Cinco

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—El hermano de tu padre ya viene en camino, llegará en unos dos días más.

Al instante, dejó de cortar las papas para concentrarse en sólo lo que había escuchado. Era un hombre agresivo, lo había visto un par de veces cuando las había venido a visitar y no era nada agradable. Albern era un hombre de cuarenta años con cejas gruesas y siempre fruncidas, un cuerpo corpulento y la voz más grave y gruesa que pudiese haber escuchado en su vida, siempre la había encontrado parecida al gruñido de un perro.

—¿Solo pudo venir él?— sentía un enorme disgusto.

—Él es el único de sus hermanos que sigue vivo o no esta en alguna guerra— su madre tampoco estaba feliz con la idea— Después de su llegada es muy probable que todo mejore.

—¿Mejorar? ¿Qué cosas van a mejorar con ese sujeto aquí?— inquirió con repulsión.

Aún no había olvidado aquella golpiza que había experimentado la ocasión que se había hospedado con ellos. Cleo recordaba perfectamente esa tarde que había tirado sobre su ropa el caldo que había preparado, Albern había tenido una gran hambre y ver la comida regada en el suelo y haber sentido el calor infiltrándose a través de la ropa le había causado una ira inhumana; tal fue su furia que le había soltado muchos golpes, su madre no pudo ayudarle ya que no tenía ninguna clase de poder sobre el hombre y su padre se había ido a trabajar en el campo.

—Cleo, sabes perfectamente que nosotras no podemos estar más tiempo sin un hombre a cargo— su madre se giró a verla, más molesta— No importa cuánto trabajemos apenas tenemos para comer y no creo poder estar más tiempo así.

El año había sido complejo, pese a que sus conocidos le tenían consideración ya que estaba de luto y era viuda, también le costaba mucho más trabajo. Le había solicitado a una de sus amigas de la infancia que le enseñara a hacer ropa para así poder conseguir más dinero pero ella se había negado rotundamente cuando vio que no le iba a pagar por darle las lecciones.

—He intentado todo, mamá. He trabajado en todo lo que he podido yo también— respondió, no soportaba que la hiciese ver como una ignorante, como si no supiese los problemas que vivían.

Cleo trabajaba desde que salía el sol hasta que se ponía, limpiando y cuidando casas de gente un poco más acaudalada, cuidaba a los hijos de las mujeres, lavaba su ropa, cocinaba y cada centavo se lo daba a su madre.

—Sería mejor que te casaras, ya debiste hacerlo hace mucho tiempo— finalizó. Ella, al escucharla, se levantó de la silla y evitó mirar a su madre— Es la realidad, Cleo.

Sin decirle nada más, abrió la puerta y salió por esta a toda prisa. Sus ojos se habían comenzado a cristalizar hasta el punto que se le dificultaba ver pero aún así siguió avanzando hacia cualquier parte.

Cleo lo sabía. Sabía demasiado bien que ya era hora y debía tener un marido, siempre le preguntaban cuando iba a ser el día que finalmente fuese esposa de alguien, cada día se levantaba preguntándose si ese sería el día que la hicieran casarse con algún hombre. Ella no se oponía a ello, comprendía completamente como eran las cosas pero simplemente algo dentro de ella no se sentía del todo cómoda.

—¡Cleo!

Eros se aproximaba a ella con una clara expresión angustiada en el rostro. Al verlo, agachó su rostro como si eso pudiese hacer que se borrara del panorama y no la pudiera ver.

Pasó sus manos varias veces sobre sus ojos para poder ver bien. No sabía que sentir en ese momento, sabía que al salir las personas iban a verla llorando pero no le gustaba que una de ellas fuese el chico con el cabello alborotado que era amigo de su hermana pequeña.

Eros | Timotheé ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora