CAPÍTULO XX

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Las grandes puertas de la Asociación nos dieron la bienvenida en esa fría mañana de Febrero.

Mi madre enganchó su brazo al mío, sus ojos azules brillando con algo que no supe descifrar antes de apretar mi brazo y entrar en el viejo edificio seguida muy de cerca por mi tío Zander, que no me brindó más de un asentimiento de cabeza y un guiño.

Thalía entrelazó nuestros dedos, tomando respiraciones hondas y acariciando mi mano con su pulgar.

Llevaba puesto un traje de chaqueta azul oscuro, con una camisa blanca debajo y una falda de tubo que le hacía ver algunos años mayor. Los tacones de aguja negros repiqueteban en cada escalón.
El pelo rubio corto había sido recogido en una cola de caballo que apenas le llegaba a la nuca, y la pequeña herida de su sien había sido cubierta con maquillaje.

Yo había sido obligada a llevar un traje también, pero nada tan extravagante e incómodo como el de mi amiga.
Era negro de pantalones anchos y no llevaba camisa o tacones. En su lugar, le había robado una camiseta blanca corta a Nad que cubría un poco más abajo de mi ombligo y no hubo manera de quitarme mis usuales nike air force one de los pies.

Llevaba el pelo recogido como siempre, y entre mi madre y Thalía habían conseguido ponerme un poco de maquillaje para cubrir mis propias heridas, además de las grandes ojeras que coronaban mis ojos.

El silencio que nos recibió una vez entramos en el
edificio me puso los pelos de punta.

Todo el mundo giraba la cabeza para echar un vistazo a Thalía y a mí y, aún sabiendo lo mucho que mi rubia amiga disfrutaba la atención ajena, sabía que estaba tan incómoda como yo.
Le di un apretón a su mano que le hizo saltar un poco, y carraspeó dos veces antes de volver a caminar.

No sabíamos a donde teníamos que ir y mi madre y mi tío habían desaparecido, pero seguimos avanzando sin dejarnos intimidar por las miradas ajenas o los dos guardias de seguridad que nos seguían de cerca, sus respiraciones casi haciendo que se nos moviera el pelo.

− ¿Brina Bennet? -

Una mujer de unos veinticinco años estaba allí. Llevaba un vestido negro pegado con un escote que hacía ver los pechos de Thalía como naranjas en comparación con los suyos, unos tacones incluso más altos que los de la rubia (aunque ella no parecía tener problemas a la hora de andar) y un rabillo en los ojos que casi le tocaba las sienes.
Los labios iban a juego con el vestido, por supuesto, y los ojos verdes brillaban con picardía.
El pelo rojo como el fuego que crepitaba en mi interior caía en hondas hasta rozar sus hombros y tenía una mano con las uñas de porcelana rojas extendida en mi dirección.

Thalía y yo la miramos de arriba a abajo, y casi pude sentir como las dos levantamos una ceja al mismo tiempo.

− Mi nombre es Perséfone -

− ¿Como la mujer de Hades? -

− Exactamente como la mujer de Hades -

Sonrió en nuestra dirección, y sus blancos dientes me cegaron momentáneamente.

Sabía que Thalía estaba pensando lo mismo por la forma en la que sus uñas se clavaron en mi brazo y la sutileza con la que soltó un insulto en un susurro.

La mano de Perséfone era suave y cálida, nada que ver con la mía, maltratada con callos y heridas (curadas y sin curar) debido a la cantidad de horas que pasaba entrenando. Pero no le pareció importarle cuando la abrazó con la suya, estrechándola reconfortantemente.

Era de Agua, aunque parecía hacer un esfuerzo sobrehumano y constante para intentar ocultarlo. No funcionó conmigo.

En el momento en que sus dedos se cerraron alrededor de mi mano, mi Fuego crepitó dándome el aviso.

Además, sus ojos curiosearon alrededor de mis heridas, tanto las que podía sentir bajo su agarre, como las que no habían podido ser ocultas con maquillaje.

− ¿Necesitaba algo? - pregunté, sintiéndome incómoda bajo su mirada inquisitora y su fuerte agarre.

Si no fuera porque estábamos rodeadas de gente que pronto me juzgarían por atacar a un miembro predilecto del consejo y al representante de Fuego, ya habría usado mi magia para liberar mi mano de sus afiladas garras.

Ella sonrió de nuevo, liberando por fin mi brazo y sacando una pequeña libreta roja de Fuego sabía dónde.

− Solo hacerte unas preguntas – su voz salió suave. Como si estuviera intentando convencerme de responder a todo libremente y sin la presencia de mi abogada.

𝑺𝒆𝒓𝒆𝒏𝒅𝒊𝒑𝒊𝒂 ~ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora