Cuatro

1.9K 181 26
                                    

—¡Elodie, no corras!

Cleo llevaba la canasta como podía, su hermana menor iba con tanta velocidad como si la estuviese persiguiendo un enorme perro. Pasaba entre las personas, las esquivaba, un par de veces estaba a punto de resbalarse y caer al suelo y pese a eso, seguía apresurada.

Sabía que le gustaban los días de campo; donde se sentaban a comer cualquier cosa que hubiesen preparado justo frente al lago, pero esa vez estaba aún más extasiada ya que Eros también iba a ir.

—¡Obedece a tu hermana!— Thea le reclamó, había comenzado a perder la paciencia después de asustarse en repetidas ocasiones porque no la veía en ninguna parte.

Era una zona apartada del pueblo principal que estaba a unos veinte minutos a pie, lo cuál era razonable. Era un lugar tan bello y mágico que desde que lo habían descubierto, no habían podido dejar de visitarlo. Era como su lugar secreto. Cuando Elodie tenía tres años (en ese entonces Cleo tenía trece) las habían llevado por primera vez a jugar en el agua clara y se había vuelto una especie de tradición.

—Debemos esperar a Eros aquí, si no, no va a saber cómo llegar al lago— Thea se recargó en uno de los árboles.

—Ojalá no tarde mucho— la pequeña se sentó sobre el suelo y frunció los labios.

Era cierto, después de un largo pedazo de tierra donde había maleza, comenzaban los árboles, arbustos que eran decenas y era muy fácil que se pudiese perder el rumbo. Además, porque había diferentes caminos y el suelo tenía relieves.

—Tal vez se tarde un poco más, él vive mucho más lejos de aquí que nosotras.

No podía estar más equivocada. Justo después lo vio llegar en su carreta y Elodie saltó emocionada. Ella siempre lo había querido mucho desde que tenía memoria, no lo consideraba como un hermano, sino más como su amigo.

—Levántate, Cleo, corre— jaló su brazo con mucha fuerza como para ser una niña tan pequeña aún.

Cleo era una chica débil, sin importar que tanto trabajara e hiciera esfuerzos físicos, seguía sin tener mucha fuerza, incluso su madre le decía que era una chica lánguida.

—Ya voy.

Sacudió la falda de su vestido con ambas manos para remover de mejor forma el pasto que se le había pegado. Estaba ocupando una saya un poco más desgastada de lo usual color blanco con mangas ceñidas para que fuese más cómodo, también una especie de cinturón de cuero. Sabía que lo más probable era que Elodie quisiese jugar a resbalarse por las pequeñas colinas que habían o tal vez iba a querer que la cuidara mientras jugaba en el agua y lo más seguro era que hubiese lodo, y no quería manchar los otros vestidos que utilizaba a diario, a veces no podía remover las manchas.

—Buenos días, señoritas— Eros inclinó su cabeza a lo que ellas respondieron de la misma forma— Gracias por invitarme.

—Gracias por venir— Thea respondió dulce.

—Vamos, seguro te gustará mucho, ¡es muy lindo!

—Seguro sí— él siguió a Elodie ya que notó la prisa que tenía por llegar.

Cleo se debatía mentalmente, ¿debía saludarlo? No lo creía muy necesario. La verdad era que se había comportado cordial y agradable con ella desde la vez que las había invitado a su castillo, tal vez desde antes, sólo que no lo había notado hasta ese entonces.

Volteó a su lado y Eros estaba caminando a la par, incluso estaba dando zancadas más chicas para no dejarla atrás. Elodie y Thea iban varios pasos delante de ellos mientras charlaban animadamente.

Eros | Timotheé ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora