CAPÍTULO XXI

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                                     BRINA

Los dedos no enfundados de Deimos apretando mi mano de vez en cuando era lo único que me mantenía cuerda en ese instante.

Acababa de matar a un hombre. Después de que una loca hubiera intentado asesinarme y de que la Asociación casi me mandara a pasar el resto de mis días en una prisión de máxima seguridad.

Acababa de matar a un hombre. Un hombre que tenía un arma apuntada en mi dirección. Un hombre que estaba haciendo su trabajo. Un hombre que podía ser el hijo de alguien, el marido de alguien, el padre de algui...

− ¿Crees que, si lo necesitamos, podrías hacer... eso otra vez? - la voz de Deimos hizo que volviera a la realidad.

La voz de Deimos. Los dedos de Deimos. Deimos. Estaba aquí, conmigo. Ayudándome a escapar después de haber atacado a su compañera y asesinado a un guardia.
Estaba conmigo, su mano agarrando la mía, sus ojos mirándome con curiosidad y preocupación.

Asentí cuando arrugó las cejas, obligándome a mí misma a respirar o tendría un ataque de pánico en mitad del pasillo del lugar donde casi muero minutos antes.

− ¿Qué le pasará a Thalía y a mi madre? -

− Nada. No son testigos, les dejarán irse después de tranquilizar el ambiente -

− ¿Qué te pasará a ti si nos pillan? -

− No nos van a pillar -

− Deimos -

− Brina -

Rodé los ojos, tomando una gran bocanada de aire y asintiendo con la cabeza cuando se giró un segundo en mi dirección, con las cejas elevadas y una media sonrisa en los carnosos labios. Se había dejado un poco de barba que le hacía ver mayor, y tenía unos suaves círculos morados debajo de los ojos que, muy a su pesar, le hacían ver incluso más atractivo.

Alzó la otra mano (aún sujetando su arma) antes de girar una esquina, y tiró de mí cuando me perdí en mis pensamientos y me olvidé de la situación.
Casi le podía escuchar insultándome en todos los idiomas que conocía.

Los pasillos estaban desolados, lo cual me pareció extraño debido a la cantidad de personas con las que Thalía y yo nos habíamos cruzado mientras buscábamos la sala judicial. Se me encogió el pecho en una mala corazonada y, sintiendo como el corazón me latía con fuerza, apreté la mano de Deimos en un intento de encontrar esa tranquilidad que solo mi rubia era capaz de transmitir. Para mi sorpresa, cuando me devolvió el apretón, sentí como se aflojaba un poco el agarre en el nudo instalado en mi pecho.

Giramos una última vez a la derecha y ahí estaba, el gran salón principal, la gran puerta de cristal, la salida hacía la libertad.
Excepto que todo el arsenal de la Asociación estaba apuntando en nuestra dirección.

Más cazadores habían aparecido detrás nuestra, impidiéndonos volver por el oscuro pasillo y forzándome a pegar mi espalda a la de Deimos, respirando entrecortadamente y apretando su mano hasta que sentí como se me engarrotaban los músculos de los dedos.

− No hay salida – Deimos susurró escaneando el lugar con, supuse, los ojos entrecerrados.

− No hemos llegado hasta aquí para nada, ¿no? Dime que no, Deimos, por favor -

− Lo siento, bonita - cerré los ojos con fuerza, sintiendo como el aire se me atascaba en la garganta y las lágrimas amenazaban con escaparse de mis ojos.

Uno de los guardias apunto su arma directamente a mi pecho, su dedo índice enfundado abrazando el gatillo en lo que esperaba las órdenes de su superior. Iba a morir, lo sabía. Mis dedos ya tocaban el velo de la muerte aún unidos con fuerza a los de Deimos.

Mi mente me llevó inconscientemente a mis hermanas. A Nadiya, que seguía sin dirigirme la palabra, y a Calla, a quien le había prometido ir al cine en cuanto volviera a clasa.
En lo mucho que tenía que enseñarles a cada una, en las ganas que tenía de comerme a Nad a besos una vez que aceptara mis disculpas. En todo lo que me había faltado por decirles, lo orgullosa que estaba de ellas, lo mucho que les quería, lo mucho que les iba a extrañar, lo mucho que esperaba que crecieran.

Pensé en las numerosas cartas escondidas en mi banco de ventana, en la carta de Deimos aún refugiada entre mis antiguos diarios, en las fotos con Thalía, y mi madre, y mis hermanas, y mi padre por toda la habitación. En la ropa que ya no tendría ocasión de devolverle a Thalía, o las muchas camisetas que ella debía devolverme a mi.

Pensé en mi mejor amiga, en como le había forzado a prometerme que protegería a mis hermanas si algo salía mal. Había sido una promesa estúpida porque, muy en el fondo, esperaba que todo saliera bien. No había podido estar más equivocada.
Pensé en las innumerables noches abrazadas mientras cuchicheábamos de todo y nada a la vez. En como me gustaba trenzarle el pelo aunque se quejara o en como adoraba cada vez que le permitía maquillarme, por muy sutil que fuera. En como ya no tendríamos ocasión de ir a la fiesta de graduación juntas, o a su boda, o al nacimiento de su primer hijo o hija.

Pensé en Dánae, cuyo hermano se estaba jugando la vida para ayudarme a escapar. En la manera en que me había ayudado a vengarme de Chiara, en como había defendido a Thalía, en lo buenas amigas que podríamos haber sido.

Pensé en Deimos, aún aferrado a mi mano mientras su mente maquinaba una escapatoria. Pensé en como había negado mis sentimientos, como seguía negándolos muy en el fondo de mi corazón. Como no habíamos tenido tiempo para disfrutar la compañía del otro, como sabía tanto y nada de él. Como jamás tuve la oportunidad de decirle lo mucho que me gustaba cuando me llamaba bonita, o como sus ojos siempre encontraban los míos en la multitud, o como siempre tenía algo que decir para molestarme. Pensé en como ninguno se confesó al otro, como ninguno pudimos saborear los labios del otro.

Pensé en mi padre. En lo decepcionado que estaría si me viera ahora. En lo mucho que le dolería que estuviera a punto de rendirme, en lo mucho que echaba de menos sus besos y sus abrazos, sus consejos y sus chistes que nadie encontraba graciosos. En como había olvidado su olor y el sonido de su voz, en que ya no recordaba cuál era su libro favorito o su tradición los viernes por la noche. En lo mucho que le hablaba a Nad y Calla de él, incluso cuando Calla no sabía quién era. En lo mucho que necesitaba de sus cálidas manos acunando mi cara cada vez que me frustraba, en sus labios susurrándome palabras de aliento, en sus ojos brillando con orgullo y amor y felicidad.

El hilo que conectaba con mi Fuego interior tembló. El hilo del tirititero, el hilo de mi autocontrol.

Abrí los ojos, casi sin darme cuenta de que los había cerrado, y miré a mi alrededor.
Podía hacerlo, podía permitirme perder el control el tiempo suficiente como para abrirnos paso entre los guardias. Mi vida no podía estar más jodida, ¿verdad? Podía proteger a Deimos con mi cuerpo y rezar porque Thalía, mi madre, mi tío y Dánae estuvieran lo bastante lejos. Podía permitirme una última locura antes del exilio.

− ¿Confías en mí? - le susurré a Deimos.

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⏰ Última actualización: Jan 13, 2023 ⏰

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