Dieciséis

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—¿Qué... Qué... Hace?— pronunció entrecortándose, no sentía el valor suficiente para emitir una simple sílaba.

—No actúes así, no te estoy haciendo nada— dijo, un vislumbrar de sonrisa estaba en su rostro.

Intentó safarse de su agarre pero no tenía las fuerzas suficientes; él la sostenía con tanta firmeza que un hormigueo había comenzado a recorrerle en las palmas hacia el resto de sus brazos. Después de haber pasado la tarde caminando, sus fuerzas eran casi nulas, se sentía tan débil, podía desmayarse allí mismo.

No obtuvo respuesta. Ezio se acercaba aún más. Retrocedió todo lo que pudo, forcejeaba pero sólo lograba empeorar el dolor punzante. Un quejido brotó de su garganta, el malestar era creciente pues su agarre se volvía cada vez más fuerte.

Él posó sus labios húmedos sobre el rostro de Cleo y luego comenzó a bajar hasta su cuello, ella sintió como su estómago se estrujó, todas sus entrañas se revolvieron. Inmóvil, desesperada por alejarse y correr en la dirección contraria a donde él estuviera.

Tenía un doloroso nudo en la garganta que no le permitía siquiera murmurar algo, movió su cabeza desesperadamente con la esperanza de que el hombre se alejase.

No se apartó. Él rio.

El terrible miedo que sintió por ello le había nublado la vista, su risa era tan cínica, él no la estaba pasando mal. Cleo quería desintegrarse.

Shhh— dijo sin separarse— Eros va a venir si sigues actuando así. Solo cálmate.

No dejó de llorar, no podía dejar de hacerlo. Odiaba la situación, odiaba que fuese tan trágicamente débil para que todos sus esfuerzos por librarse fuesen vanos. Odiaba que sabía que él era quien tenía el control en ese momento.

Sin alejarse, una de sus manos soltó su muñeca para sujetarla por la cintura. Pensó que quizá quería asfixiarla, eso era lo que parecía por cómo la aprisionaba.

Hizo lo mismo con su otra mano. Cayó en cuenta de su intención; estaba buscando la forma de deshacer el listón que estaba en su espalda, el que sujetaba su vestido. No, no pensaba dejar que hiciese eso. No quería ni siquiera imaginarlo. Con todas sus fuerzas y sus manos casi adormecidas, le dio tantos golpes en el pecho, frenética.

Él terminó por soltarla. No sólo eso, la había casi aventado como si tuviese una especie de enfermedad con la que quisiese mantener distancia. Cleo cayó al suelo, la fuerza con la que lo había empujado más la que él había utilizado hizo que saliese con demasiado impulso. Sus palmas lastimadas chocaron contra el áspero suelo de piedra, se volvió a quejar por el dolor de la raspadura y el de sus piernas por la caída.

—¿Qué? ¿Vas a acusarme con mi primo?— su voz era gélida, su rostro no pintaba más que gracia.

¿Todo eso había sido para afectar a Eros? ¿La había lastimado de esa forma solo para hacer que él se enfureciera contra él? ¿Por qué quería eso? ¿Por qué eso era tan importante para él?

Cleo era todo un manojo de nervios, bajó la vista para observar sus manos, estaban moradas, algunas zonas estaban rojizas y tenía sangre en sus palmas causada por la caída. Estaba temblando.

Inhaló aire, quería calmar su incesante llanto, quería dejar de verse tan trémula delante de un hombre tan despreciable e irrespetuoso.

Se levantó del suelo. Le dio una última mirada, sus ojos no reflejaban ninguna emoción, ningún remordimiento. No esperó más tiempo para caminar lejos de él como había querido hacerlo. No se sentía lo suficientemente fuerte para correr, apenas podía caminar sin desviarse a algún lado. Pudo escuchar sus pisadas atrás de ella, su pulso se aceleró.

Eros | Timotheé ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora