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Tenía que admitir que la culpa lo estaba carcomiendo por dentro.

Jhon no solía sentirse tan mal después de sus discusiones con Amber, pero la última había involucrado a sus hijos y a su hermano junto con Isabella, sin contar con los ojos curiosos de algunos sirvientes, y la situación se le había salido de las manos.

El alcohol lo había vuelto violento y sin escrúpulos. Había dicho cosas horribles y había alentado a los gemelos a hacer lo mismo con su madre. Había caído muy bajo y no tenía perdón alguno.

Y sin embargo, aún no se había disculpado con Amber por haber sido tan cruel. Al descubrir que efectivamente se había marchado su mente no dejaba de darle vueltas al asunto.

¿Era mejor que se hubiera marchado o era un daño mucho peor para su endeble relación?

Estaba consciente de que Marc y Arthur querían verla en algún momento y no iba a negarse a ello, tampoco sería capaz de alejarla de sus pequeños. Ellos necesitaban aquel cariño materno.

Sin embargo, estaba dividido entre lo que le mandaba su cerebro y lo que le decía el corazón. Lo más lógico era ir tras Amber y volver a juntar a su familia, pero realmente la distancia le ayudaba a no sentirse tan miserable con lo que ella había hecho. En últimas, toda esa situación era culpa de esa mujer. Él jamás la había engañado y en todo ese tiempo no había estado con otra, por mucho que hubiera querido vengarse, el trabajo y los niños absorbían su vida por completo.

Al llegar a casa subió directamente a la habitación para darse un baño y cambiarse de ropa antes de volver a salir con Darien para acudir a una velada social. Estaban a punto de atraer más inversores y generar contactos en beneficio del hotel. Aunque normalmente no le interesaban esos eventos, por alguna razón aquella noche estaba dispuesto a relajarse y dejar de pensar en su desastroso matrimonio.

No podía hacer mucho si su esposa tampoco tenía la voluntad de regresar. Ella se había dedicado a mandarle solo cartas a los chicos contándoles sobre su rutina en Cambridge los días pasados y para él no había ni un saludo.

Mientras estaba en la bañera cerró los ojos e intentó dormitar unos minutos para soportar la noche que se avecinaba. Lastimosamente, Arthur y Marc tenían otros planes para él y no dudaron en molestarle al enterarse que acababa de llegar a casa.

Se entretuvo jugando un rato con ellos y después los envió a la cama. Los notaba mucho más animados que antes, incluso cuando habían mencionado que su madre les había escrito. Debía encontrar una solución lo más pronto posible para evitar hacerles daño a sus pequeños. Los problemas entre Amber y él no debían ser expuestos de esa manera con los chicos.

Al bajar las escaleras quiso darse la vuelta cuando adivinó que Isabella iría con ellos en esa ocasión. Su cuñada lo trataba con cierta aprensión, pero sin rayar en la descortesía. De hecho, había sido ella quien iniciara sus cortas pláticas en el último mes y medio. Estaba agradecido porque era Bella quien más se preocupaba por los gemelos y disfrutaba cuidándolos, pero le incomodaba que fuera tan cercana a Amber y por ende a su matrimonio.

Una hora más tarde, luego de hablar con los inversores y empresarios con quienes tenían interés en cerrar importantes negocios, estaba más relajado mientras bebía de su copa de vino. Había decidido no volver a excederse con el alcohol para evitar otra escena como la última, además de que se odiaba por no haber actuado con la cabeza fría.

—El otro día Arthur me pidió que le enseñara a escribir. —Jhon sonrió ante el tono tan casual que Bella usó para acercarse a él. —Dice que los dibujos que hace no son suficientes para expresarse. Tuve que decirle que no debido al poco tiempo del que dispongo y le dije que si un maestro viniera a darle clases aprendería mejor y con más rapidez.

—¿Y qué respondió?

—Le encantó la idea. Naturalmente Marc hará lo que su hermano haga. —sus ojos lo detallaron con cierta impaciencia, casi rogando para que él actuará de forma positiva y diera su visto bueno.

—¿Amber tiene algo que ver en eso? —no pudo evitar preguntarle. Después de todo, su mujer siempre había sido la primera en tratar que sus hijos empezaran su vida académica temprano y que fueran estudiantes ejemplares.

—Supongo que los ha inspirado si es a lo que te refieres. Desde que se fue, sus cartas solo relatan lo que hace día a día, ella ya no se molesta en dar órdenes o recomendaciones. —eso último había sonado a reproche, sin embargo, lo pasó por alto y decidió seguir con la conversación.

—Entonces será mejor que busque un tutor. —cedió ante la sonrisa de Bella y de pronto fue como si la distancia entre ellos se hubiera evaporado. ¿Cómo podía molestarse con ella? La rubia había estado tratando de arreglar su matrimonio y se esmeraba en cuidar a Arthur y Marc desinteresadamente.

Nunca iba a encontrar a nadie más leal que a su cuñada. Prefería valorarla desde ahora que perderla. No podía darse el lujo de seguir alejando a las personas que más quería.

Historias Cortas - Misterios de Londres III (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora