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Carl lanzó la bola a través del aro sujeto al suelo con precisión y apretó la quijada al fallar por segunda vez. Estaba practicando sus tiros de críquet para el juego familiar en Finsbury Park la semana entrante. Solía reunirse con sus primos y tíos en aquella localidad y hacer apuestas sobre el juego.

Debía admitir que su puntería era pesima, sin embargo, era suficiente para ganar de vez en cuando algo de dinero. Le gustaba el deporte y lo mantenía alejado de la oficina y los asuntos del banco.

Había hecho instalar una pequeña cancha en su jardín para practicar cuándo quisiera, según su madre, eso también lo ayudaba a respirar aire fresco y no encerrarse dentro de cuatro paredes todo el día. A decir verdad, lo relajaba y le gustaba tomarse estos momentos para sí.

—Señor, tiene visitas. —le informó el ama de llaves.

—¿De quién se trata? —preguntó apuntando nuevamente hacia el tercer arco con mucha concentración.

—La dama no ha querido mencionar su nombre, de hecho, señor, me atrevo a afirmar que es un secreto el que haya venido hasta aquí.

Aquello le robó la atención y se fijó en la figura que estaba en la entrada, completamente cubierta por una capa vieja y negra de pies a cabeza. ¿Por qué una mujer vendría al anochecer a su casa? No tenía una amante en ese momento. Había dejado de frecuentar a una viuda con la que se divirtió por un tiempo, pero desde que Carrie se había propuesto buscarle una esposa, decidió terminar su relación.

—Déjala seguir. —dijo dando por fin su tiro. Al ver que había dado en el blanco, sonrió con un deje de superioridad, estaba mejorando bastante y ya se estaba regocijando al pensar en el dinero que obtendría limpiando los bolsillos de sus primos.

Se giró para ver a la fémina que se acercaba a él con pasos rápidos y precisos y la sorpresa lo invadió al reconocer a Allison Barrett en sus dominios.

Había podido notar que la joven se había vuelto asustadiza y ya no interactuaba con nadie, en especial con el sexo masculino, claro está, que tambien era evidente que sus acercamientos con hombres siempre eran impuestos por el señor y la señora Barrett. Cuestión que lo intrigaba de sobremanera. Desde su incidente, no era la misma.

¿Por qué precisamente ella estaba a esas horas en la casa de un conocido soltero?

—Señorita Barrett, es un gusto verla, algo inusual teniendo en cuenta la hora y el lugar, pero un placer en últimas. —la saludó al tenerla a unos metros de distancia.

—Me disculpo por presentarme así, pero se trata de un asunto urgente.

—¿Sus padres están bien? —no era un secreto que la familia había pasado por ciertos problemas económicos, su banco había sido muy generoso con el señor Barrett al no cobrar intereses y darle más tiempo del necesario para saldar su deuda.

—Si —dijo tajante. Estaba muy confundido con la situación y ella parecía nerviosa y alterada. —Yo vengo porque quiero... Yo...

Hasta ese instante, Carl se fijó en que se había acercado mucho y eso la estaba asustando. Lo miraba con auténtico miedo en los ojos y sus hombros temblaban con fuerza, pero trataba de disimularlo. Dio unos pasos hacia atrás para recoger una bola y darle su espacio. Lo que menos querían era un escándalo que los perjudicará a ambos.

Sin embargo, no fue agradable que ella suspirara con alivio cuando él se alejó. No era muy halagador que le tuviera miedo. Jamás le haría daño a una mujer y mucho menos a ella.

—Señor Winston, quiero hacerle una propuesta. Me fijé en que ha estado buscando una esposa los últimos meses.

Carl detuvo sus movimientos y la miró con cierto interés. ¿Acaso Allison le estaba pidiendo matrimonio?

—Es lo que he estado haciendo, si.

—No sé cuál es la razón de que aún no se haya desposado. Usted es un hombre con fortuna y estatus. —agachó un poco la cabeza al sentirse observada —Yo en cambio soy casi una paria y mi padre está a punto de entregarme al vizconde de Dusell. En tres días él va a venir y...

—Señorita Barrett, ¿usted está insinuando que...?

—Le pido que considere ser mi esposo, señor Winston. Antes de que se niegue, por favor pienselo, usted ya no tendría que estar yendo de salón en salón para conocer jóvenes todas las noches, lo he observado, sé que le irrita estar allí, y yo... yo en serio necesito que me salve de lo que me espera.

Al terminar de hablar, Carl estaba anonadado. Le parecía que Allison estaba jugando con él, pero la desesperación en su voz era evidente. La situación era irreal. Definitivamente nadie le creería si lo contara.

—No puedo hacer eso. —respondió por inercia.

—Se lo ruego. En Gretna Green...

—Por favor, señorita. ¿Pretende crear un escándalo peor al que la rodea y arrastrarme a mí en el intento? —tal vez fue muy brusco al soltar aquellas palabras, pero lo que le estaba diciendo era una auténtica locura.

La sociedad los iba a criticar sin medidas. Había evidenciado el mal que hacían los comentarios a la reputación de una persona muchas veces y no estaba dispuesto a correr ese riesgo por nada del mundo. Además, su familia no estaría de acuerdo con esa decisión, de solo pensar en lo que su madre diría le daban ganas de echar a la calle a Allison sin cuidado.

La castaña lo miró apenada y trató de seguir con su perorata, no obstante, él escogió seguir sus pensamientos y la tomó del brazo para llevarla a la salida.

Inmediatamente, ella se tensó por el tacto. Le hubiera encantado comportarse como todo un caballero, tratarla con delicadeza y ser gentil, pero ya que no iba a considerar su propuesta era mejor que le pidiera un carruaje y volviera a casa. Agradeció que el ama de llaves se había quedado cerca y le hizo una seña para que trajeran el coche.

—Carl —se atrevió a pronunciar su nombre de pila y eso lo hizo detenerse. —Es mi última opción.

Estaba conmovido. También la entendía, es decir, querían casarla con el vizconde más viejo del reino y las pocas cosas que había escuchado acerca del hombre no eran buenas. Se imaginó esas sucias, viejas y regordetas manos sobre la mujer que tenía en frente y una vocecita en su mente le indicó que hiciera lo correcto. Quería ayudarla, eso estaba claro, pero no de esa forma.

¿Qué era lo correcto?

No podía tomarse esas atribuciones. Tenía negocios con el señor Barrett y otros de sus amigos. Era la peor manera de enemistarse con alguien y estaba seguro de que eso traería problemas al banco y el resto de negocios.

—Un lacayo la escoltara a su vivienda, señorita. —dijo mirándola con algo de pena, pero también con determinación.

Allison subió al coche y lo vio partir dejando un rastro de polvo. En el fondo sentía paz recorriendo su pecho, no obstante, le sería difícil conciliar el sueño con aquellos ojos tristes y desesperados.

Historias Cortas - Misterios de Londres III (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora