Epílogo II

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Estaba cerca de anochecer cuando los duques de Kent llegaron a la casa del conde de Rothberg.

Carrie dormitaba sobre el hombro de Thomas mientras se dejaba llevar por el vaivén del coche. Habían planeado salir más temprano de Londres para llegar a una buena hora a Bath sin embargo los malestares de su embarazo complicó el viaje.

Las náuseas matutinas la tenían deshecha. Estaba cansada y dolorida. Ninguna posición le sentaba bien. Su vientre era muy grande y le molestaba a pesar de que su esposo buscara darle todas las comodidades y de que la ayudara a recostarse.

—¿Quieres que nos detengamos otra vez? —susurró en su oído Thomas. Ella no se atrevió a abrir los ojos puesto que el movimiento de todo empeoraba su condición. Sintió su mano acariciando su abultado abdomen y sonrió ante tal acción.

—Ya paramos cinco veces. —murmuró contra la tela del brazo de su abrigo.

—Y lo seguiremos haciendo las veces que sea necesario.

—Pero Caleb puede despertarse y no quiero molestarlo más. —entreabrió los ojos y se fijó en que su hijo de sólo diez años dormía plácidamente en el asiento de frente.

Su primer embarazo no fue tan caótico como este. Recordaba que se movía con facilidad y podía comer casi cualquier cosa sin vomitar. Se suponía que solo iban a tener un hijo y ahora tendrían otro por sorpresa. Por supuesto que lo habían intentado después de que Caleb llegara a sus vidas pero no había podido concebir antes. Habían dejado de probar suerte cuatro años atrás.

—A él no le importa parar unos minutos. Sabe que mamá no se siente bien.

—No te preocupes. Puedo aguantar hasta que lleguemos a la mansión. —dijo apretándose a él aún más.

—Lamento que tengas que pasar por esto.

—Solo quedan cuatro meses y creo que lo peor ya pasó.

—Promete que si te sientes mal me lo vas a decir, Carrie. —le pidió con la voz marcada de preocupación. Thomas siempre había estado muy pendiente de su salud y en especial desde que ambos se dieron cuenta que aquel embarazo era más complicado de lo normal.

—Te lo prometo.

Cuando llegaron a su destino pudo sentirse más aliviada de tocar el suelo con sus pies. Tenía  hambre y debía usar el servicio inmediatamente. Thomas cargó entre sus brazos a Caleb y fueron guiados por el mayordomo hacía sus dependencias. También fueron informados de que el resto de visitantes estaban en el jardín disfrutando de una merienda ligera antes de la cena de bienvenida que solían hacer cada año.

—¿Quieres tomar un baño? —le susurró su esposo abrazándola desde atrás con fuerza.

—Por favor.

Kent dejó en la habitación contigua a su primogénito y volvió para preparar la tina con agua caliente. Su mirada se deslizó con evidente deseo por el cuerpo de su esposa mientras se quitaba el vestido. Su abultado vientre le recordó que no podía hacerle el amor cómo quería.

Ambos entraron en la bañera y sonrió cuándo ella se acurrucó en su pecho. Sabía bien que el agua caliente relajaba sus músculos y aliviaba sus malestares generales. Sus manos se posaron sobre su barriga y luego por sus brazos y hombros. Adoraba cada parte de ella y a pesar de los años no se cansaba de esa mujer.

Thomas no se lo había demostrado en estos meses pero estaba aterrado con la idea de perderla si algo salía mal en el parto. Con Caleb todo había sido mucho más fácil y hasta divertido. En cambio con Theo, así era como lo llamaba en su mente, estaba complicándose más de lo necesario.

Historias Cortas - Misterios de Londres III (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora