Siete

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—Deberías aprender a cocinar en lugar de pasar todo el día afuera— Albern dijo mientras le miraba con desagrado la comida que estaba frente a él.

Se había parado más temprano que de costumbre para preparar el desayuno, aún se veía la luna como si fuese de noche y eso no hacía más que causarle mucho sueño, tanto que podía dormirse de pie justo como estaba.

—Salgo a trabajar también— miraba hacia abajo, aunque estaba contestándole, algo dentro de ella le decía que se detuviera si no quería causarse a si misma una desgracia.

Él se rio fríamente, claramente se veía que no le había gustado nada su respuesta.

—También deberías cuidar tus modales si no quieres terminar en la calle— tomó un trozo de pan y le dio una gran mordida— Pensé que a esta edad serías más prudente pero sigues siendo una buena para nada.

Sí. Había dado justo en el clavo. Había batallado los últimos días con esos pensamientos y él llegaba a restregarle en la cara que no servía para nada, que era una carga que podía terminar en la calle. Apretó su labio con tanta fuerza que pensó que le saldría sangre.

—Vete, ya no quiero que me amargues más la mañana.

No tardó nada en obedecer su orden. Era el primer día y se sentía como si hubieran pasado siglos y siglos. Supuso que así se sentían las personas que vivían en prisión.

~ • ~

—Pensé que iba a ser más amable, como mi padre— confesó su hermana menor.

—Él era uno en miles, Elodie. Es muy difícil que haya otro hombre así— respondió Cleo, seguía sintiendo la sensación de asfixia en su garganta durante todo lo que llevaba del día.

Su padre podía no haber sido perfecto pero siempre las procuraba, nunca les faltaba al respeto de la forma en que Albern lo hacía, nunca les había golpeado y jugaba con ellas cuando eran pequeñas.

—Eros es así— aseguró Elodie— Él también es muy agradable.

—Tienes razón.

La mayoría de los hombres se sentían como los dueños del universo entero. Solo Dios sabía cuántas veces la habían empujado en la calle porque los hombres llevaban prisa, cuántas veces no le habían ordenado que hacer pese a que ella no los conocía para nada.

—¿Y cuánto tiempo se va a quedar aquí?— frunció los labios, retomando su expresión triste.

—Un largo rato.

Fue lo que le respondió, no quería decirle la verdad; serían más que unos meses, era posible que fuesen muchos años. Si su madre no se volvía a casar, ni él tuviese un asunto urgente por el cual irse, seguro podía ser toda una vida.

Ambas iban caminando de regreso de la iglesia, ese día habían escogido ir por la mañana por lo que podían tomarse su tiempo en volver. Elodie tampoco se sentía bien después de la llegada de Albern, no era que la tratara mal como a Cleo, ya que cuando él había ido ella era mucho más pequeña aún, pero aún así sentía la incomodidad durante el desayuno.

—Gracias a Dios se va a trabajar todo el día, debería hacer eso mismo por la noche también.

Cleo se rio, Elodie no solía ser una persona así pero entendía a la perfección porque Albern no le daba buena espina.

Eros | Timotheé ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora