Capítulo 17

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Cuando las buenas nuevas del Rey David y la reina Regina llegaron a oídos de Snow, ésta se llenó de una sensación mezcla de amargura y rabia que se le instaló en el corazón.

Por un lado, sabía que no debería de importarle porque lo que ella quería era irse lejos con su hijo y Lancelot, pero no era así. Le importaba y mucho.

Eran demasiadas cosas juntas. Se llenaba de coraje cada vez que pensaba en que Regina no sólo le había dado un hijo a David, sino que había sido una niña que todo el mundo pregonaba era muy bonita y parecida a esa mujer. Además de eso, se habían dado un beso de amor verdadero. ¡Un beso de amor verdadero! ¿Cómo? Si se suponía que ella era el amor verdadero de David.

Era extraño porque no sentía ya ninguna clase de amor por él. Solo lo quería para que se hiciera cargo del reino, pero le retorcía el estómago pensar que, al final, Regina había ganado. Se había quedado con el que debía ser su final feliz.

Tenía a David y una niña... Como la que se suponía ella debía haber tenido con él. No el precioso niño que tuvo y que era tan parecido a Lancelot. Se sentía culpable por pensar en lo que debió tener con David cuando lo cierto era que ya no renegaba de la decisión que tomó en la noche de bodas. No imaginaba la vida sin su hijo.

Lo que empeoraba todo es que Regina había recuperado su magia con ese supuesto beso. Lo que significaba que le pusieron una Maldición y no que la despojaron de la magia para nunca más recuperarla como Azul le hizo pensar.

Y ahora estaban las dos ahí, frente a frente, discutiendo sobre la sospechosa situación que Snow reconocía no era nada normal.

—Una maldición en vez de quitarle la magia por siempre —reclamaba cada detalle—. Que tuviera que llevarla él al Castillo a caballo, que insistieras en que ella se hiciera cargo del reino —dijo con reproche pues no tenía dudas que todo formaba parte de un plan orquestado por el hada.

—No intentes culparme, Snow. Yo no forcé a nadie a hacer nada y ciertamente no fuiste obligada a involucrarte con el caballero Lancelot.

—¿Qué es lo que intentas hacer? —preguntó, ofendida por lo que Azul acababa de decirle.

—Tú mejor que nadie lo sabe —respondió, mirando fijamente a la ex princesa que se veía molesta y dolida. La mujer volteó el rostro evadiendo la situación pues sabía bien a qué se refería.

—David y yo... nuestro beso. —La miró de nuevo, exigiendo una respuesta.

Azul tomó aire profundamente, juntó sus manos por el frente, adoptando su postura serena habitual.

—Fue real. En ese momento lo que sentían el uno por el otro era real.

Era ahí donde Snow se hundía en las dudas porque, si de verdad hubiera amado a David, jamás se habría involucrado con Lancelot, mucho menos en la noche de bodas. Era verdad que el licor le dio el valor, pero aun así se encontraba lúcida y supo muy bien lo que hacía cuando se arrojó a los brazos del caballero. No fue algo que planeó o que se propuso hacer, pero mientras el encuentro duró no se acordó en ningún momento de David. Sólo se dejó llevar por lo que su cuerpo y corazón le decían.

Por supuesto que se preguntó durante días y noches cómo es que se atrevió a ello sí se suponía que eran amores verdaderos. Y sus dudas empeoraron cuando se enteró que Regina esperaba un hijo de David.

Su mente divagó un poco en aquello que hizo mientras estuvo embarazada. Trató de apartar esos pensamientos pues lo único que conseguía pensando en eso era empezar a atormentarse.

—¿Qué fue lo que sucedió? —preguntó, más para sí misma que para el hada. Luego fijó su mirada en ella—. ¿Por qué lo hice?

—No tengo la respuesta.

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