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Las dos semanas que habían pasado desde que había salido de Londres no fueron las mejores.

Los primeros días, Amber no había dejado de llorar y apenas se había levantado de la cama para comer o hacer nada en su nuevo hogar.

Porque eso era lo que significaba Cambridge para ella.

Una nueva vida. Una vida triste y sin sus hijos, pero nueva al final de todo.

Recordar aquella lejana noche en la mansión la ponía mal siempre. La mirada recriminatoria de los gemelos y el odio que destilaba su esposo era algo que no podía soportar.

Desde hacía años que sabía que su matrimonio había terminado y no existía amor entre Jhon y ella, sin embargo, él había puesto a sus niños en su contra y jamás pensó que fuera capaz de hacerle eso. Si los papeles estuvieran invertidos, ella nunca lo hubiera hecho. Era lo más ruin y bajo que podía caer.

Pero después de días de pensar la situación, se dio cuenta que no podía permitir que aquel episodio marcará su futuro. Además, había tenido la oportunidad de cartearse con Isabella en ese corto tiempo.

No había sido fácil. Estaba terriblemente avergonzada de que Bella supiera el porqué de su fallido matrimonio.

No se sentía orgullosa de lo que había hecho en el pasado. Sus emociones habían cambiado mil veces después de dar a luz y pasar meses en soledad, o mejor dicho con la compañía y atenciones diarias de Barwick y no las de Jhon, la habían hecho confundirse.

Su esposo viajaba demasiado en esa época y ella estaba con dos bebés recién nacidos en una mansión desconocida. Era joven e inexperta y aunque no culpaba a Jhon de sus idas y venidas, tampoco estaba feliz en ese entonces. Y Darien fue tan amable y cariñoso con ella y sus hijos que no pudo evitar confundir el amor fraternal con un estúpido enamoramiento.

Había besado a su cuñado una noche luego de cenar. Si es que podía decir que un breve roce era un beso. Y con eso fue suficiente para saber lo errada que estaba. Barwick era apuesto y agradable, pero su corazón le había pertenecido desde el inicio a Jhon. Se disculpó días más tarde. Si bien había meditado acerca de lo que estaba sintiendo antes, esa noche había bebido una copa de vino que le había sentado mal. No controló sus actos y fue tras Darien.

Lo que no supo fue que su esposo había presenciado todo desde la oscuridad del pasillo. La mañana siguiente y por ende los últimos años, fueron un caos total. Gritos, peleas, reproches y llantos. Ese era un buen resumen de lo que habían sido como pareja.

Las cartas de Bella llegaron el día siguiente de su huida a Cambridge. Le pidió que volviera y se hospedará en el hotel si no quería estar en la mansión. Le informó que Arthur y Marc estaban bien, que Jhon no le dirigía mucho la palabra a nadie y apenas veía a los gemelos al llegar del trabajo.

¿Qué sentido tendría regresar a Londres?

Su familia le había dejado muy claro que no era bienvenida y estaban mejor sin ella.

Ahora que la tristeza había disminuido la furia e indignación eran las protagonistas en su interior. Había hecho muchas cosas por su esposo e hijos y la forma en la que la habían tratado era absurda.

Si alguna vez se les ocurría disculparse o extrañarla, ya sabían dónde encontrarla. Era momento de darse su lugar y hacerse respetar. Amber sabía que merecía más e iba a conseguir más.

Sin embargo, era una madre. Sus pequeños seguían siendo unos bebés y no sabían las consecuencias de sus actos una vez hechos. No los acusaba de nada. No podría juzgarlos. Así que seguiría enviándoles cartas, hablándoles de sus días y cómo era vivir en Cambridge. Pero no haría otra cosa.

Tal vez con el tiempo se animaran a visitarla y estaba segura de que iban a pedirle que volviera o que les permitiera quedarse allí con ella. No obstante, esa decisión no iba a tomarla ella.

La señora Bringters, el ama de llaves, le sirvió una copiosa comida y le sonrió con cariño al ver su gesto decaído. La mujer había escuchado todos sus problemas y le había dado muchos consejos. Ninguno se ajustaba a lo que realmente deseaba hacer, pero eran palabras comprensivas y llenas de preocupación por su futuro.

Amber le agradecia lo maternal que se había comportado hasta ahora y no sabía cuán necesitada estaba de confesarse con una persona ajena a la situación. Isabella era una gran amiga, pero independientemente de ello, mantenía una relación familiar con Jhon y no quería que otro matrimonio se arruinara por su culpa.

Las semanas pasaron con rapidez para ella, un mes más tarde ya tenía una nueva vida. Si antes le hubieran dicho que tendría una casita para ella sola, con un jardín que estaba arreglando con flores de todos los tipos y un extenso huerto donde había plantado patatas y zanahorias, nunca lo habría creído.

Aún no recogía la primera cosecha pero tenía fe en que pronto podría llevar a su mesa aquellos alimentos y uno que otro vecino le había recomendado vender los cultivos si le iba bien.

Amaba estar en Cambridge y tener la calma y tranquilidad que había perdido en la capital. Extrañaba a Marc y Arthur, por supuesto, sabía que les encantaría jugar en ese lugar. Podía imaginarlos corriendo de un lado para otro y riendo.

Era feliz, muy feliz allí y estaba decidida a no permitir que nadie arruinara eso por nada del mundo. 

Historias Cortas - Misterios de Londres III (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora