El silencio y la contemplación

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La carta que recibe desde el Muelle del Loto es todo menos lo que espera. Pensó, por un momento, que Jiang Cheng habría denegado la solicitud de ayuda a Meng Yao, lo que encuentra es una intensa misiva que complementa el dolor con una aguda queja hacia él y hacia su hermano. La letra, apiñada en el papel con rabia, cuenta una espantosa transición entre el dolor y la desgracia.

Lan XiChen tiene que leer dos veces para comprenderlo todo.

Entonces entiende la reticencia de su hermano a casarse, la urgencia de Wei WuXian por hacer algo en la guerra y la fácil manera en que ambos parece entender a donde se dirige todo. Wei WuXian podría morir en cualquier momento.

La imagen de su hermano desolado le golpea con fuerza. No puede ser abandonado una vez más, se rompería.

Lan XiChen ha tenido siempre un corazón suave, sencillo, inclinado a creer en todas las criaturas a menos que demuestren errores paulatinos. Sus sentimientos por Jiang Cheng son sombras sobre su corazón, igual que el miedo que le produce el exponer a Lan WangJi al sufrimiento. Tal vez su facilidad ha dado paso a una negligencia. Relee la carta una vez más, aprehendiendo el dolor del otro líder de secta con tras su corazón.

Descubre que le ama y, que una vez más, ese amor está supeditado al propio amor por su secta. Su corazón sería más feliz, libre.

Busca a Lan WangJi en la tarde. Después de instruir a los discípulos, su hermano va al campo trasero para alimentar a sus conejos, que crecen en cantidad con cada temporada; pronto, serán una gran masa de caricias y mordiscos blancos. Lo encuentra allí, sentado entre la hierba, acariciando a los animales, la comida se despliega a sus pies como un banquete proveído por un Dios. Lan XiChen ve en su hermano todas las cosas que cree que perfeccionan al hombre si se tomara en serio su papel de llevar una vida recta. Sabe que es solo su orgullo de hermano mayor, no la realidad.

Camina hasta él, sin anunciarse. Las pequeñas bolas de pelo le hacen corte en el prado, arrumándose a sus pies.

—XiongZhang —la voz de su hermano es baja, plena, un susurro que busca evitar la guerra en aquel remanso de paz. No quiere ser el motivo de perturbación de todo aquello.

Se acerca, se sienta y le extiende la misiva. No hay nada en ella personal, más que las ansiosas y definitorias palabras de Jiang Cheng. Observa en silencio el recorrido de los ojos brillantes sobre el papel. Su hermano adquiere un tono enfermizo y luego de ira.

Sabe lo que va a decir antes de que abra la boca.

—SanDu ShengShou es un desagradecido —el título es una fórmula popular otorgada luego de su defensa apasionado en la antesala de la Ciudad sin Noche y luego en las capitulaciones de guerra. El líder de la secta Jiang es de temer, dentro y fuera de la batalla.

—Wei Wuxian debió poner más interés en su vida. Jiang Cheng, aunque es su amo, lo considera un hermano—la imagen de su padre atando a su madre a una vida insulsa para acallar su propia consciencia es fresca.

No, nadie merece vivir la agonía de un camino escogido y cercado por otros.

Más allá del prado, puede observar los riscos y los Valles. Ellos son señores de un mundo de nubes, plumas y frío donde la realidad no es más que una insignificante pestilencia que repta por las escaleras un par de veces al mes, algunas veces con visitantes, otras con cartas. ¿Qué sabe él de otros hermanos si el suyo no es el epítome de una perfección inhumana? ¿Qué sabe él mismo sobre la vida cuando lo más real que ha hecho es besar, llevado por el temor a la separación, a un hombre que jamás podrá corresponderle?

—¿Es por eso que querías negarte al matrimonio? —pregunta, con la respuesta aflorando en la mirada triste de Lan WangJi. No, su hermano no sería egoísta. Él mismo y Jiang Cheng han atado dos vidas que no pueden estar más lejos una de la otra: Wei WuXian puede morir en cualquier momento y HuanGuang-Jun podría cultivar hasta la inmortalidad.

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