ɪɴ ᴛʜᴇ ʀᴀɪɴ

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Aquella mañana había sido lluviosa, por lo que todas las calles se encontraban mojadas y resbalosas

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Aquella mañana había sido lluviosa, por lo que todas las calles se encontraban mojadas y resbalosas. Desde la ventana del edificio podía ver que el cielo seguía nublado y de tonos grisáceos, incluso me atrevería a decir que volvería a llover en cualquier momento.

—¿Has visto a L? —le pregunté a Matsuda; mi amigo y compañero de trabajo.

—La verdad es que no, aunque quizá está en la cocina buscando algún bocadillo dulce —respondió de forma amable.

—Gracias Matsu —sonreí de lado.

Él sonrió de vuelta, luego dirigió su vista de nuevo a la pantalla y siguió tecleando un par de cosas. Yo continué tomando la taza de café que Watari me había preparado, estaba justo como me gusta, con una cucharada y media de azúcar y un chorrito de leche.

—Lamento entrometerme, señorita Giselle, escuché que preguntaba por el joven Ryuzaki, ¿correcto? —habló Watari a mi izquierda.

—Watari, ya te he dicho que me llames Giselle —aclaré mientras dejaba la taza sobre el escritorio donde me encontraba trabajando. —Pero sí, así es, ¿sabes dónde está?

—Creo que lo vi subir a la azotea.

—Gracias, Tari.

—Un placer, Gigi.

Sonreí después de escuchar cómo me llamó. Era la primera vez que Watari me llamaba solo por mi nombre y, además, era un apodo y uno muy lindo.

Yo solía llamar con apodos a todos. Bueno, solo a las personas que consideraba mis amigos o que eran importantes para mí.

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Luego de tomar el último sorbo de mi café, subí hasta la azotea del cuartel general. En ese momento me percaté de que seguía lloviendo.

Para mi suerte ahí estaba él, parado en soledad y mirando un punto fijo hacia enfrente. Noté su cabello azabache despeinado y con algunas gotas de agua descendiendo por el mismo, su postura encorvada y sus pálidas manos dentro de los bolsillos de su pantalón. Él sintió mi presencia y me miró de reojo.

—¿Qué haces aquí Ryuzaki? —alcé la voz y mantuve mi distancia bajo el poco techo del edificio, puesto que no quería mojarme.

L no me escuchó debido a que la llovizna hacía difícil comunicarse. Se giró y ahuecó su oreja con su mano izquierda, invitándome a repetir mi pregunta.

—¿Qué haces aquí Ryuzaki? —grité un poco más fuerte, ahuecando mi boca entre mis manos.

Su rostro pasó de ser de confusión a diversión, y una pequeña sonrisa se formó en sus labios. Vi esa sonrisa que siempre lograba acelerar mi corazón. Siguió con la misma postura, pidiendo que hablara una tercera vez.

𝐋 𝐋𝐚𝐰𝐥𝐢𝐞𝐭 | 𝐎𝐧𝐞 𝐬𝐡𝐨𝐭𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora