EPÍLOGO

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EPÍLOGO

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Sonaron las campanas de la Iglesia anunciando el comienzo de la misa, y como de costumbre, llegaba tarde. Refunfuñaba mientras corría por la silenciosa calle, cualquier otra persona habría pasado horas arreglándose para asistir a la ceremonia real, no era mi caso.

Debo admitir que me sorprendió recibir la invitación a la boda, después de mi reencuentro con Louis no volví a pisar el palacio. Invitaron a toda mi familia, y a pesar de que ellos insistieron en que permaneciera en casa durante la mañana, decidí ir a cabalgar junto a William.

El vestido que llevaba no era el más adecuado para la ocasión, pero al menos no estaba manchado, por lo que podía conformarme con él, porque por mucho que quisiera, no asistiría al almuerzo organizado después. No podría soportar, ni permitir que Louis se acercara a hablarme por la poca fuerza de voluntad que tiene en empeñarse a evitarme, ya que no era tan solo su compromiso, sino también su coronación, era su día.

Las puertas de la Iglesia estaban aún abiertas, pero unos guardias impedían su paso a cualquiera. Me paré en frente de ellos con la respiración entrecortada, ambos tenían una expresión neutra, y desde luego, ninguna intención de dirigirme la palabra.

- ¿Sería posible el poder entrar? -pregunté relamiendo nerviosamente mis labios. Los ojos de uno de ellos chocaron con los míos, me causaron terror, pero me mantuve recta esperando una respuesta.

- ¿Tiene invitación? -me preguntó elevando una de sus cejas incrédulamente. Maldije para mis adentros, la olvidé en mi habitación, en realidad, no llevaba nada en mis manos- Entonces, me temo que no podrá pasar, señorita- volvió a su estado inicial, mirando al frente, como si no estuviera presente.

-Tiene que haber alguna forma- en aquel momento supe que debí quedarme en casa, y haber venido a tiempo junto a mi familia, pero tuve que empeñarme en montar a caballo. Miré a su compañero esperando una reacción, pero nada.

No lo hagas, por favor.

Me escabullí entre los dos y conseguí abrir la puerta de la Iglesia sin problemas. Mi momento de gloria no duró demasiado, los guardas me agarraron de los brazos y en realidad, en aquel momento no me importó. Mi mirada estaba fija en alguien, Louis.

La Iglesia estaba repleta de gente, era increíble que tantas personas pudieran caber en una sala no tan grande. Y entre todo ese desorden estaban Isabella y Louis, a unos escalones de los palcos mientras miraban al Obispo de la iglesia.

Forcejeé entre los guardas para conseguir entrar y perderme entre todos los invitados, no conseguí hacerlo. Uno de ellos me tomó en peso en su hombro y me sacó de la entrada para dejarme fuera de nuevo.

-Mi nombre es Anna Andrews y he sido invitada a esta boda- grité mientras daba patadas en vano, tratando de causarle un mínimo de daño, en vano. Como era tradicional, no medí el tono de mi voz, mi chillido se escuchó dentro de la Iglesia, cortando el silencio sepulcral en ella.

Estaba sentada en las escaleras de la Iglesia, mirando con odio a los guardas y esperando impacientemente a que acabase la ceremonia para poder reunirme con mi familia. Un hombre saliendo de la Iglesia llamó mi atención, pero no era cualquier hombre, era el rey.

Rápidamente me levanté de las escaleras y me quedé sorprendida de verle sin ningún tipo de seguridad, lo cual era bastante extraño, sobretodo en ocasiones tan especiales como estas. Supe que me buscaba cuando miraba a todos lados con cierta desesperación, quise acercarme a él, pero aquellos hombres me lo impidieron.

Con un simple gesto con su mano del Rey conseguió que estuvieramos frente a frente. Ladeó su cabeza para hablar con su seguridad, ellos no se permitieron mantener contacto visual con él.

-Pertenece a una de las familias más importantes en Inglaterra, y a partir de hoy, será respetada como se merece- proclamó. Sus sirvientes asintieron, él volvió a posar su mirada en mí- ¿Algún día cambiarás? -me preguntó soltando una breve carcajada mientras me observaba de arriba abajo con una sonrisa orgullosa, me sorprendí, no solía tener esta actitud conmigo.

Nunca tuve una conversación privada con el rey, tenía el presentimiento de que no le agradaba demasiado, pero después de lo que hizo por mí, me hizo cambiar de opinión. Últimamente, se le notaba más débil por su suceso el día de Navidad, pero sabía esconderlo lo suficiente como para que casi nadie se percatara de ello.

Él me tendió su brazo para que me agarrara de él, permitiéndome entrar a la Iglesia. Lo miré insegura, y hasta que no conseguí una mirada de aprobación y permiso para poder tocarle, no lo hice.

Al entrar en la Iglesia tratamos de pasar desapercibidos, no lo conseguimos. El rey me guiaba por uno de los lados del pasillo con la intención de encontrar mi asiento, justo ahí, me di cuenta que yo no estaba hecha para ser reina, que la decisión que tomamos Louis y yo de separarnos fue la mejor. Tener tantos ojos analizando cómo caminaba, cómo me vestía, cómo me peinaba, no me hacía sentir cómoda, prefería pasar desapercibida, y aquello no sería posible con Louis a mi lado.

- ¡Anna! -Charlotte chilló cuando alcanzó verme. Ella básicamente pausó la ceremonia, el cura dejó de recitar lo que leía en su libro para mirar a la niña pequeña correr hacia mí.

-Sh- la callé cuando abrazó mis piernas. Me disculpé con el obispo con la mirada, y antes de prestarle mi atención a la infanta, mis ojos se cruzaron con los suyos. Louis se giró a verme, nunca lo había visto tan arreglado, llevaba muchas joyas y un traje bastante pesado, era raro pensar en lo que se convertiría, en la persona más poderosa del país.

Pude leer su mirada a los segundos, supe que había perdido la esperanza de que apareciera a la boda, era comprensible que lo hubiera pensado, tenía razones para no haberme presentado aquí. Desvié mi mirada cuando regresé al presente, todo el mundo se había dado cuenta del profundo contacto de miradas que habíamos tenido Louis y yo, no podía permitirlo.

Continuamos caminando hasta el banco, me senté al lado de Charlotte, quien me miraba constantemente emocionada y me agarraba de la mano. Noté que se le había caído ese diente de leche que ansiaba que se cayese, y en aquel momento me rompí, me sentí ausente allí, como si ya no perteneciera en ese lugar. Esas semanas sin haber estado en el palacio me habían hecho darme cuenta que desde el baile, mi vida se basaba en la familia real, Louis, Elisabeth y Charlotte.

Dejé caer unas lágrimas en mis mejillas viendo hacia el frente, viendo a Isabella con esa sonrisa tan real mientras agarraba las manos de Louis. Me sentí fuera de ese cuento de hadas, un extra, como si nada hubiera pasado entre nosotros, porque a pesar de haber estado negando todas esas suposiciones amorosas entre Louis y yo, todo era real, al menos para mí.

Si te quisiera de verdad se iría contigo.

-Acepto- las palabras que me negué aceptar de haber escuchado habían sido nombradas por él. En otras circunstancias yo estaría allí, pero no tenía el potencial suficiente para soportar la presión de ser reina, Isabella si lo tenía. Ella era la indicada para compartir esa vida de ensueño con Louis, no yo.

Era una mezcla de emociones que no era capaz de comprender que continué llorando hasta que mi visión era borrosa. Intenté no hacer ruido, pero aunque lo conseguí, toda la familia real se dió cuenta de mi dolor cuando Isabella y Louis se colocaron sus anillos.

Con mi mano libre agarré la luna que colgaba por mi cuello mientras mi corazón se destruía, se le veía tan feliz con Isabella, sin mi. Me rompí cuando ni siquiera se giró a verme, solo veía a su mujer a los ojos con una espléndida sonrisa, porque en definitiva, como él dijo, solo nos causaríamos problemas.

Porque él aprendió a ser feliz sin mí, y sé que tarde o temprano, yo también aprenderé a serlo.

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La chica enamorada de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora