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–Ignoralo a veces se convierte en un imbécil

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–Ignoralo a veces se convierte en un imbécil. –habla mientras anda más despacio para ir a mi ritmo– Te enseño las dos últimas instalaciones y mi tour habrá llegado a su fin.

No añado nada solo asiento sin dejar de terminar, para poder estar sola lo antes posible. En París me acostumbre a estar casi todo mi tiempo sola y desde que llegué a Barcelona no he tenido un poco de tiempo para estar aislada por unos momentos en mi misma y poder procesar todo.

Ivan vuelve a acelerar el paso dejándome atrás pero de vez en cuando vuelve a mi lado para explicarme algunas cosas.

–¿También vas a 1 de bachillerato? –intento hablar de algo con él.

–Voy a 2 de bachillerato –dice con una sonrisa en los labios.

–¡Ey! ¡Esperarme!

Esa voz me suena de algo. Como imaginaba Carlos aparece delante de nosotros antes de que podamos girarnos.

–¿Dónde vais?

Ivan se adelanta en hablar –Le estoy acompañando a la entrada.

–Os acompaño. –suelta Carlos

Pensaba que no podría estar sola al final pero no tardamos tanto en llegar a la entrada del centro.

–Gracias por acompañarme –sonrió mientras me despido de ellos.

Cuando estoy a unos metros de ellos empiezo a buscar los auriculares para ponermelos y escuchar música. No puedo describir lo que siento cada vez que escucho música con los auriculares, el poder aislarme de todos, aunque esté rodeada de personas.

Justamente cuando empiezo a subir el volumen de la música consigo escuchar el claxon de un coche.

Es Carlos. Ruedo los ojos y me quito uno de mis auriculares para ver que quiere.

–Oye manos de palo, sube que te acerco a tu casa.

–Gracias pero prefiero ir andando. –intentó persuadirlo.

Pero no lo consigo, se baja del coche y no duda en cargarme como si fuera un saco de patatas, mientras con la otra mano coge mis muletas.

–Bájame

–No –ese tono es exasperante.

No me da tiempo a hablar, cuando me doy cuenta estoy en el asiento de copiloto.

–Imbécil –bufo riendo

Deja las muletas en la parte de atrás y sube al coche.

–¿Tu dirección?

Empiezo a hacer gestos con las manos y haciendo ver que habló con él intentando que piense que me he quedado sin voz. Lógicamente no ha colado y hemos terminado riendo.

–Vale, vale te voy indicando.

–Bueno si nos perdemos ya sabremos de quién es la culpa.

–Hace poco que he llegado aun no me he aprendido la dirección –le suelto mientras saco mi teléfono– Esta es la dirección.

No merezco vivir, según ellosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora