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Allison se fijó en las personas que entraban a la fiesta con desinterés. Llevaba cuarenta y cinco minutos completamente aburrida, observando como todos los demás seguían haciendo sus actividades con normalidad. Nada les preocupaba y tampoco habían pasado momentos difíciles, no como ella.

¿Qué hacía allí?

Su vida social estaba extinta y podría decirse que arruinada. Desde aquel ataque, en el que el asesino de Londres había intentado matarla, parecía una paria para la sociedad, una oveja negra.

Si al principio la habían mirado con lástima, ahora la rechazaban discretamente. Alguien se había divertido al esparcir el rumor de que ya no era virgen, que ese hombre había hecho más que solo apuñalarla.

Sus ojos se aguaron al recordar aquellos murmullos, pero parpadeó rápidamente para evitar que las lágrimas salieran. Odiaba tener que asistir a esas veladas y que la miraran de reojo todo el tiempo, que le dieran la espalda y hasta se burlaran de ella. Todo por un sujeto trastornado que estaba obsesionado con lady Kent.

—Por lo menos podrías intentar ser agradable. —dijo su madre en voz baja y con una sonrisa falsa y tensa en el rostro.

—Me duele la cabeza. Les dije mil veces que no quería venir. —y la ignoraron como siempre solían hacerlo. Allison detestaba salir de casa. Si pudiera elegir, se volvería una ermitaña. Si a nadie le interesaba conversar con ella, no tenía por qué aguantar semejantes desplantes de personas que jamás entenderían lo que ella había vivido.

De hecho, ansiaba irse de la capital. No se sentía segura en la ciudad en general y tampoco en la mansión. No sabía si la solución a tal sentimiento era huir de allí, pero era un comienzo. Había estado intercambiando cartas con una monja en un convento en Liverpool y tenía el permiso de ella para ingresar si lo deseaba.

Aún no le comentaba la idea a sus padres, no iban a comprenderlo, no trataban de hacerlo. Ellos también habían sufrido debido al incidente, era consciente de eso, pero indudablemente se habían visto beneficiados. Los pocos socios comerciales que su padre había conservado, le prestaron su ayuda por pura lástima. Eso los hizo recuperar su fortuna, sin embargo, faltaba un largo camino para tener estabilidad económica y cubrir las deudas con los bancos.

—Deja de comportarte como una niña. —esas amonestaciones ya no surgían efecto en Allison. Tal vez meses atrás, mucho antes de que casi muriera, agacharía la cabeza y obedecería sin dudar. Pero ya no.

Los Barrett habían colmado su límite y no iba a permitir que siguieran manejándola a su antojo.

—Podrías respetar mis deseos. —pidió con calma. Su madre era difícil y era mejor llevarla con cuidado. Si la alteraba en medio de la fiesta, cuando llegaran a casa, explotaría contra ella y la discusión sería mil veces peor.

—Por todos los cielos, Allison... Tu padre y yo estamos tratando de salvar tu futuro y tú no puedes poner de tu parte para ello.

Ese era otro asunto que detestaba. Ellos querían que se casara. Su plan de hacerla amante de Darien Barwick había fracasado estrepitosamente. El burgués se había enamorado de lady Isabella y acababan de tener un bebé. Sus padres le guardaban cierto rencor por haberlos "abandonado".

No obstante, ella aún le guardaba cariño a Darien. Inmediatamente después de que él hubiera terminado su incipiente relación, si es que podía llamarse así al corto romance que tuvieron, ella agradecia toda su ayuda posterior al ataque. El dueño del Belmond había pagado por los mejores médicos para su recuperación y no había forma de retribuirlo.

Seguían enviándose cartas de manera discreta. Era la única persona a la que consideraba un amigo, de hecho, lo veía más como a un hermano mayor. Se preocupaba por ella y siempre insistía en rescatarla y en que le pidiera ayuda si lo necesitaba.

Allison le agradecia su atención y cariño sincero, pero evitaba el contacto más estrecho para que su esposa no malinterpretara su relación. Lo apreciaba demasiado como para hacer algo que lo lastimara.

—Lord Dusell quiere compartir un baile contigo, hija. —su padre las interrumpió y apareció con el vizconde frente a ellas. Eso le quitaba la posibilidad de negarse o huir disimuladamente. El noble era mucho mayor que su padre y tenía fama de jugador y bebedor.

—Si me permite, señorita Barrett. —el hombre le tendió la mano y la jaló a la pista. Sintió sus dedos enredándose en su cintura, apretando más de la cuenta y juntando sus cuerpos de forma inapropiada.

Las lágrimas acudieron nuevamente a sus ojos y miró hacia otro lado para distraer sus sentidos y mentirse a sí misma. Otra razón por la cual ya no servía para el matrimonio es que no sabía cómo lidiar con la cercanía de otras personas.

No estaba preparada para confiar en los demás. Todos eran una amenaza para ella. ¿En quién podía confiar realmente? ¿Cómo podría escaparse de los planes que tenían sus padres para ella?

Una parte importante en un enlace era la intimidad y ella no estaba dispuesta a tenerla, mucho menos con un hombre tan desagradable como el vizconde de Dusell. La miraba con cierto morbo que le daba náuseas y arcadas.

Era obvio que necesitaba salvarse ella misma. Su prioridad era librarse de una unión con ese tipo de caballeros y encontrar un poco de paz en su vida. Quería tranquilidad y espacio para sanar sus heridas emocionales.

¿Cómo lo iba a lograr?

La respuesta era bastante sencilla a decir verdad. Su primera opción era terminar en el convento en Liverpool.

Para la segunda, la que consistía en seguirle el rollo a sus padres, debía encontrar a un pretendiente que tampoco se interesara por llevarla al lecho o hacerle daño. Si tan solo existiera alguien como Darien, ella no dudaría en arriesgarse, sin embargo, Barwick era un caso aparte. Jamás encontraría otro sujeto con tanta bondad como lo era él.

El problema era que el tiempo se le estaba yendo y con el pasar de los días la tarea se complicaba aún más.

Sus ojos viajaron otra vez a la puerta y se concentró en los invitados que iban y venían de un lugar a otro, unos con prisa, otros charlando tranquilamente. La pieza estaba por terminar y quería salir huyendo hacia el baño o el jardín.

Una figura en medio del gentío llamó su atención y observó con detalle al hombre que acababa de entrar a la sala. Estaba segura que sus ojos se iluminaron al reconocer al señor Jhon Belmond en compañía de Carl Winston.

No sabía por qué estaban en esa fiesta ya que no habían grandes empresarios allí. No obstante, se había equivocado al pensar que no quedaban hombres con un gran corazón como Barwick. Delante de ella se encontraba la posible solución a su problema.

E iba a perseguirlo hasta convencerlo de ayudarla.

Historias Cortas - Misterios de Londres III (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora