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Todos tenemos un monstruo dentro, una parte oscura. Algunos nacen con ella dados de la mano y otros mueren sin haberla conocido, pero está ahí, a la espera de ser activada. Como todo lo oscuro en esta vida, opaca la claridad.

Es ese eclipse que turbia. La mezcla de colores que, al mojarlos, destiñen.
Y aunque hacemos ver que la luminosidad siempre gana, que la bondad vence, mentimos.

¿Qué más tenía que hacerle para que comprendiera que él solo era una
basura? ¿Cuánto daño sería capaz de aguantar aquella chiquilla que acudía
una y otra vez a su encuentro?

Era buena, sana, sin mochilas emocionales que le ennegrecieran la
existencia. ¿Por qué insistía en convertirlo en aquel saco pesado que llevaría a cuestas durante toda su vida? Podría tener al lado al chico que quisiera. 

Pensarlo, en aquel momento, no le dolió. 

No tanto como lo había hecho durante toda la noche, al menos.

De corazón quiso que se marchara, que lo dejara en su soledad.

Eso no ocurrió. Se quedó allí durante mucho rato, mirándolo. Mientras, él la escudriñaba y se martirizaba por su compañía, le acariciaba el rostro con los nudillos de arriba abajo con un leve roce y se decía lo bonita que era, en todos los aspectos.

El silencio de Lena no duró apenas; sabía que enfriar las palabras no era buena idea si quería saber. Y, aunque habría mucho que preguntarle para saber qué ocurrió después de esa noche, lo que le interesaba realmente era el desenlace y no ir por el camino al que él quería llegar: apartarla a toda costa.

—¿Cómo era? Quiero decir, ¿cómo era contigo antes de… lo que pasó?

No fue capaz de mirarla mientras respondía. De hecho, Lena pensó
que se había ido muy lejos de allí, quizá a unos cuantos años atrás.

El brillo de sus ojos al hablar de ella, el tono de su voz… no le gustaron.

Pero no le quedó más remedio que prestarle atención, porque quien pregunta lo que no debe, escucha lo que no quiere.

—Joven, alocada y compulsiva. Quería casarme con ella, estaba loco por ponerle un anillo —Sonrió con nostalgia—. A veces lo que sentimos nos nubla la razón. 

Lena supuso que hablaba de lo que sentía por él.

—También, a veces, las personas insisten en que las veamos de un modo que realmente no son, queriendo aclararte la razón que ya está nublada.

Contra todo pronóstico, Tae se incorporó, colocó sus manos en la cintura de Lena y la sentó sobre la tapa del piano, entonces le respondió de una manera tan directa que la dejó desarmada:

—¿Crees que me comporto así para convencerte de ser alguien que no
soy? No, Helena. Esa no es la cosa. La cosa es que ya deberías haberlo
descubierto y, sin embargo, sigues aquí. ¿Sabes qué? Que antes, cuando
estaba con Rosie, yo no era así. Me conoció siendo un chico tímido,alguien introvertido, con la mente cerrada en torno a lo que me habían mostrado desde que tenía uso de razón. Libre, sí, hasta cierto punto. De jaula grande, mejor dicho. Y entonces llegó ella, sin jaula, con alas y sin importarle lo que nadie pensara sobre su libertad. Me mostró un mundo diferente, sin miedos, sin timidez.

—¿Te refieres al sexo? —lo interrumpió.

—Me refiero a todo. Al sexo, al amor, al día a día… Me abrió un mundo de posibilidades, pero luego lo jodí. Ella me dejó, volvía a estar solo por qué ella se marchó ¿Y sabes que hice yo? — Lena negó, un poco asustada. Comenzaba a alzar la voz y tanta conversación y sinceridad le recordaron que él seguía bajo los efectos del alcohol—. Me eché a perder completamente. ¡Se me fue la puta cabeza! Cualquiera se habría hundido, refugiado en algo después de todo, la muerte de mis padres, los dieciocho meses en prisión. Pero ¿Sabes adónde me fui yo? A follar. ¡A follarme a cada amiga suya! —repitió, exaltado—. Alfred había sufrido una neumonía que lo dejó con una intubación endotraqueal—bajó la voz hasta convertirla en un susurro—. Y ¿Sabes que hice yo? Yo me fui a follar…

T A B O O | [KTH+18] Hefesto 1✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora