Amber esperaba en el pequeño comedor a que su primo, Henry, terminara de despedirse de la tía Agatha. La mujer no había podido sobrevivir por más tiempo y había fallecido la noche anterior debido a las fiebres. Por suerte, su hijo había pasado los últimos cinco días a su lado y la anciana se había ido sin dolor alguno. El médico se había encargado de darle láudano para que no sufriera más de lo necesario.
Su primo había hecho un viaje bastante largo y pesado, su familia se había quedado en el norte y aunque habían conversado por mucho tiempo y él le había asegurado que se encontraba bien, la tristeza era la protagonista en su amable rostro.
Se levantó con rapidez al ver a Henry entrando a la estancia y corrió a abrazarlo. Cuándo eran niños habían sido muy amigos, pero al crecer las distancias los habían separado irremediablemente. El castaño era el mayor de todos sus primos y siempre había existido una complicidad entre ellos muy agradable.
—Gracias por estar aquí, Amber. —susurró sin energías. Las ojeras negras demostraban su cansancio y tormento.
—Ni lo menciones. Haría cualquier cosa por ustedes. —él intentó sonreír, pero en realidad le salió una mueca.
—Mi madre nunca conoció el mar. Hace dos noches le prometí que iba a esparcir sus cenizas en el Océano Índico. Iré a la India.
Amber se quedó sin palabras ante sus palabras. Sabía muy bien que Henry adoraba viajar de aquí hacia allá, muchas veces sin rumbo fijó. Tenía un alma de aventurero innata. Sin embargo, la colonia quedaba muy lejos de Londres.
—Eso es muy dulce. —señaló con cuidado. Lo que menos quería era ofender los últimos deseos de su tía —¿Qué hay de tu familia? Me imagino que tu esposa y tus hijas se negarán. Es decir, es una travesía de meses. ¿Crees que te acompañarán?
—Voy a hablarlo con ellas cuando lleguen más tarde para la misa en honor a mi madre. —La ventaja era que sus hijas tenían quince y diecisiete años. No sería tan complicado hacer un viaje con jovencitas ya crecidas.
—Bueno, ya que éstas tan convencido de hacer esto, solo puedo desearte lo mejor de mi parte y que no haya ningún imprevisto.
—Gracias, querida. —Henry se sentó en el sillón y le pidió a ella que lo copiara. —Ahora hay otra cuestión que te compete a ti directamente.
—¿Algo está mal? —se preocupó al verlo tan serio.
—Amber, mi madre te dejó una especie de herencia. Varias joyas costosas y antigüedades que puedes vender si quieres, además de dinero que encontré en una caja fuerte en su habitación.
—¿Qué?
—Tal y como lo escuchas.
—Eso no puede ser, Henry. Yo no merezco todas esas cosas, las joyas y lo demás le pertenecen a tu familia.
—Lastimosamente, querida prima, esas alhajas no son del gusto de mi esposa o de mis hijas, las conozco bien y sé que estos collares y perlas terminaran olvidadas en sus cajones. Solo me quedaré con el anillo de bodas y un prendedor para el cabello, eran sus favoritos e insistió en que los guardara para cuándo las chicas vayan a casarse.
—Pero el dinero si puedes quedártelo. Hasta podrías vender todo eso y ganar mucho.
—No necesito esas libras, Amber. Y prefiero que esa pequeña herencia permanezca entre la familia.
—¿Estás hablando en serio, Henry?
—Claro que sí. ¿Acaso piensas desobedecer la última voluntad de mi madre?
—Primo, es que es mucho lo que está de por medio. Ese dinero te iría de maravilla.
—Ya tengo bastante de eso, Amber. No necesito más, me refiero a que tengo mis cuentas en orden y a veces no importa que tan grande sea tu fortuna si no puedes salvar a tus seres queridos. —dijo desanimado. —Intenté todo para que mi madre viviera y no pude hacer nada. Es muy frustrante. Así que quiero tomarme un tiempo fuera de Inglaterra y por eso iré a la India, eso me ayudará a despejarme y recuperarme de este sinsabor.
—Creo que deberías consultarlo con tu esposa antes de dejarme todo esto. —dijo como último recurso para intentar convencerlo de que recapacitara. Era el dolor el que estaba hablando por él.
—Estará de acuerdo, lo sé —el castaño tomó sus manos y las apretó con cariño. —Hay otra cosa que quiero comentarte. Quiero agradecer el tiempo que pasaste con ella, Amber. No te imaginas lo feliz que estuvo las últimas semanas con tu compañía.
—Yo también estaba muy feliz de estar aquí en Cambridge, Henry. Ella hizo que recordara como era en el pasado y está visita me dio otra perspectiva de lo que ha sido mi vida en estos años.
—Es por eso que quiero que te quedes con está casa, prima. —estuvo a punto de negarse pero el hombre la silenció con una mirada. —No puedes negarme que estás enamorada de este lugar, el paisaje, el ambiente y las personas. Se nota que deseas quedarte aquí.
—Pero no puedo, Henry. —anunció en voz baja —Mi familia está en Londres.
—Eso no debe ser un impedimento para aceptar está casa.
—¿Por qué haces esto?
—Quiero que el lugar dónde mi madre fue feliz quede en buenas manos. Puedes traer a los gemelos, a los niños les va a encantar correr por el campo y todo el espacio libre.
—No vas a desistir, ¿cierto?
—En lo más mínimo. Me dolería que no aceptaras y yo tuviera que vender la propiedad. —la miró a los ojos directamente, casi suplicando y rogando por su ayuda. —Di que sí.
¿Cómo negarse a su primo? Él estaba siendo muy amable y trataba de agradecer la compañía que le había brindado a su tía. Debía admitir que estaba loca por quedarse en Cambridge y tener la tan anhelada paz que había buscado por meses. Sin embargo, Marc y Arthur estaban en la capital, necesitaban seguir estudiando y adaptarse a la vida de la ciudad, sin contar que Jhon nunca permitiría que ella se llevara a los chicos tanto tiempo.
Pero aquello no menguaba su deseo de permanecer allí. Podía imaginarse despertando cada mañana muy temprano para apreciar el amanecer y el paisaje, desayunar con una vista maravillosa, pasear por el pueblo y hacer amigos. Una nueva vida para ella. En ese momento no importaba nada más. Ya vería cómo solucionar los problemas que se le presentarán.
—Vale —manifestó con la alegría empezando a crecer a través de todo su cuerpo —Me quedaré con la casita.
—Gracias, Amber. —Henry besó sus manos con cariño y auténtica emoción. —Haré todos los arreglos necesarios para que legalmente sea tuya.
La mujer sonrió y lo abrazó con fuerza. Tal vez el destino iba a darle otra oportunidad. No era como ella lo había pensado en un principio, pero sentía que era lo que debía hacer. Después de todo, si las cosas no funcionaban con Jhon definitivamente, tendría una vivienda solo para ella, un lugar a dónde escapar si llegaba a complicarse su situación, pero esperaba que no tuviera que tomar decisiones difíciles respecto a su matrimonio.
Por el momento solo podía regresar a Londres para ver cómo estaban sus pequeños. Las cartas que había estado intercambiando con Isabella ya no eran suficientes para ella y necesitaba verlos con urgencia. Además, tenía que hablar con Jhon porque no era permisible que él dejará de lado la educación de los gemelos por su trabajo.
Primero había sido el señor Winters y ahora el señor Anderson. A este paso, todos los tutores y maestros de Inglaterra iban a rechazarlos sin miramientos. Sus hijos ya tenían la edad suficiente para centrarse en sus estudios y dejar de jugar todo el día.
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Historias Cortas - Misterios de Londres III (COMPLETA)
Любовные романыParte final de la saga de Misterios de Londres. Son dos historias cortas de algunos personajes de las anteriores novelas. Recomiendo leer primero "Huyendo de Barwick" y "Seduciendo al Duque de Kent", aunque pueden leerse de forma independiente tambi...