—¿Quieres un poco más?
Eros le preguntó. Como si en aquel momento pudiese ir a servirle un poco más de fruta cuando la realidad era que le costaba trabajo mantenerse de pie. Cleo se conmovió. No podía con que él fuese tan dulce aún cuando estaba pasando un verdadero tormento. Siempre quería llorar, se recordaba no pensarlo, qué llorar frente a él lo debilitaría. Debía darle aliento.
—Estoy bien, ¿tú quieres más?— le preguntó, aún quedaba un poco de piña en su plato.
Eros negó sonriente.
No le había comentado nada de aquel enfrentamiento con Ezio, hacerlo iba a causar qué el chico de ojos verdes se alarmase y sintiese culpable, no tenía sentido alguno decírselo porque no podía hacer nada. Cleo debía enfrentarlo sola. Él ya estaba pasando por mucho.
—No, muchas gracias, amor.
Cleo supo que se había convertido en un tomate viviente.
—¿No te gusta, bonita? Puedo decirte de otra forma...— inició Eros, supo que se estaba divirtiendo por la forma en que sus ojos se achicaban.
—No, no, no— tartamudeo Cleo, ¿Cómo no iba a ponerse tan ruborizada?— Me gusta, sí, me gusta...
Su apodo le había causado un calor agradable, tenía tiempo que no sentía esa clase de sensación gustosa.
—¿Yo también puedo decirte así?— preguntó, tal vez aquel apodo no le gustaba a él.
Eros podía morirse de la ternura. Quería ir a ella y besarla cientos de veces hasta que sus labios quedasen rojos, quería abrazarla y decirle lo mucho que le gustaba verla sonreír. No podía hacer nada de eso, pero en un momento como aquel se conformaba felizmente con mirarla.
—Siempre que quieras.
Cleo sonrió. Nunca había sido buena expresando su afecto, incluso con las personas que valoraba, no podía decirles cuanto las quería de la nada. Quería que Eros lo supiese, porque la posibilidad de perderlo era el peor de los infiernos.
—¿Quieres un poco más entonces, amor?— dijo con timidez, sí, aún le costaba un poco de trabajo.
Eros se rio, estaba encantado con ello.
—En este momento no, pero muchas gracias, amor— recalcó lo último.
Ambos estaban demasiado sonrientes, le gustaba creer que la situación en la que se encontraban no existía, ni tampoco todo lo que estuviese fuera de la habitación.
—¿Los esposos se suelen decir así?
Le preguntó, porque algo muy dentro de ella le decía que no. Que ella había tenido tanta suerte.
—No lo sé, creo que no— le respondió, era como si pensase lo mismo que Cleo— ¿Puedo hacerte una pregunta?
Cleo asintió. Podía preguntarle cualquier cosa que quisiese.
—¿Qué clase de chicos te gustan?
Aunque su voz pintaba qué se trataba de una pregunta inocente, Cleo sintió una punzada. ¿Chicos? ¿Otros chicos? ¿Por qué preguntarlo? Eros sabía el trasfondo de esa pregunta, porque sentía que era probable que el tiempo largo que había visualizado, quizás nunca iba a llegar.
Cleo se tragó el nudo de su garganta.
—¿Por qué lo preguntas?
Se esforzó para darle una pequeña sonrisa. Ella quería gritar.
—Curiosidad, supongo— fue lo que dijo.
Cleo lo pensó. No había nada que pensar, Eros la veía y ella podía leer a la perfección lo que pasaba por su mente. Su expresión era suave, dulce, todo él era demasiado cálido, su forma de hablarle, de abrazarla, de besarla, de sonreírle, no podía visualizar un futuro donde él no formase parte.
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Eros | Timotheé Chalamet
Romance¿Por qué Eros, el hijo del lord, parecía de pronto querer romper aquella barrera que existía entre ambos?