Uno

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La misa finalmente había llegado a su fin. El obispo había terminado de hablar por lo que se disipó junto con la multitud. Pese a que había muchas personas, no se escucha a ningún sonido brusco de su parte, sino solamente el estruendoso ruido de la lluvia que hacía temblar los enormes ventanales.

Elodie, la hermana de Cleo, sostuvo su mano súbitamente. Nunca le había agradado la lluvia y mucho menos cuando la penumbra llegaba y casi todo eran sombras. Cleo volteó en dirección a su pequeña hermana y le dio una sonrisa en un intento de infundirle confianza, aunque, si era honesta, a ella también le aterraba.

Se inclinó lo suficiente para ajustarle la capa que portaba ya que estaban justo en la época del año donde el frío se colaba hasta los huesos. Después de eso, tomó su mano para guiarla en dirección a las puertas enormes que ya estaban abiertas.

Pese a que el sonido de las gotas de agua chocando con el piso eran relajantes, las calles eran lo opuesto. No eran lindas ni coloridas, eran deformes, construcciones creadas para formar una barrera contra el mundo exterior en busca de un poco de paz. Los suelos, lodosos, tanto así que en aquellas épocas, era imposible llegar a casa sin tener que dejarlos remojar en algún balde para que así se desprendiese por completo.

—Apresurate, Elodie— dijo en una voz apenas audible.

Debían llegar pronto, su madre siempre se quedaba esperándolas. Además, una de sus cosas menos favoritas en el mundo era tener que regresar a pie de noche, todo era tenebroso y oscuro; cada persona con la que cruzaba la mirada le daba una aura que hacía que le recorrerá un escalofrío, tal vez solo se trataba de su imaginación.

Caminaron un par de calles; tuvieron que irse por las esquinas para no chocar con las ruidosas y viejas carretas que iban pasando. No vivía en una zona acaudalada, aunque algunas personas eran ricas y poseían tierras, casi la mayoría se encontraba sobreviviendo al día.

La lluvia se iba deteniendo poco a poco, paulatinamente. Al principio eran gotas furiosas lanzadas desde el cielo, pero en aquel momento eran delgadas y chicas, apenas perceptibles.

—¡Cleo!— llamó su hermana en un tono de voz más elevado, que al instante, captó toda su atención.

—¿Qué ocurre?

Su hermana abrió la boca para contestar pero no pudo emitir sonido pues fue interrumpida:

—¿Gustan qué las lleve, señoritas?

Se trataba de Eros.

Eros era el hijo del lord, el más rico de todo el pueblo, se atrevía a decir. Elodie y él solían charlar muchas veces, cuando iban caminando por las calles y se lo encontraban, tenían que detenerse por al menos media hora ya que su hermana menor no paraba de hablar con él.

No sólo era conocido por ser el hijo del lord, sino también por la enorme belleza que poseía. Cleo notaba las miradas embelesadas que le daban las chicas cuando entraba a la iglesia o cuando iba caminando por las calles principales del pueblo, también ella misma podía notarlo; sus ojos verdes tan vivos como las hojas cuando es plena primavera, su cabello en tonalidades oscuras que hacía un perfecto contraste, su nariz aún era elegante, muy elegante, sus labios pese a que eran delgados, eran proporcionales a sus marcadas facciones y además era más alto que muchos otros chicos que tenían su misma edad.

Si bien, Cleo nunca había quedado embelesada por él, reconocía que era un chico bastante atractivo.

—¡Si, por favor!— Elodie hizo un gesto que mostraba un cansancio exagerado.

—Vengan, les ayudaré a subir.

Cleo se quedó congelada en su lugar. Nunca sabía que hacer, no era buena con las personas, contrario a su hermana y madre. Casi siempre permanecía en silencio cuando había más personas, siempre había sido así, desde muy pequeña.

Eros | Timotheé ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora