CAPÍTULO XIII

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                                    BRINA

Decir que no estaba sorprendida sería el eufemismo del siglo.

Las mejillas sonrojadas de Thalía y la sonrisa de lado de Dánae me dieron la bienvenida al que había sido mi lugar seguro durante tantos años.
Me paralicé a un lado de la puerta, con una mano sujetando el pomo de la misma y en la otra el regalo que había comprado para mi rubia amiga por Navidad.

Cuando reaccioné, me giré corriendo abriendo los ojos como platos e intentando contener la gran carcajada que luchaba por escaparse de mis labios.

− ¡No he visto nada! ¡Lo juro! - grité.

Dánae soltó una risa en respuesta al gran suspiro exasperado que sabía que provenía de Lía. Sentí como alguien pasaba por mi lado y, abriendo un ojo, me despedí de la morena con una tímida sonrisa.

Mi casi hermana se tiró de forma dramática en la gran cama bajo el ventanal, posiblemente lamentándose mi existencia.
Me tumbé a un lado suyo, esta vez dejando escapar una risa de la que acabó contagiándose.

− No puedo decir que estoy sorprendida – confesé.

− Tendría que habértelo dicho – cerró los ojos con cansancio pasándose una mano por el alborotado pelo.

− ¿Decirme qué? -

− Que Güngor y yo lo habíamos dejado -

− Bueno, eso es obvio. Para empezar, no me has hablado de él en más de una semana y tu récord siempre son tres horas como máximo – agarré su mano para reconfortarla, soltándola de inmediato con una mueca de asco que le hizo soltar una risa.

− Ha sido con la otra mano, no te preocupes – reveló.

− Que asco. Bueno, cuéntame. ¿Exactamente en qué momento caíste a los pies de un Buzolic? -

− No lo sé. Y tampoco sé si es atracción sexual o algo más. Y tampoco sé qué es lo que ella quiere o qué es lo que yo quiero. Ni si tenemos futuro o si mañana mismo se va a ir del pueblo. No sé nada y eso es lo que más me molesta – soltó un gruñido.

− Lía,  no puedes tener el control de todo todo el tiempo, amiga mía -

− Mira quien habla -

Nos quedamos en un agradable silencio. Lía jugando con algunos mechones de su rubio pelo y yo simplemente admirando los pósteres de bandas y películas que colgaban por la habitación con la mente en cualquier sitio.
Suspiré pesadamente colocando mi antebrazo derecho sobre mis ojos.

− Creo que le gusto a Deimos – dije bajito.

− No me digas, Sherlock. Creo que eres la última en enterarte – se puso de lado, mirándome de forma intensa. Fruncí el ceño.

− ¿Qué? -

− ¿Cómo que qué? A ti te gusta – fue más una afirmación que una pregunta. Alcé las cejas.

− ¿De qué hablas? -

− Vamos Bibi, podrás engañar a quien sea, pero no a mí. Te conozco desde que nacimos. Literalmente te conocí a ti antes que a mi prima Cecilia, y eso que es mi vecina. Así que no me mientas. Te gusta ¿sí o no? -

− Si me gusta o no, no es relevante Lía. No ha venido al pueblo a pasar unas vacaciones. Está buscándome. Y me está volviendo loca no saber para qué – confesé soltando un gruñido.

− Podría seducir a Dánae para que me lo revelase. Me sacrificaré por ti, amiga mía – dijo poniéndose la mano en el corazón.

− Eso ya lo haces. Y ahora lávate las manos, te traigo un regalo -

Soltó una risa y se levantó encaminándose al pequeño baño privado a un lado de su escritorio.

Cuando regresó, nos acomodamos de forma que estuviéramos cara a cara.
Le tendí el regalo mal envuelto en papel azul.

Alzó una ceja y soltó un comentario que fue algo como "envolver regalos nunca ha sido tu fuerte" y lo abrió.

Su actitud socarrona fue remplazada por una de auténtica sorpresa.

Dentro de la caja de terciopelo rojo, un precioso anillo plateado con una piedra azul marino le daba la bienvenida.

Thalía siempre había querido un amuleto de protección como el que mi padre me regaló hacía ya mucho tiempo.
Lamentablemente, sus padres nunca se lo habían concedido por miedo a lo que el Gobierno podría hacerles si los descubrieran.

Los amuletos de protección estaban totalmente prohibidos en Royal Earth. Se consideraban objetos que atraían espíritus y maldiciones, en vez de alejarlas.
Todo aquel que portara uno era desterrado de su elemento y abandonado en la zona peligrosa del bosque, conocida como "el epicentro".

El epicentro era famoso por muchas cosas. Una de ellas, y la más macabra, era la facilidad con la que podías verte atrapado entre el cuchillo de un asaltador y la oscura pared de un callejón.
Los padres contaban historias sobre ese lugar a sus hijos para evitar que se acercaran allí. Decían que de ahí provenían los mayores asesinos del mundo, y que las ejecuciones eran en mitad de la plaza, abiertas totalmente al público.

Yo siempre había intentado convencer a la madre de Lía a darle la capacidad de protegerse en caso de que no me encontrara cerca.
Pero siempre se habían negado.

Esta vez, yo misma se lo había regalado.

Me había costado la vida encontrar el material necesario para crear el bonito anillo, pero las débiles lágrimas de mi rubia amiga y la sonrisa que se extendió por su rostro valía cada mal trago.

Me abrazó con fuerza, haciendo que cayéramos de forma ridícula en la cama, con ella sobre mí.
Soltó una gran risa y empezó a darme besos por toda la cara.

Sabía que era algo que me encantaba, que me recordaba a las veces que mi padre lo hacía antes de dormir. Por eso le permití hacerlo.

Cuando se cansó, se colocó con delicadeza el anillo en el dedo anular y le dio un largo beso.

− No es un juguete. Te protegerá en caso de no estar yo ahí para hacerlo – le confesé agarrando la joya y haciendo uso de mi magia para activarla.

Suspiró cerrando los ojos suavemente.

− Bibi, tu siempre vas a estar ahí para protegerme – dijo con voz bajita.

Sonreí abrazándola de lado mientras volvíamos a quedar boca arriba en la gran cama.
El silencio se apoderó de nosotras. Un bonito y cómodo silencio que solo me pasaba cuando estaba con ella. 

Era algo que adoraba de Thalía, no importaba cuantas ganas tuviera de hablar, siempre respetaba tu silencio.
Hacíamos una dupla galáctica, ella que no paraba de hablar y yo que era buena escuchando.

El sonido de mi teléfono hizo que ambas diéramos un salto.

− ¿Es Deimos? - preguntó con una sonrisa picarona.

− No, guapa. Es mi madre. Desde la fiesta se ha vuelto un poco sobre protectora – rodé los ojos.

− ¿A qué te refieres? -

− Quiere saber donde y con quien estoy cada vez que salgo de casa – alcé los hombros respondiendo a la ya tan acostumbrada pregunta en mi teléfono móvil.

− Nunca antes lo había hecho -

− A lo mejor se ha acordado de que tiene hijas y, por lo tanto, responsabilidades – bromeé.

La escuché resoplar en lo que se levantaba y abandonaba la habitación. No era algo nuevo, a Thalía no le gustaba que bromeara con la falta de atención parental que tenía, pero no era algo que se podía negar.
Mi madre siempre estaba muy ocupada con sus tareas como "mujer de la casa" como para atender sus tareas como madre, y mi padre era obvio que iba a estar ausente...

Perdida en mis pensamientos, el sonido de una nueva notificación me sacó de mi ensoñación. No era de mi teléfono, pero la curiosidad mató al gato.
Miré la barra de notificaciones del teléfono de mi rubia amiga. El último mensaje fue el que  hizo que me hirviera la sangre.
"Espero que disfrutes con ella como lo hacías conmigo, cerda" Güngor.

No dudé en meterme en la conversación para leerla al completo, intentando entender ese repentino comentario que, sabía, iba a hacer daño. 
Toda la conversación era un circo donde Güngor le pedía a Lía que no le dejara y mi amiga le repetía una y otra vez que lo mejor sería que se dieran un tiempo para poner en orden sus prioridades.

Sonreí orgullosa, no había quien la bajara del burro cuando algo se le metía entre ceja y ceja.

Los últimos cuatro o cinco mensajes, Lía se excusaba comentando que "había conocido a alguien" y Güngor le repetía una y otra vez que no había nadie que la fuese a querer como él.
Hice el movimiento de una arcada justo cuando mi rubia volvía a la habitación con dos refrescos y un bol de palomitas diciendo:
− He pensado que podríamos hacer una maratón de Juego de Tronos. Necesito mi serotonina diaria de mi Khalessi para... -

Se quedó a mitad de camino, alternando la vista entre mi cara de asco y su teléfono en mi mano.

− Me estoy poniendo violenta – admití.

Y supe que ella sabía de que estaba hablando por la forma en que sus labios se fruncieron y sus ojos se cerraron.

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Hola mi gente.

Siento mucho todo este tiempo que he estado sin actualizar, la verdad es, que he entrado en un bloqueo del que me está siendo imposible salir.

Estoy intentando escribir de nuevo poco a poco, pero no puedo prometeros que tendréis capítulos nuevos todas las semanas, como a mi me gustaría que fuese.
Espero que lo entendáis.

Coco,
Lu

𝑺𝒆𝒓𝒆𝒏𝒅𝒊𝒑𝒊𝒂 ~ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora