Capítulo 16

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—¿Es el bebé? ¿Ya viene? —preguntó mirando impresionado los pies mojados de ambos.

—Ay, sí —le regañó con voz grave y el ceño fruncido. David la miró con disculpa justo cuando llegó otra contracción.

Se aferró de los brazos de él con sus manos, apretó dientes y ojos mientras el dolor le atravesaba el cuerpo.

—Va nacer. Muy bien. Todo va a estar bien. Los dos estarán muy bien —habló rápido por el mismo nerviosismo, viendo cómo Regina trataba de hacer respiraciones profundas.

Era un hecho. Su pedacito bello nacería de un momento a otro.

—No creo que haya tiempo de ir a algún lado —dijo Regina y lo miró con ojos grandes y asustados porque no podía creer que era una realidad, que daría a luz en medio del bosque.

David asintió comprensivo, pero con la finalidad de hacerla sentir tranquila de que estaría con ella.

—Todo estará bien —aseguró de nuevo—. Sólo respira y será mejor que vayamos al árbol —sugirió. Acto seguido intentó levantarla en brazos.

—No. Yo puedo sola. —Lo empujó lejos con una mano, aunque no logró moverlo ni siquiera un poco.

Él la tomó de esa mano a la cual ella se aferró con fuerza mientras avanzaba, con la otra mano bajo el duro vientre. Regina se dio la vuelta y David la ayudó a descender hasta quedar sentada contra el tronco de gran tamaño.

De inmediato se quitó la armadura y la capa con la cual envolvería a su pedacito bello. Estaba muy, muy nervioso, pero intentaba controlarlo porque tenía qué ser fuerte para Regina que estaba en trabajo de parto.

<<Calma, calma>> se repetía a sí mismo porque jamás imaginó experimentar tanta desesperación e impotencia al saber que Regina sufría y que no había nada que pudiera hacer.

—Oh, por Dios. Como duele —se quejó la reina, recargando la cabeza en el árbol, jadeando con fuerza.

David se hincó frente a ella, justo entre sus piernas que tenía abiertas.

—V-voy a... —Alargó las manos y comenzó a alzar el vestido que ella llevaba.

—¿Qué haces? —preguntó Regina alarmada al sentir que metía las manos por debajo de su vestido hasta tomar su ropa interior.

—Levanta un poco las caderas —indicó para sacar la prenda.

—Dime que sabes lo que haces —pidió, agarrándole de la camisa blanca de lino e intentando cerrar un poco las piernas, aunque eso era difícil, su propio cuerpo la incitaba a mantenerlas abiertas y las ganas de empujar era como una necesidad.

—Por supuesto —aseguró con una sonrisa. Regina le jaló más hacia ella, hasta que pudo enterrar el bello rostro en su pecho y ahí gritó de dolor. Después lo soltó y volvió a recargarse en el árbol. Le miró fijo, como pidiendo silenciosamente por más palabras de aliento que la ayudaran a tranquilizarse—. He traído muchas ovejas al mundo —argumentó orgulloso de sí mismo.

—¡Tu hijo no es una oveja! —Como pudo alzó una pierna y lo empujó con el pie para que se alejara de ella, aunque en realidad no quería que se fuera a ningún lado.

—Lo sé, lo sé. Lo siento —se apresuró a decir pues no quería molestarla—. Confía en mí —pidió, aunque ni él se creía a sí mismo porque no era lo mismo ayudar a una ovejita a nacer que a un bebé, a SU bebé.

Regina asintió mientras exhalaba por la boca y entonces sí, David le alzó el vestido para poder ver.

Nunca había visto a una mujer dar a luz por lo que no sabía si lo que sucedía era normal, pero suponía que sí porque no había señal alguna de que algo estuviera yendo mal.

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