C I N C O

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Bárbara'


Giulia ya nos había mostrado la cafetería del pueblo y prácticamente todos ya sabían que estaba embarazada y casada.

No dijo que nos íbamos a casar o que pensáramos en casarnos, dijo que ya estaba casada.

Eso demostró que si aparecía soltera, ella nunca desfilaría orgullosa.

Y juro de corazón que no la culpo, su preocupación siempre fue extrema y exagerada, pero al final su protección es enorme.

Pero necesitaba salir de esa burbuja y darse cuenta de que hoy en día las mujeres cuidan a sus hijos sin un papá.

El papá que tanto exige la sociedad y dicen que es necesario, es el mismo que abandona a una mujer.

Luego fuimos a la plaza, el cielo anaranjado daba inicio al fin de la tarde, el clima estaba fresco.

Siento que mis oídos se tapan mientras hablamos con una de sus amigas, mi visión se nubla y siento que me voy a desmayar.

Mateo envuelve su brazo alrededor de mi espalda y aprieta mi cintura ligeramente, es la primera vez que nos tocamos desde el cuarto.

Sostengo sus dedos y respiro profundamente, tratando de deshacerme de la sensación de desmayo.

—Yo también estaría así después de caminar una ciudad entera. —me susurró al oído. Inevitablemente me reí. —¿Qué te parece si nos escapamos y vamos a tomar un helado? —yo asiento plenamente.

—Giulia, disculpe —Mateo interrumpió a mi mamá diciendo lo feliz que estaba de ser abuela.

Ella se volteó hacia él con una sonrisa abierta y orgullosa.

—Paso algo?

—Voy a llevarla a Bárbara a tomar un helado. Ya sabes cómo es, el calor con las embarazadas no combinan.

—Ay! es un dulce! —comentó su amiga —Algunos dicen que es una tontería, ¿no?

—¿No te lo dije? ¡Mi yerno es un capo! Pero hija, ¿te hice esforzarte demasiado? —negué con la cabeza queriendo salir de allí.

—Te voy a preparar algo rico de cenar —cerré los ojos y mi estómago se revolvió.

Pensar en la comida no era una buena idea.

—Estoy bien, mamá.

La heladería estaba cerca, gracias a Dios!.

No podía soportar caminar más y sentirme mareada con cada paso, y cada día parecía empeorar.

No estaba segura de cuántas semanas tenía, no entendía nada sobre el embarazo, no entendía nada sobre los bebés.

Caminamos de la mano y recibimos sonrisas de casi todos los que conocía mi mamá, fue increíble cómo se expandió la noticia.

Mateo me abre la puerta y suena el timbre anunciando un nuevo cliente.

Elegimos una mesa y enseguida viene a atendernos un pibe con un bloc y una birome en las manos.

—Quiero de chocolate. ¿Y vos? —Mateo tomó mi mano sobre la mesa y la acarició con su dedo índice.

—Limón. —respondí y miré al pibe.

—Ya se los traigo. —dijo y se fue.

—Estas mejor?

—Sí, es más fresco acá. Parece exageración, pero es horrible. —hice una mueca y él sonrió.

papá sustituto; trueno  ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora