Seis

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Sí. Su rostro estaba más que rojo. Tenía que tomar largas respiraciones para calmarse.

No podía con la vergüenza que sentía de haber estado llorando frente a Eros. Nunca, en sus dieciocho años de vida había pasado tal situación. Siempre había sido muy reservada en sus emociones, aún cuando salía de su casa llorando como lo había hecho la tarde anterior, lograba no ser atrapada por nadie más que desconocidos, los cuales no le interesaban en lo más mínimo. Aunque no estaba admitiendo que Eros le interesaba en alguna forma. Para nada.

—¿Por qué estas tan roja?— su hermana le susurró antes de dejar el plato sobre la mesa.

Cleo volteó de inmediato la cabeza lejos de su hermana.

—¿Roja? Para nada— puso ambas manos sobre sus mejillas con discreción.

Elodie asintió, no del todo convencida. Después de haber ayudado a su madre a servir la comida, se sentó justo frente a su hermana mayor.

—¿Sabes qué en una semana es mi cumpleaños?— Elodie puso su rostro sobre sus palmas justo como Cleo y dio una sonrisa exagerada.

—Por supuesto que sí.

Se lo había recordado durante al menos unas tres semanas, era su despertador. Cleo no se levantaba por el sonido de los gallos, sino por su hermana que se recostaba a un lado de su cama mientras gritaba el número de días que faltaban para que el gran día llegase.

—Ojalá Eros venga al festejo.

—Seguro sí, nunca ha faltado cuando se lo pides.

Era cierto. Cada vez que Elodie le pedía un favor, él estaba allí.

—¿Sabes cuándo va a llegar mi tío?— su tono de voz era muy bajo, no quería que su madre la escuchara hablar de ello.

Lo que menos quería oír Cleo era respecto a Albern, prefería recordar la vergüenza que sentía por lo ocurrido con Eros miles de veces antes de pensar en ese sujeto.

—Creo que mañana.

Mañana. Mañana iba a ser el día en donde después de muchos años lo volvería a ver. Tal vez todo podía ser distinto, tal vez habría cambiado con el paso de los años y la vida le había dado una lección respecto a que no podía tratar mal a la gente por el hecho de cometer un error. Pero no. Sabía que nada de eso era cierto.

~ • ~

Pasó su mano para limpiar el sudor de su frente. Se sentía demasiado cansada, más que de costumbre, suponía que era porque la noche anterior no había dormido casi nada. Volvió a tallar la tela sobre la tabla una y otra vez, todavía le faltaba muchísima ropa más. Esa era la parte que menos le gustaba de todo el día de trabajo, después de un tiempo, la espalda y los brazos le comenzaban a doler por hacer mucha fuerza y muchas veces el mismo movimiento brusco. Agradecía mucho que la madre de Thea tuviese un espacio detrás de su casa, como una especie de patio trasero, así era mucho más cómodo que tener que lavar mientras el resto de la gente la veía.

Lo único que tenía en su mente eran las palabras que le había dado su madre respecto a su casamiento. La culpa era lo que hacía que lograra terminar sus tareas y aunque claramente no le agradaba torturarse todo el día pensando en ello, le funcionaba muy bien.

—Cleo, Cleo, Cleo— llama apresurada Thea.

Ella venía corriendo hacia donde Cleo estaba, parecía sorprendida. Se levantó de inmediato temiendo que fuese una mala noticia. Albern llegaba ese día por la mañana, salió desde temprano con la intención de perder el mayor tiempo posible fuera antes de tener que verlo otra vez, podía ser una noticia de él; que la estaba buscando o alguna cosa parecida.

Eros | Timotheé ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora