11 - No existe otra forma, majestad

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No existe otra forma, majestad.

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Me mantuve en silencio por unos segundos, subí mi mirada para que chocara con la suya, asentí con mi cabeza con delicadeza.

El príncipe miró a un lado con decepción por mi respuesta, asintió con su cabeza demostrándome que comprendía mi respuesta. Pensé que me diría algo más, pero solo me entregó un cuaderno de cuero y desapareció sin más.

-Anna- Charlotte apareció asomándose por la puerta, su cara gritaba que había estado escuchando nuestra discusión. Me agaché para recibirla con los brazos abiertos y darle un cálido abrazo, que sinceramente, yo lo necesitaba más que ella.

-Tranquila, cariño. Todo está bien- la traté de tranquilizar colocando mi mano en su espaldita mientras ella dejó reposar su cabeza sobre mi hombro, estaba tan asustada que había comenzado a llorar.

Los sollozos de Charlotte habían comenzado a alarmar a nuestros alrededores, desconocía a la mayor parte de personas que estaban por los pasillos, tanto sirvientes, como parientes de la familia real, es un catálogo de nombres tan grande que sería incapaz de memorizar cada uno de ellos, sobre todo con lo torpe que era yo.

Regresamos a la habitación, donde por suerte, no fueron a preguntar por el motivo del lloriqueo de la infanta. Logré que dejase de llorar continuando leyendo Romeo y Julieta, estaba tan cansada que al acabar las dos primeras páginas acabó rendida en su cama.

Después de unos minutos de reflexión, llegué a la conclusión que mi decisión fue la correcta. Continuaría siendo la institutriz de Charlotte, porque últimamente mi familia está teniendo problemas económicos, cualquier ayuda sería buena para pagar la casa y hacer que mamá pueda permitirse esas telas tan caras, para poder presumir frente a otras señoras del barrio.

No me vi capaz de abrir el cuaderno que me entregó Louis antes de marcharse, ni siquiera pude sacarlo de mi bolso, descansaba junto a otros libros y apuntes que estaban hechos para comentar en nuestras horas en la biblioteca.

-Señorita Andrews- estaba tan relajada encima de la cama que cuando alguien entró en la habitación de Charlotte me sobresaltó, me encontraba en un punto de concentración impropio de este mundo, o como diría mi madre "andando por las nubes".

Di un salto al lado de Charlotte, sin embargo, ella dormía con tanta profundidad que no logré despertarla. La señora que esperaba mi respuesta en la puerta me miró asustada por el chillido que pegué, para nada apropiado por mi parte.

Me levanté con cuidado de la cama y nos reunimos con cierta confusión en su mirada.

-Perdón por molestarla, señorita- se disculpó ella avergonzada. Le resté importancia haciendo un ademán con la mano, acto que le sorprendió, a veces me olvidaba que la gente no estaba acostumbrada a mi forma de ser- Su majestad desea reunirse con usted para merendar- me transmitió el mensaje. Comprendí que su objetivo era guiarme, porque mi fama por perderme por los pasillos del palacio ya era algo bastante común. En mi defensa, he de decir que hay por lo menos cinco salones del té imposibles de diferenciar.

Asentí educadamente con mi cabeza, acto seguido ella comenzó su caminata por el pasillo hasta el tercer y último piso del palacio, esperó en la puerta, indicándome que este era el lugar destinado.

-Anna, querida- la voz de la reina me invitó a pasar, con pasos silenciosos hice presencia en el saloncito de té. Ella estaba sentada en un sillón individual, esperándome con una bandeja de pastas y dos tazas de tés ardiendo, y una resplandeciente sonrisa- Toma asiento- hizo un elegante ademán con su mano señalando el sillón libre. En silencio hice lo que me pidió, reacomodando nerviosamente mi pelo.

La chica enamorada de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora