6

385 46 2
                                    


Amber llegó temprano a Cambridge. Eran tres horas de viaje desde Londres hasta allí y ni siquiera había sentido pasar el tiempo. Había dormido en todo el transcurso y estaba descansada. La noche anterior apenas había podido pegar el ojo debido a la confrontación con Jhon.

Debía admitir que se sentía culpable por la forma en la que se había ido. Casi como una criminal, escapando de sus deberes, de su familia, y en especial de su esposo. Sin embargo, el alivio llegó a su cuerpo al abandonar la capital, parecido a empezar una nueva vida.

Su llegada no fue tan grata. La tía Agatha no se encontraba en las mejores condiciones y apenas podía seguir el hilo de la conversación. La tuberculosis la había vuelto a sumir en una fiebre difícil de bajar y cada tos venía con sangre incluida. No se había levantado de la cama desde hacía dos meses por lo que sus piernas no reaccionaban bien y siempre debía estar acompañada para que la ayudaran a ir al servicio y para que se aseara.

Los médicos no le daban más de tres semanas, sin embargo, la curandera que la visitaba asiduamente era mucho más optimista que el resto de personas. Si bien Amber no había sido tan cercana a la anciana, estaba dispuesta a cuidarla como si se tratase de su propia madre, no le importaba que tan enferma estuviera porque era obvio que necesitaba a un familiar cerca.

—Señora Belmond, esta es la mejor habitación de la casa. —le informó Meredith Bringters, la cocinera, ama de llaves y criada de la pequeña vivienda. La mujer prácticamente se encargaba de todas las tareas pendientes y cuidaba de la tía Agatha cada día.

—Gracias —al quedarse a solas no pudo evitar sonreír. Aquella recamara era cálida y tenía una vista espléndida del jardín. Hacía mucho tiempo que no sentía tanta calma y serenidad.

Cerró los ojos y se convenció de que no había hecho nada malo ni reprochable. Necesitaba alejarse de su familia para no volverse loca. Amaba a los gemelos, eran su debilidad, pero últimamente no se sentía valorada o querida. No estaba experimentando ese maravilloso sentimiento de ser madre, se parecía más a una niñera o empleada más de los Belmond.

En cambio, allí en Cambridge, estaba en un territorio seguro. Podría manejarse con más libertad y estaba dispuesta a considerar esas pocas semanas cómo unas vacaciones bien merecidas e iba a dar su mayor esfuerzo para que su tía mejorará.

Desempacó sus valijas y acomodó los sencillos vestidos en el armario principal. Al ver que el mueble estaba apenas lleno, se entristeció. Cuando era una adolescente siempre había imaginado su futuro de una forma diferente a lo que ahora tenía. Un matrimonio fallido, la falta de felicidad a diario y aquel sentimiento de vacío permanentemente. Sin embargo, no podía quedarse en sus penas. Debía levantar la cabeza y no rendirse. Su vida no podía reducirse a tan poco.

Pasó la tarde conociendo las dependencias de la casa mientras su tía dormía. Cuatro habitaciones sin contar la principal muy bien arregladas. El comedor era modesto pero tenía su encantó y lo veía adecuado para una cena discreta y con pocos invitados.

Le gustaba.

Había una especie de paz y calidez que no tenía en la mansión de Londres ni en el Belmond. No importaba cuantos lujos y sirvientes tuvieran allí, no podían igualarse a lo que sentía en Cambridge.

También se dio una vuelta por la plaza y el parque central. Los negocios eran pequeños y discretos, nada comparados a lo que estaba acostumbrada a ver en la capital. Hasta las personas eran más amables y no tenían reparos en detenerse por un momento y saludarla. Ya todos sabían de quién era sobrina y estaban alegres de que su tía tuviera a alguien cerca.

Ojalá pudiera quedarse en esa ciudad para siempre, pero no podía. Aquello era temporal y en un abrir y cerrar de ojos regresaría a su aburrida y triste vida. Con un esposo que la despreciaba y unos hijos que parecían no quererla lo suficiente.

No.

Sacudió la cabeza varias veces ante ese pensamiento. No debía permitirse sentir eso. Lo correcto era regresar a casa con una actitud diferente e intentar salvar lo poco que aún podía rescatar y que todo mejorara.

Ya nuevamente en la entrada se topó con el cartero que hacía el recorrido hasta la capital desde muy temprano. Por lo general el correo salía al atardecer de la oficina y el encargado volvía al día siguiente en la mañana con todas las misivas y paquetes procedentes de Londres.

Le pareció algo de admirar, puesto que ella nunca se atrevería a hacer el viaje de tres horas de ida y vuelta a diario. Por otro lado, era bastante eficiente y lo único que se imaginó fue en escribirles a sus pequeños, de esa forma no la extrañarían tanto y también esperaba que el ama de llaves, la cocinera e incluso Jhon, la mantuvieran informada de lo que sucediera allá.

Con ello en mente, se decidió a enviar una carta contándoles con lujo de detalles cómo era Cambridge a sus gemelos, tal vez eso los animará a trasladarse con ella y vivieran un tiempo en el campo, más rodeados de naturaleza y animales, así como había sido su niñez.  

Historias Cortas - Misterios de Londres III (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora