Las charlas entrecortadas

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Pasear fuera del Descanso de las Nubes es una actividad que le gusta. Lan XiDeng, como compañía, hace más de lo que se esperaría de él. XiChen está feliz de escuchar sonidos casi olvidados y conseguir distinguir colores por montones. CaiYi es hermoso en las mañanas, con el cálido sol de finales de primavera jugando en el reflejo del agua en los canales o en el paso entre las hojas de los árboles. Vida. Aquí abajo hay tanta vida.

No quiere decir que allá arriba, en su hogar, no haya movimiento, solo que él comienza a encontrarlo aburrido. No lo esperaba en absoluto. Antes de la guerra y de la sangre, antes de su herida, no habría podido salir del Descanso de las nubes sin sentir que estaba abandonando algo importante, ahora su estadía allí no provoca más que incomodidad y algo de asfixia. No lo ha hablado con nadie, no se atreve, solo observa el rumbo de las cosas con la paciencia cultivada con los años y espera. No tiene nada más que hacer, nada por lo que apostar.

―A-Hui ¿te gusta el caramelo? ―el hijo de su primo es hábil y no solo señala las cosas, sino que habla con una claridad excesiva para su edad.

―A-Hui quiere uno.

Lan XiChen no deja que XiDeng alcance al vendedor, él mismo se acerca para conseguir la golosina. Compra algunas más, para compartir con su primo en el camino, pero también para regalar a Wei WuXian y Lan WangJi; su cuñado y hermano son los principales acreedores de las bodegas de lícor de la ciudad, pero también disfrutan de una humilde uva recubierta de caramelo. Además, recuerda a su tío llevándolo a CaiYi en la niñez, y comprando algunos caramelos para entretenerlo cuando debía negociar con algún comerciante, a Lan Zhan siempre le molestó el chasquido del caramelo más firme, así que prefería la barba de dragón.

Hay momentos donde pretende que esto sería algo para compartir con Jaing Cheng, que saldrían a pasear por una villa como esta, a orillas de un lago, comerían caramelo al tiempo que comprarían las verduras de la cena. Volverían a casa para tomar el té, luego cocinarían ―XiChen intentaría cocinar― y después saldrían a cazar juntos. Una vida sencilla, con algunos altibajos por el dinero, con largos veranos y terribles inviernos, con sus cuerpos recostados juntos, lado a lado cada noche, con besos al despertar y al dormir. Es un sueño absurdo, porque es el peor escenario para ambos, tanta libertad significaría el colapso de sus sectas. Debería dejar de engañarse para concentrarse en las complicadas relaciones políticas que lo atan.

―Sería bueno llevar algo de tinta roja ―XiDeng mira un pequeño frasco de barro, donde la tinta para escribir reposa en forma de pasta. Hace falta mucho de eso para corregir exámenes y firmar tratados.

―También tenemos esta bella tinta lavanda ―expone el vendedor, al abrir un ánfora distinta, donde la tinta en estado líquido desprende un olor fuerte a minerales―. Es muy buena, traída del occidente, se supone que puedes escribir o teñir ropa con ella.

Lan XiChen recuerda el regalo que lo comenzó todo, que le hizo mirar con otros ojos la vida y tiembla por dentro. ¿Cuál es este mal que lo azota con una melancolía perpetua?

XiDeng comenta que no es el mejor color lavanda que ha visto, pero se lleva un frasco junto con el rojo. Las compras están listas, solo deben volver a volar. Regresar junto a las nubes. Es una opción atractiva pero también exigente, no quiere volver, descubre de pronto, no desea sumergirse en la pasividad de su propia vida y deberes. A-Hui, que camina a su lado, parece poco inclinado a aquella alternativa también.

―XiChen-gege ―dice, tirando de su túnica―. Quiero pollo.

En cualquier otro momento, sobre todo frente a su tío, la informalidad de Lan Hui para dirigirse a él sería bastante reprochada; a XiChen no le importa, quiere que el niño lo recuerde como un pariente amable y no como su gruñón líder de secta.

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