Jhon dejó a un lado la correspondencia para centrarse en lo que Marc le pedía. Ahora que lo pensaba bien, había sido una pesima idea traer a los niños al hotel. No se quedaban quietos y cada cinco minutos lo interrumpían con sinsentidos. Si alguna vez creyó que cuando crecieran sería más fácil cuidarlos, estuvo realmente equivocado.
Los adoraba, pero eran agotadores y sus gritos lo estaban irritando. Debería haberlos dejado en casa después de dar ese paseo en el parque.
¿Qué tan mal se comportarían al enviarlos en un carruaje a la mansión?
Un pobre lacayo no sería capaz de aguantarlos tanto tiempo. Ellos definitivamente no subirían a un coche con un extraño. Todas sus opciones estaban truncadas.
—Papá, ¿podemos ir a jugar al jardín?
Jhon miró a través de la ventana y frunció el ceño al notar que la lluvia aún no había cesado. Querían volverlo loco. Era la octava vez que se lo preguntaban. Y para ser sincero, le gustaría decir que sí y tener unos minutos de tranquilidad, pero Amber lo mataría si se enfermaban, y esa era una discusión que no deseaba tener. Ya tenía suficiente con su pelea de la tarde anterior por no asistir a su encuentro con el nuevo tutor de los chicos. Lo último que necesitaba era una mirada de reproche y sus comentarios.
—Creo que dije que no hace un rato.
—Papá, por favor... —dijo Arthur mirándolo con esos ojos brillantes y grandes tan parecidos a los suyos.
—Si les permito salir ahora y se resfrían, no podremos ir al parque después.
—Entonces ven a jugar con nosotros. —le pidió Marc imitando a su hermano.
—Estoy ocupado, niños.
Volvió a retomar la lectura y firmó la carta que tenía entre las manos. Desde que Elliot había nacido, Darien estaba más disperso y él tenía que hacerse cargo de absolutamente todo en el hotel, algo que había evitado desde joven. Tal vez era su karma. Pasó toda su adolescencia discutiendo con sus padres para evitar dirigir la posada, y cuando Darien tomó el mando se sintió a salvo.
Su sobrino apenas había cumplido su tercer mes de vida y su hermano no mostraba interés en retomar su presidencia todavía. Nunca se había quejado de sus funciones porque le agradaba ser parte de los sueños de Darien y la gran visión que tenía en mente, pero eso afectaba su relación con Arthur y Marc. Ya no podía pasar tanto tiempo con ellos como antes, pero tampoco podía dejar a un lado su trabajo.
De reojo vio la cara de decepción de los gemelos y se arrepintió de negarles su pequeña aventura, sin embargo, la montaña de papeles que tenía delante de sí, era gigante y si no daba respuesta a más tardar esa noche, tendrían problemas con los inversores, los dueños del nuevo terreno para la sucursal y el resto de proveedores del hotel.
Las horas avanzaron con lentitud y cuando se dio cuenta, sus chicos estaban tirados sobre la alfombra de la oficina, totalmente dormidos. Quería llevarlos a una habitación cercana, pero tenía una reunión temprano y necesitaba descansar adecuadamente, no podía quedarse velando por su sueño, en especial cuidar a Marc, quien solía tener pesadillas con frecuencia.
No.
Se merecía una siesta digna y sin preocuparse de más por un berrinche de un niño de seis años. Había tratado de ayudarle a superar sus miedos, no obstante, él no se animaba a contarle a nadie sus pesadillas y de esa forma no podía mejorar la situación.
Llamó al servicio y le pidió a un lacayo un coche para volver a casa. Cargó a sus pequeños con lentitud hasta el carruaje. Si se despertaban, iba a estar en serios problemas, justo antes de ir al ascensor, Darien llegó hasta él y tomó en brazos a Arthur.
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Historias Cortas - Misterios de Londres III (COMPLETA)
RomanceParte final de la saga de Misterios de Londres. Son dos historias cortas de algunos personajes de las anteriores novelas. Recomiendo leer primero "Huyendo de Barwick" y "Seduciendo al Duque de Kent", aunque pueden leerse de forma independiente tambi...