas que hicieron hace seis años. Las empresas Bennett & Allen pagarán todo el daño colateral que llevo a mis padres a su muerte.

Sale y me mira sonrosada y empieza a comer en completo silencio, mirándome de vez en cuando, mientras estoy algo perdido en mis pensamientos.

Por debajo de las lentillas observo sus piernas, tan pálidas como toda ella, notando que la cuerda comienza a dejar moretones. Así que debo pensar que hacer con ella en vez de atarla.

¿Qué mierda estoy pensando? Ella debe sufrir, no debo tenerle compasión. Pero algo dentro de mí me dice que debo hacer algo por ayudarla.

El reloj en mi muñeca comienza a pitar, es tiempo de irme a revisar el plan.

Tomo la bandeja y me levanto para irme, la miro unos instantes.

– No te ataré – suelto sin más –, dejaré a tu piel delicada descansar un poco. Vendré más tarde – salgo y cierro la puerta tras de mí.

Escucho que toca la puerta suavemente, pero la ignoro.

Bajo para encontrarme con mis hermanos.

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