Capítulo 4

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Los dos días pasaron. Hoy me voy a Italia, me despedí de mi abuela, de mi tía, de mi padre, de mi padre y de mi hermana y mejor amiga, Stacy.

No quiero que te vayas —Stacy se hacía la fuerte, pero sé que muy en el fondo quería llorar.

—Yo tampoco quiero irme —sollocé mientras nos abrazábamos—. Pero no me queda otra opción.

—Escapémonos, juntas, a donde sea —escuché a mi mejor amiga sollozar.

—Sabes que no puedo, ya me comprometí —me separé un poco de ella y le saqué las lágrimas—. Por más que quisiera escaparme, no puedo.

—Por favor —una lágrima cayó de sus ojos.

—Stacy, recuérdalo, volveré, puede que me tarde, pero lo haré —me quité mis lágrimas y me di vuelta para irme.

—Volverás cuando estés lista —la escuché llorar y volví a mirarla.

—Es una promesa, Stacy. Volveré —y con eso, me fui. No podía quedarme un segundo más con ella, porque me iba a costar mucho más despedirme.

Me levanté de mi cama, me duché, me vestí, agarré mi maleta y salí de mi habitación. La miré desde la puerta y se me cayó una lágrima. Pasé tantos años acá y de un momento a otro todo cambió. Bajé las escaleras y escuché la voz de Philip hablando con mi madre.

—No se preocupe, prometo cuidarla —escuché y mi corazón se encogió. A pesar de que esto no es tan voluntario, me emocionó escuchar eso.

—Más te vale.

—Hola —saludé—. Antes de irme, quiero avisar que mi habitación queda así, no la toquen.

—No vamos a mover nada —afirmó mi madre. Pretendía volver en algún momento y quiero que mi habitación quede exactamente igual, y recordar todo este momento, ya sea como un lindo o feo recuerdo—y espero que sea uno lindo—.

Me despedí y nos fuimos al aeropuerto. Una vez que llegamos, nos dejaron pasar ya que el vuelo es privado, son aproximadamente 16 horas de viaje. Subimos al avión y nos pusimos los cinturones.

—Philip —lo miré y él me agarró la mano.

—Sostén mi mano, Di —entrelacé su mano con la mía y cerré mis ojos.

—Tengo miedo —admití—. Me dan miedo los aviones, Philip.

—Lo sé, Di. Me lo has dicho y por esa misma razón, te di mi mano —él me acarició la mejilla con su otra mano—. Conmigo nunca vas a tener miedo, porque no dejaré que te pase nada.

—Philip, yo—

—No digas nada, solo sostén mi mano y relájate —él me sonrió—. Vas a estar bien.

El avión comenzó a moverse y yo apreté la mano de mi futuro esposo. Cuando el avión despegó, sentí una leve presión en la cabeza y comencé a sentir un mareo. No pude evitar apretarle la mano y él como podía intentaba calmarme y acariciarme la mejilla. Una vez que el avión estaba en el punto más alto y ya estaba recto, podíamos desabrocharnos los cinturones.

—¿Quieres tomar algo? —preguntó Philip.

—Sí, cianuro, gracias —un poco de humor no está mal, ¿no?

—Di —me regañó con la mirada.

—¿Me traes agua? —pedí.

—Levántate y ven conmigo.

—No, tengo miedo.

—Ven, no te va a pasar nada —me tendió la mano y yo me seguí negando, hasta que me animé, me desabroché el cinturón y caminé junto a él, de la mano. Me llevó hasta un lugar lleno de bebidas y tomé agua.

Una situación inesperadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora